jueves, 18 de abril de 2013

MARCOS R. RAMOS




ME PAREZCO A ROUSSEL CROW

Cuando la vi por primera vez no reparé demasiado en ella, de pelo corto y casi la mitad de mi edad decididamente no era del tipo de mujer que buscaba siempre. Supe, por comentarios de las empleadas de la fábrica, que yo le había causado "otra" impresión.
-Es tan elegante con esa barba. Se parece a Roussel Crow- había dicho.
-¿De verdad me le parezco?- le pregunté al Tuerto Ibáñez.
-Estás más parecido a la Tota Santillán- contestó agarrándome la panza.
Me miré al espejo, era cierto. Por mucho tiempo había postergado la dieta; no era la ropa lo que se había encogido con el lavado sino que era yo el que se había agrandado con el pan y los alfajores.
Pensaba en la Tota Santillán que todas las semanas salía con una rubia infartante distinta y cada vez estaba más gordo, quizás la moda había cambiado y los "gorditos" nos habíamos vuelto una pieza codiciada por las mujeres. Pero no me engañaba tanto, él aparte de kilos tenía dinero e influencias.
Yo en cambio no tenía nada de valor, vivía en un departamento que me prestaba mi hermano. El registro de conducir me había permitido sobrevivir haciendo fletes para la empresa con una camioneta ajena. Simplemente era un pobre diablo de cincuenta años en el que se estaba fijando una chica de 25; no era ninguna de esas vedettes que salen en la revista Paparazzi pero, viéndola mejor, no estaba tan mal y yo no era precisamente Roussel Crow, ni siquiera la Tota Santillán.
Desde que enviudé, hace quince años, me había tirado al abandono y no había, aunque sea una sola vez, intentado iniciar una relación seria con alguien. Sólo prostitutas, una distinta cada quince días a fin de no generar acostumbramiento ni afecto y si son de distintos lugares, mejor.
Una vez intenté hacerlo con un travesti que era idéntico en todos sus atributos físicos a María Eugenia Ritó, pero fue al ver su "atributo" colgando que desistí de la idea y pagué sin consumir. Prostitutas, albergues, el cabaret, demasiada bebida demasiado pagada, con razón nunca me quedaba un peso en el bolsillo.
Me miré de vuelta en el espejo del baño, vi mi barba desprolija de días, pensé en mi joven admiradora y me dije: "Es cierto, estoy viejo, pero me parezco a Roussel Crow."

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