EL PACTO Analía
Temin
Martín
y Horacio llegaron a las seis. Horacio se adelantó y tocó el timbre. Martín se
quedó unos pasos más atrás. Laura abrió la puerta.
Laura
y Martín se miraron a los ojos largamente, ella se sintió subyugada por la
dulzura con que él la observaba y transmitía seguridad, confió plenamente,
ambos sonrieron con ternura y aprobación. Horacio esperó paciente el cruce de
las miradas que, está por demás decirlo, fue un saludo íntimo, silencioso pero
intenso en el que parecieron decirse todo.
Ella
volvió la vista hacia Horacio que a su vez aguardaba el momento de saludarla,
se contemplaron como aprobándose uno al otro y solo entonces Horacio tomó entre
sus manos las suaves y cálidas mejillas y le besó con dulzura los labios,
luego, levantó por el mentón su rostro y recorrió con la lengua, apenas, su
cuello, inspiró intensamente el perfume, dulce, que le sentaba muy bien y
recogiéndole un poco el pelo, buscó su oído y le dijo: “linda, hermosa”. Laura
no respondió, no hacía falta, solo giró la cabeza buscando el rostro de Martín
quien a su vez le insinuó un beso desde donde estaba.
Entraron.
El living olía a sándalo, algunas pequeñas velas encendidas y la luz tenue de
una lámpara junto con la música, suave y adecuada, generaban un ambiente
propicio, ideal. Cerca de los sillones, en una mesa ratona, tres copas y una
botella de buen malbec, parecían convidar, en la misma mesa, una bonita fuente
ofrecía, generosa, un puñado de frutillas. Horacio se tomó el atrevimiento de
descorchar y servir el vino.
Martín
acercó su copa a la de Laura y brindó: “Per tanti anni”- Ella le clavo una
mirada entre cómplice y pícara y solo asintió con la cabeza. Ambos miraron a
Horacio levantando sus copas al mismo tiempo para brindar con él. Horacio hizo
lo mismo con la suya y deseo: “Por ustedes”.
En ese momento, sonaba,
incitante, “I Just Want To Make Love To You” de Etta James. Horacio dejó su copa y la de ella en la mesa ratona y
la tomó por la cintura para bailar. Martín se sentó en el sillón de un cuerpo,
con su vino, para mirarlos. Sensuales, entre cadencias y contorneos fueron
entrando calidamente en confianza, luego él la estrechó fuerte contra su
cuerpo, besó su cuello y mordisqueó sus hombros despacito, acariciando al mimo
tiempo su espalda, con lo cual, la falda del vestido se elevó generosamente,
casi hasta los glúteos, dejando descubiertos sus bien formados y níveos muslos.
“Mmmm, muy sensual, bonita…”- pronunció Horacio- al tiempo que le tomaba la
mano y la conducía hacia el sillón de tres cuerpos. Él se sentó esperando que
ella hiciera lo mismo, a su lado. Ella se apartó un momento para buscar una
frutilla de la fuente, entre tanto él se quitaba la camisa y el calzado
quedándose solo en jean. Jugaron un rato con la fresa hasta que la misma fue
desapareciendo de a poco entre los carnosos labios de Laura, algunos suspiros
acompañaron el juego.
Martín,
los observaba con gran expectativa y exaltación, sin intervenir. Laura lo contemplaba,
adivinando su excitación y deseo.
Horacio
buscó una pequeña pluma que traía en el bolsillo de la camisa, ella adivinando
su intención se recostó en el sillón y lo dejó hacer. Él, recorrió con la pluma
sus piernas, desde los pies hasta el comienzo de la falda, no llegó hasta el
pubis, ella le ofreció su pecho, donde el escote del vestido era amplio. Al
contacto con la pluma sus pezones turgentes despuntaron sin necesidad de que la
pluma los rozara, Laura gimió y deseó intensamente a Martín a través de las
caricias de Horacio. Martín apretó fuerte las mandíbulas y los puños y también
sintió su propia erección pero se contuvo de participar.
Los
juegos y caricias, a modo de preliminares, continuaron por un rato, entre
miradas, suspiros vaporosos, erecciones húmedas y espasmos temblorosos.
Escasas
palabras se escucharon durante todo el encuentro, más bien reinaba un silencio
que resultaba cómodo para todos, a la vez que, misterioso, daba lugar a los
quejidos, jadeos o gemidos.
Martín
tomó un pañuelo de seda y se lo alcanzó a Horacio, éste ayudó a Laura a incorporarse
en el sillón y una vez que estuvo sentada le vendo los ojos. Laura tanteó con
sus manos el pecho de Horacio y lo recorrió en una caricia tersa, él la besó en
la boca dejando en sus labios su propio deseo para luego alejarse, tomar sus
prendas y en silencio, como de incógnito salir de la escena, de la casa.
Martín
tomó la mano de Laura como indicándole levantarse. Ella se puso de pie y buscó
su rostro con la otra mano, entonces supo que era él y se dejó llevar. La
condujo hasta el dormitorio donde sucumbieron, entrelazados sus cuerpos, en una
noche de renovadas lujurias y sexo.
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