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Liliana la Greca
Siempre Liliana la Greca
La mudanza fue inminente. Me sentía dichosa.
Finalmente habíamos logrado comprar después de tantos esfuerzos la casa de mis
sueños. Con una cocina enorme y luminosa, cuartos espaciosos y un jardín.
Nunca supe muy bien por qué aceptaron nuestra
primer oferta. Tenían que realizar un viaje, fue la única respuesta.
¡Cuidado con los muebles! ¡No! Déjenlo ahí, está
bien, ¡es muy frágil!.
Atardecer,
cansancio y distensión y hasta un escalofrío de vez en cuando que me hacía
estremecer. Debería ver de donde viene esa corriente -pensé-.
Noche. Extraña sensación de sentirse ajeno a un
entorno todavía sin vivencias propias.
Nos acomodamos con lo justo, como pudimos. Casi
incómodos, pero expectantes, en esa casona llena de espejos en sus paredes.
Cansada como estaba, me desmayé sobre la cama.
Siempre tuve
un sueño liviano, tal vez por las obligaciones, tal vez por ese eterno merodear
atento que aporta la maternidad, tal vez por ese rasgo tan personal y no
siempre bienvenido de mantener el control de todo.
Hoy no se si se trató de un sueño o pasó en
realidad. Solo se que sentí tu presencia. La caricia suave en mi cabeza. La
sensación de que alguien me arropaba. Estabas allí. Te vi. Te escuché. Te
sentí. Tus manos frágiles y cálidas tomaron las mías. La palabra exacta en el
momento justo, como de costumbre. "Todo va a andar bien, no te
preocupes" -dijiste-. Y entonces supe que también estabas allí, mamá.
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