Los cuentos del ombú Raquel
M. Barthe
Lo
divisé desde lejos.
Solitaria
y eterna, la desmesurada figura del ombú se erguía en la pampa infinita. Árbol
o no, allí estaba, ofreciéndome su sombra, en medio de la llanura.
Mi
caballo y yo éramos apenas una mota sin sombra en el paisaje.
Llegamos
y me acomodé en ese pedestal de raíces que se sumergían en la tierra.
Al
Teyú lo desensillé para que retozara a su antojo.
Era
la hora de la siesta, o de los lagartos, como dicen algunos porque a esos
bichos les gusta calcinarse al sol.
Me
recosté contra el tronco y me adormecí.
Al
ratito, sin saber si estaba despierto o dormido, escuché la voz del ombú.
Fue
apenas un susurro y pensé que era el viento entre las hojas, pero no había ni
la más leve brisa. Ni un pasto se movía.
Todo
estaba tan quieto que creí que hasta el tiempo se había detenido; no obstante,
la voz del ombú caía sobre mí como gotas de rocío que se descolgaban desde sus
hojas: una lluvia de palabras acomodándose para formar una guirnalda.
Porque
el ombú me hablaba; me dijo que me contaría un cuento de carpinchos.
Y
yo le creí, ¿por qué no?
También
me dijo que de cada rama colgaba una historia o una leyenda diferente y que,
las más secretas, las guardaba bajo tierra, entre sus raíces. Pero ésas las
contaba sólo de noche.
Y
yo le creí, ¿por qué no?
"El
carpincho Clemente, que vivía en los esteros del Iberá..." empezó a
contar, "era el único que había descubierto el camino que lleva al
misterioso pueblo Mboré o Emboré. Ese pueblo de casas sin puertas ni ventanas,
perdido en la selva misionera...".
¿Para
qué alguien podía construir casas sin puertas ni ventanas?
Y
se lo dije, pero al ombú le molestó que lo interrumpiera y me contestó de mal
modo que no eran casas para vivir, sino para guardar tesoros.
Y,
antes de que pudiese preguntarle cómo podían meterlos si no tenían aberturas,
prosiguió: "entraban por subterráneos cuyas bocas se hallaban bien ocultas
y Clemente había descubierto que una de ellas se abría bajo el agua cristalina
del estero...".
"¿Y
cómo llegó el carpincho a Misiones, si vivía en Corrientes?" pregunté.
El
ombú se impacientó: "¡Silencio! Eran tesoros fabulosos y quienes
construyeron el pueblo y lo transportaron, desaparecieron...".
Me
callé la boca y el ombú continuó, "y con ellos los rastros que llevaban a
Emboré, que se perdió para siempre."
Aproveché
la pausa para preguntar si nadie lo había buscado y me dijo que sí; que una vez
le pagaron a unos peones para hallarla, pero después de un tiempo volvieron
contando que allá estaba Emboré, aunque fue imposible entrar en aquellas casas
herméticamente cerradas y, al regresar para buscar refuerzos, se habían
perdido.
Y
yo le creí, ¿por qué no?
Sin
embargo el mismísimo ombú opinó que seguro lo habían inventado para darse importancia
y justificar lo cobrado sin hacer nada; sólo divertirse. "El único que
encontró la entrada subterránea, fue Clemente..." decía.
No
lo dejé terminar; ensillé al Teyú y continué mi camino.
Preferí
achicharrarme bajo ese sol que quemaba la tierra a perder el tiempo escuchando
las mentiras del Ombú.
Porque
todo parecía cierto, pero, ¡miren si le iba a creer que un carpincho podía
tener un nombre tan ridículo como "Clemente".
Cuento
de base folclórica del litoral argentino, basado en la leyenda de Emboré.
Fuente de la leyenda: AMBROSETTI, Juan
Bautista, 1865-1917. Supersticiones y leyendas : región misionera, valles
calchaquíes, las pampas. -- Buenos Aires : Rosso, [191-]
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