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Noemí Cuevas
Equelize Noemí Cuevas (a mi
nieto Ezequiel)
-Abuela,
un día me hacés un juguito de “Arcoiris”…
La Abuela
salió al jardín y llenó diez jarras de luces de colores, se las llevó al nieto
y abrazándolo le dijo que afuera estaba tan lleno de arco iris, que el cielo
parecía una fiesta.
Equelize
tenía tres años. Era mucho más hermoso que cualquier arcoiris, en realidad, los
arcoiris estaban adentro suyo. Sus ojos eran mucho más dulces que su mirada, la
que indagadora, atravesaba cuanto observaba.
Salió al
jardín luego de haberse bebido las diez jarras de colores, comenzó a juntar en
una bolsita todo el aire que podía contener. Le pesaba tanto aquella bolsa, que
al llegar al cuarto la abrió y dejó que aquel bullicio de color se extendiera
por todas partes.
-Abuela,
cuando mi papá y mi mamá eran bebés, ¿quiénes eran mi papá y mi mamá?; la
Abuela salió al jardín y le pidió a todos los árboles que le dieran una
respuesta para aquella pregunta porque evidentemente el niño sabía que siempre
había vivido.
-Cuando
ellos eran bebés, vos no necesitabas papá y mamá, porque eras el aire, el sol,
las estrellas, todos los caminos y todas las flores, todos los pájaros y todos
los mares. Estabas muy cerca de ellos, y ni ellos ni vos lo notaban, como
seguramente en el aire, en el sol, en la hierba, en todo lo que
vive y es bueno están los que van a ser tus hijos.
Equelize
abrazó a la Abuela. La miró, y en sus ojos una larga sonrisa que la envolvió
para siempre.
Salió al
jardín. Comenzó a correr, a saltar, a estirar los brazos, a reír, a dar vueltas
carnero en el césped, y a hacer equilibrio sobre un banco hecho con el tronco
de un árbol.
Se
aquietó de pronto. Acurrucado y suave, abrazó a ese banco-árbol y le murmuró
con su boca pegada a la corteza:
-Árbol,
un día te moriste y entonces te acostaron, y entonces los nidos se volaron con
los pájaros, y las ramas te quedaron chiquitas. Ahora sos un banco que vive en
el jardín. Yo te camino. La Abuela por las tardes se apoya en vos y te lee
libros.
-Árbol,
cuando eras una semillita, ¿tenías una Abuela que te contaba que siempre estuviste
en la vida porque estabas en el aire, en el sol, en la hierba, y que todos los
bosques que todavía no crecieron, también están allí esperando que les toque el
momento de nacer?
-Árbol,
cuando eras una semillita, ¿tenías una Abuela que te hacía juguito de arcoiris?
El buen
árbol-banco silencioso lo contuvo. Lo dejó hacer con él lo que quisiera, le
permitió que lo montara, que hiciera equilibrio, que se echara a soñar.
Equelize
creció, ahora es un adolescente, y se bebe la vida montado en una bicicleta; la
Abuela lo mira, lo ve partir, Equelize siempre se va.
A veces
parece que le quisiera ganar a las horas. A veces viendo qué le gusta y qué no,
pareciera que la vida se le hace chiquita, o que el tiempo se le hace demasiado
extendido. Tal vez, piensa la Abuela, sigue buscando los colores que de tan
chiquito se quería beber. Tal vez sigue tratando de entender quienes eran su
papá y su mamá cuando su papá y su mamá eran bebés. Tal vez, el hermoso
Equelize trata de comprender, sin poderlo todavía, cómo es posible que exista
el gris, si nada es tan prodigioso como una jarra llena de juguito de arcoiris.
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