Isla sola Celia Elena Martínez
Desde
la playa se veía una isla a la que los habitantes del lugar nunca habían
llegado. Desde antaño se tejían leyendas misteriosas sobre los que vivían allí.
Las viejas brujas del pueblo decían haber visto en las noches de luna llena que
llegaba a la orilla una extraña sombra y caminaba por la arena hacia el pueblo,
era en ese momento en que todos se encerraban en sus casas.
Durante
el día no se veía movimiento en el islote, debido a que todo era espesura, la
llamaban Isla Sola. No era muy grande.
Las lanchas que cruzaban desde Buenos Aires tenían que bordearla para poder
llegar, pero lo hacían a bastante distancia y nunca se vio nada raro, ni
persona alguna, pero el temor estaba allí instalado.
Los
forasteros que venían acampaban al margen del río por donde entraban las
barcas, y gustaban de prender fogatas sobre la playa y cantar hasta tarde en
las noches. Ninguno hizo comentarios ya que la gente no hablaba demasiado con
éstos, eran como ellos mismo decían “chúcaros”.
Los
visitantes iban al pueblo solamente a hacer las compras de víveres, y ningún
comerciante les hablaba mucho, más que buenos días y pase bien cuando salían.
Éstos
solían ir en yates y allí dormían. Para los carnavales iban a la plaza del
poblado a ver los festejos y tampoco se daban con nadie.
Todos
miraban siempre hacia enfrente con curiosidad, usaban catalejos, pero nada se
veía, todo era un gran misterio que duró añares.
Hasta
que un día de verano, yo era una jovencita quinceañera, vino una gran sudestada
que inundó Buenos Aires, pero retiró las aguas del río en el lugar y se podía
caminar hasta muy adentro del afluente. Con mis amigos y amigas en la edad de
la inconciencia, decidimos nadar hasta Isla Sola. Llegamos a la otra orilla
casi caminando.
Nos
adentramos al lugar y vimos que todo se veía prolijo, sin plantas ni pasto
crecidos. Fue entonces que encontramos una casa que parecía confortable, nos
acercamos y salió una mujer mayor, casi anciana que nos recibió con una cordial
sonrisa y nos preguntó como habíamos llegado, le contamos que con la marea baja
lo logramos. Que sólo queríamos conocer el sitio. Nos recibió con bebidas y con
una torta que acababa de hacer. Estaba oscureciendo y la corriente había subido .Nos dijo afablemente
que podíamos pasar allí la noche y a la mañana siguiente nos llevaría con su
lanchita de vuelta. En nuestra inconciencia no pensamos que del otro lado
estarían más que preocupados.
A
media noche llegaron los de Prefectura, quienes conocían a María, pero ésta les
había pedido que no contaran nada de ella, no quería que nadie invadiera su
tranquilidad, así en medio del misterio vivía serenamente.
María
vivía allí desde siempre con sus padres primero y con su marido después, había
enviudado y no tenía hijos. Prefirió esa soledad a la vida pueblerina
La
sombra que se veía en las noches de luna era ella que iba a buscar su comida.
Las
brujas del pueblo también sabían de ella y la ayudaban con las compras.
A
la gente que venía en yates no le había llamado la atención su presencia en la
playa.
A
la comunidad se les había terminado el cuento de brujas.
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