lunes, 20 de enero de 2014

Negro Hernández



ENERO Negro Hernández

El café está desierto en enero, casi todos los parroquianos están de vacaciones y las pocas muchachas del barrio toman sol en las azoteas con poca ropa.  Los transeúntes de la tarde caminan agazapados por la vereda de la sombra. La noche de calor trae el olor del Riachuelo sumándole perfume al infierno. Yo en el infierno de la creación, escribo.  
Enero es el mes más largo del año. El sol inunda nuestras horas desde temprano y la noche caliente, como aquella mujer a la que esperamos intensamente, nunca llega. Enero se derrite sobre los pensamientos, evaporando las palabras que pretendemos escribir en el papel que se convierte en un desierto de imágenes. 
Enero es un mes para leer, para rescatar los libros comprados durante el año que aguardan acostados en la estantería, seduciéndonos. Ellos nos eligieron como lectores: acaríciame, abrime, penetrame, dicen invitándonos a recorrer sus misterios.  
Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta en el lugar en que se forma el silencio. Cada palabra dice lo que dice y además mucho más.
Las palabras son ambivalentes: muestran y ocultan, dicen y callan, hieren y acarician, mienten y son fieles a la verdad, desnudan y cubren, se escuchan y son mudas. 
Este verano podríamos ser menos orgullosos, más humildes y menos soberbios, vivir con lo estrictamente necesario, priorizar lo importante sobre lo superfluo y a valorar lo que tenemos sobre lo que nos falta. 
Podríamos renunciar a muchos berretines inútiles, a liberarnos de las adicciones que nos someten al consumo y a detenernos  en la carrera ascendente hacia el tener sobre el ser y disfrutar de las vacaciones.
La gente mira la televisión hasta quedarse dormida, total mañana será otro día. En la televisión esta el olvido, la velocidad, la apatía y el embrutecimiento. Uno la mira para no pensar, para no sufrir, para dejar que los otros decidan por nosotros, para no cambiar, para no rebelarse y luchar. Por eso la sociedad del espectáculo, es la sociedad del escándalo, del chisme, es la sociedad del olvido. 
 
Enero de cortes de luz, corte de calles, corte de autopistas, corte de de vías de ferrocarril, corte de rutas, corte de puentes. Corte suprema, cortes de mangas, corte del rey, cortes y quebradas, cortes de droga, corte y confección,  cortes en el cuello, corte de pelo, corte de rostro, hacemos un corte. 
Pasamos parte de nuestras vidas tratando de entender a las mujeres.  Nuestra omnipotencia masculina cree satisfacer todas sus demandas, pero es sólo una ilusión y a veces nuestro intento es recompensado, entonces ellas creerán que somos el hombre de su vida y nos amarán con total entrega. Comprender la naturaleza femenina y reconocer nuestras limitaciones es el secreto. Aceptar que somos diferentes, que uno no es la prolongación del otro es aceptar que todo encuentro entre un hombre y una mujer es un desencuentro.  
Vemos por televisión las playas atestadas de veraneantes mientras las calles de distintos barrios están ocupadas por piquetes reclamando el servicio de luz. En la capital de un imperio que no fue, sus edificios deslumbran a los turistas extranjeros esperando la noche, cuando los cartoneros desfilan recogiendo las sobras de la decadencia. 
Nunca olvidaré aquellos eneros de la infancia.  Me veo en el patio sombrío de baldosas negras y blancas jugando con los autitos, me veo en la terraza urgente de sol donde me refrescaba a puro chorro de agua que la manguera de goma expulsaba piadosamente. Veo los atardeceres lentos del barrio viejo acompañando a mamá con su panza embarazada haciendo compras. Veo a mi vecinita rubia que me llamaba desde el zaguán de su casa para jugar escondidos debajo de la escalera y estremecerme si comprender. 
El futuro será siempre mejor en lo social, sin embargo en lo individual seremos más viejos y marginados. “Todo tiempo pasado fue  mejor”. Entonces éramos jóvenes.       

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