Manías
Miguel Abalos
Creo
que todos los seres humanos tenemos nuestras manías -por llamarlas de alguna forma-
que en el correr de los años van en aumento hasta que se convierten en algo
casi patológico. Por ejemplo cuando después de cerrar la puerta -desde afuera
cuando se sale o desde adentro para irse a dormir- se verifica en más de una
oportunidad si quedó bien cerrada, tratando de disipar la duda de haberla
dejado abierta.
Fue
el caso de Andrés Peralta, que ese verano de iba de vacaciones con su mujer. Ya
llevaba recorridos ochenta kilómetros rumbo al este -concentrado en el tránsito
de la ruta y con la mirada atenta a la raya blanca que divide la carretera en
dos- cuando empezó a repasar mentalmente si había dejado las cosas en orden en
la casa vacía. Cada vez que se iban por muchos días, la preocupación por dejar
todo en condiciones lo ponía muy nervioso.
Pensó
en la llave general del agua; una avería en la cañería de entrada podía
provocar una inundación, ¿la había cerrado? "¡Claro que sí! -le dijo su
otro yo- te arañaste la mano derecha con las espinas del rosal que cubre el
contador". Andrés se miró el rasguño complacido, le comprobaba el cierre
de la llave.
¿Había
bajado las persianas? Sí. Una de ellas se le trabó y tuvo que hacer fuerza,
apretándose un dedo que todavía estaba hinchado. ¡No había duda! Ahora su mente
fue al contador de la luz, que estaba en una parte alta. Usó la escalera chica,
estiró el brazo para apagar la llave y se golpeó el hombro contra la pared. Aún
le dolía… eso también estaba bien.
Ahora
trataba de recordar el momento en que había cerrado la llave del gas.
Febrilmente, buscaba un indicio que lo llevara a la total seguridad de haberlo
hecho. No iba a suceder nada pero, un pequeño escape podía convertirse en un
peligro… imaginó la casa explotando en mil pedazos. Estaba en plena ruta, en
medio de un tránsito intenso y rápido. Trató de serenarse… sin lograrlo. Dos
minutos después, dándose cuenta que su inquietud iba en aumento, detuvo el auto
en uno de los descansos de la carretera.
-¿Qué
pasa? -preguntó su mujer-
-Creo
escuchar un ruido en la parte de atrás -mintió-
Miró
las ruedas y abrió la valija del coche. Respiró profundo tratando de calmarse y
poder continuar el viaje en paz consigo mismo. Su otro yo -que a esa altura se
había convertido en un irónico indeseable- le decía: "Sos un idiota, tanto
cuidado y no cerraste la llave del gas, ¡es para no creer!, justo vos que sos
tan cuidadoso".
Volvió
al volante y le dijo a su mujer que el ruido era un bolso que estaba mal
puesto.
No
lograba equilibrarse. Tomó la decisión que le revoloteaba la mente y preguntó:
-¿Vos
cerraste la llave del gas?
-No.
Nunca lo hago, siempre te ocupás vos. ¿Te olvidaste?
-No,
no. Todo está bien.
Un
momento después -a cien kilómetros por hora- se incrustaba en la parte trasera
de un semiremolque.
Cuando
despertó ya no estaba en este mundo. Observando "desde fuera", se
tocó la frente y se encontró un pequeño chichón… ¡El golpe contra la pileta
cuando cerró la llave del gas…! ¡Ah! ¡En la casa todo quedó en perfectas
condiciones como para estar tranquilo! Ahora lo único que lamentaba era el accidente.
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