De utilería Hilda Lujambio de Halfon
Hacía
horas que llovía. Ángela terminó de lavar los platos, acomodó un poco la cocina
donde había almorzado con Anita y se encaminó a su cuarto.
Se
recostó, más para dar rienda suerte a sus emociones, que para descansar. Los
gatos, Amadeus y Beethoven (así los había bautizado su madre, profesora de
música), se acomodaron junto a sus pies;
su proximidad, la tibieza de sus cuerpos le produjo cierto bienestar. La
embargaba una sensación amarga y nueva.” Todas son pérdidas”, pensó. Hacía poco
más de un año que había muerto su madre, quien se mostrara silenciosa y apática
en sus últimos tiempos. Ángela, que tenía un carácter alegre y entusiasta se
vio afectada por esto. Su partida fue un dolor grande; nunca se habían
separado, ya que ella, al casarse, siguió viviendo en la casa matena.
Transitaba
ese duelo cuando de un día para otro enfermó Pedro; el diagnóstico fue terminante:
el proceso era irreversible.
Todo
resultó vertiginoso, en menos de dos meses se produjo el desenlace. Otro gran dolor. Fue muy difícil para Ángela adecuarse a la
situación, aceptar las ausencias. Solas ella y Anita en esa casa tan grande. No
hizo grandes cambios. Con esfuerzo por la pena que la atravesaba, donó la ropa
de ambos y algunos elementos domésticos. Todo siguió como antes. Herminia
continuó yendo dos o tres veces por semana a limpiar la casa.
Afortunadamente,
ella debió seguir con sus horas de
cátedra, y con la Escuela de Adultos.
Anita iba a la facultad por la mañana y
tenía algunas actividades por la tarde. La relación entre ambas se estrechó, y
sin darse cuenta o dándose cuenta, se aferró a su hija, su vida comenzó a girar
en torno a Anita.
Ese
día estaba particularmente sensible;” la lluvia”, pensó. La casa estaba en
silencio, sólo se oía el golpeteo de las gotas sobre el techo.
Anita
estaba en su cuarto, estudiando.
Se
preguntó entonces, a qué se debía esa sensación amarga. Inmediatamente lo comprendió. Ese fin de semana Anita había llevado a cenar
a Gustavo, formalizando una relación que llevaba varios meses. Ángela
comprendió que el vínculo entre ellos era fuerte; ahí estaba la razón de sus
sentimientos y pensamientos tan contradictorios. Por un lado, siendo Anita hija
única, era muy saludable que armara y se comprometiera en una relación amorosa;
como madre, siempre lo había deseado; pero al mismo tiempo, no cabía ninguna
duda de que esta situación la colocaba a
ella en un plano secundario; así
lo sentía y de ahí esa nueva amargura. Se fue adormeciendo…
-Mamá,
mamá-
Fiel
a su estilo, Anita entró como una tromba al dormitorio - Se me hizo tarde, me
voy a la clase de piano, vuelvo a las 9. Te pido por favor que cuando vayas a
la escuela, pases por la confitería de la esquina y compres una torta, la que
te parezca, porque los padres de Gustavo me quieren conocer y me invitaron hoy a cenar-
La abrazó, la besó y salió tan rápido como había entrado.
Un
poco aturdida todavía, Ángela pensó: “Hoy lunes, no sé qué voy a conseguir”.
Su
buen carácter la ayudó una vez más.
Sacudió la cabeza para ahuyentar los pensamientos con los que se había
dormido.
Salió
al jardín, levantó la vista y descubrió el parpadeo de un sol gris; la lluvia
había intensificado los colores y las fragancias del jardín; en el verde intenso de las hojas temblaban aún pequeñas gotitas,
el jazmín lucía radiante y su aroma lo invadía todo. Respiró profundamente
varias veces
En
un rato saldría para la escuela, le alegró la idea.”Hoy va Mirta, le voy a
contar lo de Anita y Gustavo, no deja de ser una buena noticia”, se dijo
tratando de encontrar un consuelo.
Merendó,
se vistió lentamente y salió para la escuela. Antes debía pasar por la
confitería.
-Buenas
tardes.
-¿Qué
tal, señora Ángela? ¿Qué anda buscando?
-Veo
que no tenés casi nada.
-Sí,
los lunes es así.
-Bueno,
dame esa torta de ricota, hacé un lindo paquete; esta noche mi hija va a
conocer a sus suegros, y quisiera que dé una buena impresión-. Al decir esto
volvió a meterse en sí misma, en sus sentimientos encontrados…
-Listo
señora Ángela, -dijo la empleada, volviéndola a la realidad.
-Muchas gracias, me voy para la escuela.
Caminó
ágilmente, quería llegar temprano y charlar un rato con sus compañeras; no perdía
oportunidad de pasar un momento agradable, era su naturaleza que la impulsaba a
buscar siempre la manera de sentirse
bien.
Ya
hacía más de una hora que estaba en el aula que ese día compartía con
Mirta. Había dejado el paquete con la
torta sobre el escritorio, y empleando su mejor tono y una gracia algo forzada,
le contaba a su compañera que esa noche Anita conocería a sus futuros suegros.
De
pronto entró al aula una mujer exaltada, casi desorbitada; era la dueña de la
confitería.
-¡Señora
Ángela!, ¡señora Ángela! Suerte que la encontré a tiempo ¡La torta que le envolvieron
es una torta de utilería!
Estallaron
en risas que se prolongaron largo rato. Entre carcajadas, imaginaban la escena
que se habría producido cuando, a la hora de los postres, hubieran intentado
servir la torta.
Nada
mejor que esta situación equívoca y graciosa para aliviar ese día el dolorido
corazón de Ángela.
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