lunes, 20 de enero de 2014

Allets Siram



Hay días así   Allets Siram

Hay días así…tan…tan…de campanas, que convocan, que atraen, que invitan, que piden. No como limosneros o mercaderes frente a los templos, sino más bien como agua mansa de  cristalino sonar. Son dulces, cariñosos, saben a leche materna, a locros de abuela, a matecito dulce con yuyos en una siesta provinciana, con aroma a  pan caliente.
Esos días consuelan, calman dolores, arrullan, cobijan. Guardan voces infantiles y amores tempranos. Tienen textura blanda y colores otoñales.
Cuando uno entra en ellos, el alma, piola,   respira fuerte.
Están también los días de furia,  de bronca, de injusticia. Huelen a animal acorralado, a excremento, a alfombras que ocultan vergüenzas, a armaduras oxidadas, a armas activadas, a vidas ninguneadas, a dignidades mancilladas. Tienen sabor a ausencias, a añoranza, a lo que pudo ser y no fue, a inframundo.
A ellos se entra con los dientes apretados, con la voz ronca, con la piel crispada, con la vista nublada, y un cacho de futuro se  escapa por la herida.
Están esos otros días, los que llegan cargados de sueños, de ilusiones, de utopías. Son etéreos, frágiles, enamorados. Traen la magia de lo posible, del puede ser…, del dale que…En ellos hay encuentro, re-encuentros, largas charlas, proyectos. Huelen a fruta madura, a mesa tendida, a  cuerpos de perfecto encastre,  a rocíos de querer.
Ellos sacan sonrisas cómplices, carcajadas sonoras, dolores de parto y expectativas llenas de asombro.
En ellos todo parece posible y cuando se los transita,  uno corre el riesgo de querer cortar el hilo de Ariadna.
Y están esos otros  días…como llamarlos?... Eclécticos!  Si, tan hábiles para robar un poco de cada otro. No les importa ni el tiempo, ni la hora, ni la geografía, ni la moral, ni lo que debe ser. Inesperados, espiralados, caprichosos y adoctrinados. Tiernos y peligrosos, con manos de lana y de lata, como los duendes, son viento norte y brisa marina, pampa verde y desolada cordillera. Escapan del entendimiento, del sosiego y de la prisa.
Ellos te sorprenden  como ciertas visitas, te paran, te acuestan, te ayudan a caminar y te detienen, azarosos y asertivos, hechos de fuego, de hielo, de tempestad y de calma.
Esos son los días en los que sólo nos queda aceptar el reflejo de nuestra propia humanidad.

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