LAS CHICAS DEL ADIÓS
El culto a la belleza y los cuidados del
cuerpo vienen de lejos y han sido compartidos por ambos sexos. Las mujeres de
Egipto aparecen en los frisos que las representan con miembros alargados,
rostros afilados y manos de largos dedos y uñas pulidas pintadas de color.
Masculinos
con perfil de águila y sus damas, usaban tintes oscuros para remarcar el
delineado de las cejas, que otorgaba a los ojos un rasgado misterioso,
atractivo y tremendamente sensual. Mika Waltari nos contacta con la presencia
de una beldad llamada Nefertiti. Mujer codiciosa que utilizaba a la belleza
como anzuelo para convencer a un médico real que recibiría sus favores previa
entrega de la tierra donde él debía enterrar a sus padres. Gravísimo ataque a
la moral de un hombre de ese tiempo, cuando el culto a los muertos era sagrado…
y la tentación una orden del día. Al parecer, el mayor atractivo de la mujer
que enloqueció a Sinhué, fue el misterio. Una distancia física utilizada con
afinada perfección por la trastornadora de hombres.
Revisando
pinacotecas afamadas, se advierte que la piel y el hueso pasan de moda. Las
damas de Goya exponen sin miedo sus rollitos; los hombros que se descubren
tientan con su redondez madura, propiciando el roce o el mordisco y los senos
se descubren. Un caballero ligeramente cínico me dijo una vez: los metros de
tela para vestir mujeres son siempre los mismos. O se pone a la vista lo de
arriba, o se acortan las faldas. En ese pasado, damas y damiselas que podían
ser reinas o cortesanas, usaban la esquelita y la hondura del escote para intercambiar
citas escandalosas dentro de sábanas ajenas. Un músico contratado, o un bardo,
alzaban la voz para entonar melodías dulzonas o leer sin prisa poemas
escabrosos que avivaban el jueguito sexual de la pareja sin escrúpulos pero con
ganas. Socializando, usaban abanicos para resguardar la risa y las vestiduras
pesadas y las pelucas les prestaban aires de damas austeras, distantes y
misteriosas.
En nuestro
tiempo - y acá me modernizo del todo - las muchachas no solamente se entrenan
en el comer poquito y vomitar como rutina y sin asco, sino que a eso le suman
toda clase de gimnasias agotadoras, pesas y aparatos que estiran, ablandan o
muchas veces endurecen a los castigados músculos. Ninguna está informada que no
todo aparato o rutina le conviene a su esqueleto. Está de moda, lo usa una
fulana que es un hembra súper increíble, exhibida en la tele, por la que se
pelean con palabras soeces dos seudo masculinos tatuados y cincelados a nuevo
porque tienen un dinero llovido del cielo que les permite tales cambios y por
los que ellas suspiran. Ésa es vida. Hacia ahí dirigen sus esfuerzos. A eso se
reducen sus grandes metas existenciales. Y allá van.
Salir de
noche un viernes es la justa. Pegar con la pelota en el arco. Los viernes los
lugares de onda están repletos. De parejas y de singles tentadores. El sábado
es maso y el domingo un verdadero quemo.
Las
jovencitas vienen con una amiga o dos. Todas delgaditas y lindas, aparecen en
la media luz tapadas con pedacitos de tela, breteles resbaladizos y pechitos
que buscan con urgencia un par de manos hábiles acostumbradas a manejar
billetitos verdes. Se acomodan en la barra. Sonríen al barman, así el trago
pedido llega bien cargado. Con la boca, beben. Los ojos se pierden donde acaba
la vereda y los solos estacionan los automóviles. Si el vehículo es de marca y
nuevecito deja de importar si el que desciende es bajito o alto, pelado o lleno
de rulos, con cara de yo no fui o de truhán. La noche se escabulle, hay que
pescar a alguien divertido, movedizo y sin anillo, mejor. El anzuelo está
echado. Transformadas en sirenas de leyenda, no atraen al candidato con cantos.
El conjuro aparece con la risa, el largo estupendo de las piernas y la redondez
de un traserito logrado mediante el látigo del entrenador. Que no es látigo, pero
el tipo las destruye mirándolas con lástima cuando dicen estar cansadas y
pretenden huir de la fatigosa rutina.
Beben juntos
varias copas riendo como chicos. Bailan apretaditos durante toda la noche. A él
le gusta la piel de la jovencita. La desfachatez con la que habla. La entrega
con vestido, zapatos de tacón y melena despeinada donde nada se oculta. La
ligereza del parloteo comienza a aburrirlo. La estrecha con renovado
entusiasmo, silabea una propuesta y se marchan hacia el departamentito de un ambiente
que él tiene alquilado con un par de amigos de la facu. Llevan un siniestro
almanaque, donde se establecen con rigor los días de ocupación correspondientes
a cada uno. Él no sabe su nombre. Ella no conoce lo que él estudia y da por
sentado que se enterará mañana. No existen mañanas, ni trajes de novia, ni
velos nupciales para estas chicas del adiós. Son hojas al viento desprendidas
de hogares disociados y padres corriendo a mil para veranear ese año en un
lugar más o menos decente.
Nadie las
mira a los ojos cuando son depositadas en sus puertas. Nadie las abraza o las
olfatea para percibir qué estuvieron fumando.
Mañana a la
tarde la madre asiste a su reunión con gente interesada en formar a
adolescentes; hablan de valores, de colegios donde se aprenden los recaudos del
sexo como madres modernas y se anotan para visitar barriadas donde las mujeres
están desinformadas. Los refranes alcanzan la fama por algo: "La paja en
el ojo ajeno y el leño en el propio", es el corolario acertado para este minúsculo
mensajito de lo que veo con tristeza si detengo mi atención en la calidad del
lente que usa parte de esta sociedad globalizada.
Publicado
en Con voz propia, revista dirigida por Analía Pescaner
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