Atrapado Andrea
García Campos
Ya
no se acuerda León ni a partir de qué, ni cómo ni cuándo empezó a aplicar esa
fórmula maldita: primero un cigarrillo, después un whisky aunque empezaba con
cerveza o vino blanco, creo; hombres y mujeres, gente que viene y va, música a
todo volumen mezclada con sexo urgente y porro, para luego pasar a la cocaína,
al juego más despojado y así hasta el reviente sin ningún reparo. El caso era
llegar al descontrol con todo lo que eso traía aparejado.
Desde
siempre buscó sensaciones nuevas, caminos donde los sentidos se vuelvan lúdicos
y las penas se aplaquen. Qué tendría, tal vez ni ocho años, la vez que, luego
de un almuerzo familiar en el club, ante un usual descuido de sus padres, León
pudo resistir ante su propia ocurrencia de dar fondo blanco a cada vaso que
encontró sobre la mesa del quincho. Fue su primera borrachera y el primer
registro del más absoluto desamparo de su familia. Él contaba el hecho con
orgullo, con orgullo y ojos vacíos.
Más
tarde, siendo joven aún, en tiempos en que había trabajo, dedicaba el sueldo
entero a calmar sus adicciones; y en tiempos de carencia u obligada abstinencia
había llegado a consumir láudano para gatos, alcohol etílico y hasta a inhalar
sustancias que conseguía hirviendo plantas de cactus. Del resto se encargó el
tiempo, del resto se encargaron los años…
Robar
fue siempre una buena opción pero eso sí, nunca había podido matar a nadie. La
mala vida lo enterró en un pantano. La cirrosis y la hepatitis C se le sumaron
y del resto se encargaron los años…
Atrapado,
cual león enjaulado, no por la enfermedad, no por la abstinencia no por la cárcel.
Atrapado, por estar completamente solo y no poder contar con quien le ofrezca
una mano.
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