domingo, 18 de enero de 2015

Liliana la Greca



Siempre  Liliana la Greca

La mudanza fue inminente. Me sentía dichosa. Finalmente habíamos logrado comprar después de tantos esfuerzos la casa de mis sueños. Con una cocina enorme y luminosa, cuartos espaciosos y un jardín.

Nunca supe muy bien por qué aceptaron nuestra primer oferta. Tenían que realizar un viaje, fue la única respuesta.

¡Cuidado con los muebles! ¡No! Déjenlo ahí, está bien, ¡es muy frágil!.

 Atardecer, cansancio y distensión y hasta un escalofrío de vez en cuando que me hacía estremecer. Debería ver de donde viene esa corriente -pensé-.

Noche. Extraña sensación de sentirse ajeno a un entorno todavía sin vivencias propias.

Nos acomodamos con lo justo, como pudimos. Casi incómodos, pero expectantes, en esa casona llena de espejos en sus paredes.

Cansada como estaba, me desmayé sobre la cama.

 Siempre tuve un sueño liviano, tal vez por las obligaciones, tal vez por ese eterno merodear atento que aporta la maternidad, tal vez por ese rasgo tan personal y no siempre bienvenido de mantener el control de todo.

Hoy no se si se trató de un sueño o pasó en realidad. Solo se que sentí tu presencia. La caricia suave en mi cabeza. La sensación de que alguien me arropaba. Estabas allí. Te vi. Te escuché. Te sentí. Tus manos frágiles y cálidas tomaron las mías. La palabra exacta en el momento justo, como de costumbre. "Todo va a andar bien, no te preocupes" -dijiste-. Y entonces supe que también estabas allí, mamá.

 

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