martes, 17 de febrero de 2015

Raquel M. Barthe



                                Los cuentos del ombú Raquel M. Barthe
Lo divisé desde lejos.
Solitaria y eterna, la desmesurada figura del ombú se erguía en la pampa infinita. Árbol o no, allí estaba, ofreciéndome su sombra, en medio de la llanura.
Mi caballo y yo éramos apenas una mota sin sombra en el paisaje.
Llegamos y me acomodé en ese pedestal de raíces que se sumergían en la tierra.
Al Teyú lo desensillé para que retozara a su antojo.
Era la hora de la siesta, o de los lagartos, como dicen algunos porque a esos bichos les gusta calcinarse al sol.
Me recosté contra el tronco y me adormecí.
Al ratito, sin saber si estaba despierto o dormido, escuché la voz del ombú.
Fue apenas un susurro y pensé que era el viento entre las hojas, pero no había ni la más leve brisa. Ni un pasto se movía.
Todo estaba tan quieto que creí que hasta el tiempo se había detenido; no obstante, la voz del ombú caía sobre mí como gotas de rocío que se descolgaban desde sus hojas: una lluvia de palabras acomodándose para formar una guirnalda.
Porque el ombú me hablaba; me dijo que me contaría un cuento de carpinchos.
Y yo le creí, ¿por qué no?
También me dijo que de cada rama colgaba una historia o una leyenda diferente y que, las más secretas, las guardaba bajo tierra, entre sus raíces. Pero ésas las contaba sólo de noche.
Y yo le creí, ¿por qué no?
"El carpincho Clemente, que vivía en los esteros del Iberá..." empezó a contar, "era el único que había descubierto el camino que lleva al misterioso pueblo Mboré o Emboré. Ese pueblo de casas sin puertas ni ventanas, perdido en la selva misionera...".
¿Para qué alguien podía construir casas sin puertas ni ventanas?
Y se lo dije, pero al ombú le molestó que lo interrumpiera y me contestó de mal modo que no eran casas para vivir, sino para guardar tesoros.
Y, antes de que pudiese preguntarle cómo podían meterlos si no tenían aberturas, prosiguió: "entraban por subterráneos cuyas bocas se hallaban bien ocultas y Clemente había descubierto que una de ellas se abría bajo el agua cristalina del estero...".
"¿Y cómo llegó el carpincho a Misiones, si vivía en Corrientes?" pregunté.
El ombú se impacientó: "¡Silencio! Eran tesoros fabulosos y quienes construyeron el pueblo y lo transportaron, desaparecieron...".
Me callé la boca y el ombú continuó, "y con ellos los rastros que llevaban a Emboré, que se perdió para siempre."
Aproveché la pausa para preguntar si nadie lo había buscado y me dijo que sí; que una vez le pagaron a unos peones para hallarla, pero después de un tiempo volvieron contando que allá estaba Emboré, aunque fue imposible entrar en aquellas casas herméticamente cerradas y, al regresar para buscar refuerzos, se habían perdido.
Y yo le creí, ¿por qué no?
Sin embargo el mismísimo ombú opinó que seguro lo habían inventado para darse importancia y justificar lo cobrado sin hacer nada; sólo divertirse. "El único que encontró la entrada subterránea, fue Clemente..." decía.
No lo dejé terminar; ensillé al Teyú y continué mi camino.
Preferí achicharrarme bajo ese sol que quemaba la tierra a perder el tiempo escuchando las mentiras del Ombú.
Porque todo parecía cierto, pero, ¡miren si le iba a creer que un carpincho podía tener un nombre tan ridículo como "Clemente".
Cuento de base folclórica del litoral argentino, basado en la leyenda de Emboré.
Fuente de la leyenda: AMBROSETTI, Juan Bautista, 1865-1917. Supersticiones y leyendas : región misionera, valles calchaquíes, las pampas. -- Buenos Aires : Rosso, [191-]

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