PASARON MUCHOS AÑOS
Nunca fuimos novios, siquiera
intercambiamos un beso. La diferencia de edad en ese momento pesaba, yo tenía
catorce años y ella apenas once, pero mi
atracción hacia ella era incomparable con el resto de las chicas del
grupo, aun las de mi misma edad.
Recuerdo
cuando con mis compañeros estábamos parados en la esquina de Callao y
Corrientes y ella pasaba todos los mediodías con el micro de su colegio y me
saludaba con una sonrisa. Como esperaba ansioso, ese fugaz pasaje. Sólo eso
bastaba para colmar mis deseos y me daba el impulso necesario para continuar el
día, y esperar el próximo.
El fin de
semana, nos volvíamos a encontrar, pero no estábamos solos sino con el resto
del grupo, no obstante nos cruzábamos las miradas, y en ese instante percibía
que me sonrojaba. Así pasamos varios
años. Nunca se daba la ocasión para estar solos, tampoco yo la buscaba, ni
tenía la necesidad imperiosa de decirte lo que sentía. Es más, no se ello se
debía a que tenía el temor que mi interés por ella, no iba a ser correspondido.
Las pocas
oportunidades que tuvimos de cambiar algunas palabras, eran sobre cuestiones
intrascendentes, pero jamás sobre nosotros, tampoco pude transmitirle mis
sentimientos.
Transcurrieron
los años y con ellos los noviazgos y las rupturas, si bien no nos veíamos
esporádicamente, ambos teníamos conocimiento a través de amigos comunes de
nuestras relaciones sentimentales y sus frustraciones.
Un sábado a
la tarde de casualidad nos cruzamos, y espontáneamente te invité a salir a la noche. Cuando nos
encontramos le di un beso en la mejilla
y al sentir el calor de tu piel volví a sonrojarme.
Recorrimos
varios lugares de moda, hasta que terminamos en una famosa casa de té en la
zona de San Fernando, allí la intimidad, nos permitió recordar los gratos
momentos que pasábamos en grupo y como nos divertíamos, luego hicimos un
racconto de los años vividos durante nuestro distanciamiento. Todo estaba bien,
pero no pasaba de estar bien. Ninguno de los dos intentó ir más allá. Confieso
que no tomé la iniciativa, pero tampoco advertí en ella ningún gesto que me
invitara a tomarla. Esa fue la última vez que nos vimos.
De aquel
encuentro pasaron cuarenta años, a veces me pregunto si tendría que haber sido
más impulsivo. De algo estoy seguro: si sorpresivamente la encontrara volvería
a sonrojarme.
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