El príncipe de
Mataderos (parte I)
Susana
del Negro
Después
de mi fracaso en la 42, Sucre me llamó y me dijo: -Oficial Sánchez, tiene el
traslado a la 44 en Liniers, allí va a poder continuar con el caso del Príncipe.
El comisario González lo está esperando.
Nadie
me quita de la cabeza que en realidad no quería tenerme laburando debido a mi
mala leche con el caso, dos veces se me escapó el hijo de puta.
Cuando
llegué a la 42, en Liniers, me recibió González muy sonriente, era un comisario
escrachado por los vecinos que lo denunciaban por dejar la zona liberada. Me
dijo: -Pibe acá tiene su escritorio, cerca de mi oficina, cualquier cosa me
consulta.
¡Qué
diferencia! escritorio con teléfono, computadora con internet y un ayudante,
una estudiante de perfiladora criminal que hacia la pasantía en la comisaría.
Adela Miraflores, oriunda de Larroque, Entre Ríos, tímida, inteligente y con
ganas de aprender.
La
estrategia fue la misma que en el caso
anterior, recorrer el barrio, reconocer los recovecos, la estación de trenes,
la Iglesia. El cadáver había aparecido sobre la calle Cosquín y la avenida Rivadavia
cerca de un negocio que vende cds truchos. En realidad todo el barrio está
instalado en el truchaje. Más tarde me enteré que coimeaban al comisario con un
“peaje” mensual y con eso, González hacia la vista gorda.
Le
dije a Adela, -Vamos a hacer una recorrida para reconocer la zona. La pibita
rápidamente agarró su cuaderno, su lapicera y al trotecito me siguió, yo camino
a las zancadas, y nos fuimos por la zona de la estación donde están los locales
de comidas al paso a ver que ambiente.
La
piba se puso pálida y me agarró fuerte del brazo cuando vió a los primeros
fisuras tirados en una ranchada al costado de la vía. Después agarramos para el
lado de la Iglesia de San Cayetano cuando una mina viene corriendo gritando que
le habían robado la cartera cuando bajaba del tren, me dice Adela: -¿Qué
hacemos Sánchez?. -Nada, le digo, sigamos con lo nuestro.
Recorrimos
el santuario, los boliches que hay en los alrededores, casi todas santerías, y
no ví nada que me llamara la atención.
Esa
tarde volví a la comisaría y me puse a registrar todo lo que había observado,
Gónzalez que ya se retiraba me dice: -¿Qué tal muchachos?, ¿Y vos chiquita,
cómo te trata el oficial?, y sin esperar respuesta se fue rápido porque tenía
un caso urgente que ver, los otros canas se sonrieron por lo bajo, después me
enteraría que tenía un fato en un prosti cercano, que por supuesto también
pagaba su cuota para poder funcionar sin problemas.
Yo
seguía obsesionado con el Príncipe de Mataderos, le ofrecí a mi compañera los
documentos, mis apuntes, ella anotaba y registraba con total responsabilidad.
Algunas fotos la hacían poner pálida y dar vuelta la cabeza, pero era corajuda
y le daba para adelante. Me dió el visto bueno con respecto al perfil y
coincidimos en continuar con la misma
táctica.
En
uno de esos días que no le encontrábamos la vuelta a nuestra búsqueda,
hablábamos de nuestras cosas, así fue que me enteré que el novio la había
dejado en banda un mes antes de casarse y había quedado muy deprimida hasta que
le salió esta oportunidad y se metió con todo.
Yo
le conté que me había separado después de cinco años de convivencia con una
chica muy buena, enfermera, que se terminó enganchando en Médicos sin
Fronteras, pero que sus continuos viajes fue desgastando nuestra relación, en
algún momento algo me dijo de un médico con el que se estaba conociendo.
Una
mañana nos dicen que hubo un intento de violación dentro de la cancha de Vélez,
pero que la minita había zafado porque apareció un tipo que oyó sus gritos y la
pudo socorrer. El delincuente desapareció al toque. La victima en medio de su
crisis lo identificó como un tipo grandote de pelo oscuro, de bigotes. Así que
no era el nuestro. Pero igual teníamos que investigar. El comisario Gónzalez se
ofreció para llevarnos en su coche porque tenía que hablar con uno de los
directivos. ¡Qué lo parió, qué cochazo! ¿Qué curro tendrá este con el fútbol?.
Nos miramos con Adela y los dos pensamos lo mismo, mejor enfocarnos en lo
nuestro. Con mi experiencia anterior no quería perderme del objetivo.
Cuando
llegamos a la cancha, nos bajamos del auto y González se fue muy sonriente
hacia las oficinas del presidente. Nosotros enfilamos por los pasillos
para la recorrida de reconocimiento.
Cuando
llegamos al lugar del ataque, después de investigar el espacio, vimos una
puerta, la abrimos y nos encontramos ante un pasillo poco iluminado que nos
condujo directo hasta el campo de juego. En un recoveco del pasadizo, vimos
banderas, cajas de bengalas, bombos, palos. Todo el arsenal de la barra brava.
Había que conocer muy bien el lugar para escapar por allí porque la puerta
estaba muy bien disimulada detrás de una pila de cajas con los bártulos que los
futbolistas usaban en las prácticas.
Decidimos
ir un día de partido para ver cuales eran los movimientos de los muchachos del
tablón. El domingo siguiente que Vélez jugaba con San Lorenzo, nos pareció
ideal, era una final de novela y las dos hinchadas se la tenían jurada. Seguro
que iba a ver guerra y después de ver el arsenal debajo de la escalera no nos
quedaban dudas.
El
domingo se apareció Adelita vestida con equipo deportivo, con gorrita, mochila,
me llamó la atención porque la piba siempre venía de trajecito, muy compuesta.
Pero resultó ser fana total de los del Fortín. Así que combinó el trabajo con
la pasión futbolera.
Mirábamos
el partido, la piba gritaba como la mejor y en el entretiempo le digo: -Ya
vengo, voy al baño. Tardé bastante porque había un montón de tipos haciendo
cola. Cuando vuelvo, Adela no estaba, la busqué y me quedé preocupado porque
tardó bastante en volver. Apenas me vió, me dijo muy sonriente: -Estuve
hablando con un tipo simpatiquísimo que se ofreció a contactarme con alguno de
los jugadores para que me firmen una remera. Genial, ¿no te parece?
No
dije nada, pero me quedó picando. Seguimos viendo el partido y no hubo ningún
desmán. Para los que les interese, el partido terminó empatado. El quilombo se
armó afuera, en los alrededores de la cancha, por las calles Roma y avenida.
Álvarez Jonte, hubo 3 muertos y 15 heridos. Los jefes de las hinchadas
terminaron internados en el Santojanni con heridas de armas blancas. Eran un
tal Indio Gerónimo que hacía años estaba al frente de la barra de Vélez y el
otro: Little Boy, era el nuevo jefe de la barra de San Lorenzo, que se había
ganado el liderazgo en una pelea sangrienta.
Me
dejaron de consigna en la puerta de la sala donde estaban internados los
heridos. Adela se fue para su casa, mejor, pensé, así mañana está despabilada
para seguir con la investigación. El lunes a primera hora, la pibita no llegó
tan temprano como esperaba, así que me puse a releer el expediente por milésima
vez.
-Sánchez,
apareció una minita muerta en un
volquete, vaya con Cruz a investigar, dijo nervioso el comisario González, ya
va el tercer caso, carajo, a ver si se mueven, no quiero este tipo de problemas
en mi comisaria, porque van a venir a joder los de asuntos internos.
Otra
vez el modus operandi del Príncipe. Volví a la oficina y me puse a laburar
sobre los nuevos informes.
El
martes llegué un poco más tarde porque me dí una vuelta por la 42 a ver si alguno tenía
noticias del caso. Me llevé algunos papeles que me tenían preparados los muchachos.
Al entrar a la comisaria de Liniers, ví que el escritorio estaba vacío, Adelita
no había llegado. Le envié un mensaje de texto y espere la respuesta. Me llegó
al rato. -¡Todo ok!. No quise insistir. La piba parecía muy reservada. Otra vez
me concentré en el trabajo y en esperar el resultado de la autopsia del crimen
del volquete.
-El
jueves me dice Benítez, un compañero, -Ché, un motoquero trajo estos papeles
para vos. Abrí el sobre y solo atiné a sentarme de vuelta en mi sillón, en
realidad me desplomé aturdido por el informe.
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