Tres Amigos, crónicas de café Negro Hernández
El café
está vacío, el Gordo, Sandoval están en algún lugar de la costa, y Rogelio
viajó a Galicia para realizar su sueño: encontrarse con su primera novia que
ahora es una viuda apetecible, así lo cuenta. Joaquín atiende el negocio con
tanta fiaca que hay tardes que me da lástima hacerle un pedido.
Me siento
a mi mesa que a esa hora la cubre la sombra, abro la carpeta con los textos y
con un resaltador voy releyendo y marcando los errores o los párrafos que
merecen una modificación. “Tres Amigos, crónicas del café” se llama, es una
selección de los relatos aparecidos en Redes de Papel, además mi hijo menor
prometió ocuparse del diseño de tapa y de las fotos.
Cada
relato lleva la fecha de publicación, el primero fue “Café para melancólicos”
de mayo de 1999 y lo siguen muchos más hasta nuestros días. Cada lectura me
remite al momento en que fuera escrito. Es una sensación extraña retornar al
pasado hecho palabras. Pensamientos, textos, emociones, paisajes, vivencias,
imágenes que uno creía perdidas vuelven sin pedir permiso para ser vividas de
otra manera. El pasado vuelve como ficción, el presente se ha perdido para
siempre.
Algunos
de mis relatos me parecen ajenos, otros los reconozco como propios, unos pocos
adquieren una dimensión muy distinta a la original y aquellos que me parecían
discretos hoy se convierten maravillosos. El paso de los años nos muestra que
la realidad cambia, los otros cambian y uno también cambia, todos a distintas
velocidades. Me doy cuenta viendo a mis personajes actuar en cada cuento y me
pregunto qué tendrán que ver conmigo.
Repasando
advierto que otro tema recurrente es el de la mujer “Todas la mujeres son
Marta”, digo en uno de ellos y cualquier lector distraído se dará cuenta que
las Martas que desfilan son más de una. Mujeres frágiles, autoritarias,
demandantes, preciosas, crueles, devotas, fundamentalistas, madres, hijas,
prostitutas, y todo el universo.
De
repente ha anochecido, una pareja habla en un rincón tomados de la mano,
ninguno de la barra está presente y Joaquín bosteza detrás del mostrador. Me
levanto para estirar las piernas y salgo a fumar un cigarrillo bajo la luna
llena de Barracas, que es más luna. Alzo la mirada y creo ver en un primer
plano al Flaco Gardel junto a Don Anselmo, detrás de ellos reconozco a El piano
de Boris y Simplemente ella cantando un tango. Apago el cigarrillo con el pié
izquierdo y entro al café.
Es hora
volver, pienso, me siento abrumado por el desfile de emociones que movilizan la
lectura, guardo en la carpeta los borradores y dejo sobre la mesa 20 pesos.
Salgo a
caminar un rato antes de volver a casa. La noche de Barracas es más noche y los
fantasmas me acompañan: Abel, el acariciador, Tito Sánchez, el cantor de
boleros, el tordo Jorge, El Mirón de Palermo, Oliverio, El loco de los naipes,
Beto, Mariulo, Ramón, la barra de Librepensadores, Marcos Portela, Rosendo
Luna, y muchos más escondidos entre las sombras. Llego a mi casa y lo veo
parado en la esquina como esperándome…
Buenas
noches maestro, le digo. Hola Negro, me contesta apretándome en un abrazo
Alberto Marino.
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