jueves, 18 de abril de 2013

RICARDO A. ALLIEVI




EL DIABLO TOCABA EL VIOLÍN  

El diablo tocaba el violín.
Las calientes puertas del infierno estaban abiertas de par en par.
Por allí salían sonidos intensos y armoniosos.
Muy bien afinados y excelentemente ejecutados.
Ella sabía quedarse acurrucada junto al diablo y el violín a disfrutar del concierto en la puerta de ese infierno de gloria.
Gozaba de esos sonidos majestuosos del violín y de la ejecución del diablo, sofocándose con el calor del fuego y del amor que le tenía.
De repente le empezaron a doler los oídos.
Parecía que se le perforaban.
Necesitaba tapárselos para no sufrir.
Le imploraba, con sus ojos angelicales, que dejara de tocar su violín.
El diablo se empecinaba en seguir tocándolo como si no le importara el sufrimiento del ángel amado.
Solamente le importaba el placer de siempre.
No le bastaron sus lágrimas para dejar de hacerlo.
Sólo dejó de tocar cuando el ángel salió corriendo y se arrojó desesperada al fuego ardiente de las llamas eternas de ese lugar donde se consumían juntos de amores apasionados y eternos, con música y fuego.
Así terminó todo.
El diablo dejó de tocar y ella se convirtió en cenizas angelicales.
El diablo, loco de amor por la pérdida de su ángel de adoración, se tiró detrás de ella, en su mismo infierno y todo fue silencio cuando terminó de apagarse el fuego de los amores de los dos incendiados y consumidos por las llamas.
No  hubo más sonidos ni lágrimas.
Ni del violín del diablo ni del ángel enamorada del virtuoso.
Empezó a escucharse sólo el llanto fuerte y desgarrador del diablo por haber perdido su único ángel de ese infierno personal y privado.
El diablo quedó condenado para toda la eternidad en el fuego sin poseer más al ángel salvador.

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