EL DIABLO TOCABA EL VIOLÍN
El diablo
tocaba el violín.
Las calientes puertas del infierno estaban
abiertas de par en par.
Por allí
salían sonidos intensos y armoniosos.
Muy bien
afinados y excelentemente ejecutados.
Ella sabía
quedarse acurrucada junto al diablo y el violín a disfrutar del concierto en la
puerta de ese infierno de gloria.
Gozaba de
esos sonidos majestuosos del violín y de la ejecución del diablo, sofocándose
con el calor del fuego y del amor que le tenía.
De repente
le empezaron a doler los oídos.
Parecía que
se le perforaban.
Necesitaba
tapárselos para no sufrir.
Le
imploraba, con sus ojos angelicales, que dejara de tocar su violín.
El diablo se
empecinaba en seguir tocándolo como si no le importara el sufrimiento del ángel
amado.
Solamente le
importaba el placer de siempre.
No le
bastaron sus lágrimas para dejar de hacerlo.
Sólo dejó de
tocar cuando el ángel salió corriendo y se arrojó desesperada al fuego ardiente
de las llamas eternas de ese lugar donde se consumían juntos de amores
apasionados y eternos, con música y fuego.
Así terminó
todo.
El diablo
dejó de tocar y ella se convirtió en cenizas angelicales.
El diablo,
loco de amor por la pérdida de su ángel de adoración, se tiró detrás de ella,
en su mismo infierno y todo fue silencio cuando terminó de apagarse el fuego de
los amores de los dos incendiados y consumidos por las llamas.
No hubo más sonidos ni lágrimas.
Ni del
violín del diablo ni del ángel enamorada del virtuoso.
Empezó a
escucharse sólo el llanto fuerte y desgarrador del diablo por haber perdido su
único ángel de ese infierno personal y privado.
El diablo
quedó condenado para toda la eternidad en el fuego sin poseer más al ángel
salvador.
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