ENERO Negro Hernández
El
café está desierto en enero, casi todos los parroquianos están de vacaciones y
las pocas muchachas del barrio toman sol en las azoteas con poca ropa. Los transeúntes de la tarde caminan
agazapados por la vereda de la sombra. La noche de calor trae el olor del
Riachuelo sumándole perfume al infierno. Yo en el infierno de la creación,
escribo.
Enero
es el mes más largo del año. El sol inunda nuestras horas desde temprano y la noche
caliente, como aquella mujer a la que esperamos intensamente, nunca llega.
Enero se derrite sobre los pensamientos, evaporando las palabras que
pretendemos escribir en el papel que se convierte en un desierto de imágenes.
Enero
es un mes para leer, para rescatar los libros comprados durante el año que aguardan
acostados en la estantería, seduciéndonos. Ellos nos eligieron como lectores:
acaríciame, abrime, penetrame, dicen invitándonos a recorrer sus
misterios.
Esperando
que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta en el lugar en que
se forma el silencio. Cada palabra dice lo que dice y además mucho más.
Las
palabras son ambivalentes: muestran y ocultan, dicen y callan, hieren y
acarician, mienten y son fieles a la verdad, desnudan y cubren, se escuchan y
son mudas.
Este
verano podríamos ser menos orgullosos, más humildes y menos soberbios, vivir
con lo estrictamente necesario, priorizar lo importante sobre lo superfluo y a
valorar lo que tenemos sobre lo que nos falta.
Podríamos
renunciar a muchos berretines inútiles, a liberarnos de las adicciones que nos
someten al consumo y a detenernos en la
carrera ascendente hacia el tener sobre el ser y disfrutar de las vacaciones.
La
gente mira la televisión hasta quedarse dormida, total mañana será otro día. En
la televisión esta el olvido, la velocidad, la apatía y el embrutecimiento. Uno
la mira para no pensar, para no sufrir, para dejar que los otros decidan por
nosotros, para no cambiar, para no rebelarse y luchar. Por eso la sociedad del
espectáculo, es la sociedad del escándalo, del chisme, es la sociedad del
olvido.
Enero
de cortes de luz, corte de calles, corte de autopistas, corte de de vías de
ferrocarril, corte de rutas, corte de puentes. Corte suprema, cortes de mangas,
corte del rey, cortes y quebradas, cortes de droga, corte y confección, cortes en el cuello, corte de pelo, corte de
rostro, hacemos un corte.
Pasamos
parte de nuestras vidas tratando de entender a las mujeres. Nuestra omnipotencia masculina cree satisfacer
todas sus demandas, pero es sólo una ilusión y a veces nuestro intento es
recompensado, entonces ellas creerán que somos el hombre de su vida y nos
amarán con total entrega. Comprender la naturaleza femenina y reconocer nuestras
limitaciones es el secreto. Aceptar que somos diferentes, que uno no es la
prolongación del otro es aceptar que todo encuentro entre un hombre y una mujer
es un desencuentro.
Vemos
por televisión las playas atestadas de veraneantes mientras las calles de
distintos barrios están ocupadas por piquetes reclamando el servicio de luz. En
la capital de un imperio que no fue, sus edificios deslumbran a los turistas
extranjeros esperando la noche, cuando los cartoneros desfilan recogiendo las
sobras de la decadencia.
Nunca
olvidaré aquellos eneros de la infancia.
Me veo en el patio sombrío de baldosas negras y blancas jugando con los
autitos, me veo en la terraza urgente de sol donde me refrescaba a puro chorro
de agua que la manguera de goma expulsaba piadosamente. Veo los atardeceres
lentos del barrio viejo acompañando a mamá con su panza embarazada haciendo
compras. Veo a mi vecinita rubia que me llamaba desde el zaguán de su casa para
jugar escondidos debajo de la escalera y estremecerme si comprender.
El
futuro será siempre mejor en lo social, sin embargo en lo individual seremos
más viejos y marginados. “Todo tiempo pasado fue mejor”. Entonces éramos jóvenes.
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