Como un cerezo dormido Marcelo Dughetti
El
Miguel pone los calefactores al taco, se te seca la garganta, es por eso. El
reventado quiere guita y nos chupa la sangre con la coca y el fernet. Los
viejos al lado del baño de mujeres,
toman gancia. El gancia los mantiene pálidos, olorosos, espumosos; con esas meadas claritas que se echan después
de estar toda la mañana pajeandose con la moza. Esta no es la de Gaiteri, tiene
un culo esperpéntico y no baila. Además le da lo mismo si uno está solo o
acompañado, atiende sin mirar. En las heladeras brillan las nuevas cocas “zero”
esas que dicen no engordan. Prefiero la que hace mal además desconfío de la “Z”
en el nombre. Le pedí fernet al Miguel por que los calefactores están altos
.Fernet y coca, hace calor y es julio, el pino de la navidad pasada se desluce
con telarañas, esferas reventadas por un botellazo y la fotito de una mina en
pelotas que algún gracioso puso al pie
del pesebre. Los perros miran desde el frío como comemos lomitos resalados y
aceitosos. Gracias que esta la neblina, el vapor, la nube que en los vidrios se
condensa y te tapa la visual. Hay gente que le pasa una servilleta al ventanal
necesitan ver y que los miren. La fotito de la mina en bolas, al pie del
arbolito anacrónico, me hace acordar a María. No la María de la leyenda, sino a
la putísima diosa que cogía detrás del zoológico en la época de los intendentes
progresistas. “Si chasqueas los dedos se me ceca la ollita” decía. ¡Ja! Si chasqueas los dedos, que lo pario. Era rápida la cosa, para colmo
de parado, al borde de los animales, el olor a carne podrida no menguaba ni con el
frio. La María del zoológico era más que
una mujer, estoy seguro, porque solo un inmortal podía aguantar esas
temperaturas, con el culo al aire y no muy caliente que digamos por la
eventualidad que se vivía. Cobraba poco y era hermosa. Eso era un regalo. Uno
comprende con el tiempo que las cosas no son tan bonitas como el miembro parado
y la proximidad de una boca te lo pintan. Uno aprende que es mas complejo el
asunto que las minas están reventadas, que el laburo no es tan laburo, en fin.
Además uno tiene hijas. Mi hija llega en pocas horas; se casó hace dos años.
Algo que me tiene que decir me preocupa. La mamá murió salvajemente. Era
enfermera de la salita del barrio San Nicolás. Era buena mina nunca llegamos a
entendernos .Cogía con dulzura algo que no es para todos. Menos para borrachos.
Los borrachos no entienden la ternura en el sexo. Necesitan del calor que el
alcohol les ha metido y los golpes le
producen adrenalina. Lo sé. Lo sé. Mi hija lleva puesto un saquito de jean y
botas de goma. Ahora llueve. Entra al bar y me congela con un saludo lloroso. Todos nos miran. Su
pelo esta nacarado por las gotas que llegaron a cubrirla. Nos abrazamos y sigue
llorando. La insistencia de la miradas me duelen en la nuca, le bajo los brazos
le digo que se calme y nos sentamos. Le pido un café, me dice que no. “Algo
fuerte”- dice como en las películas. Algo fuerte. Me da risa y a la vez me dan
ganas de pegarle un cachetazo. Pendejita pidiendo algo fuerte. Me olvido la
edad que tiene por momentos y la veo jugar con los perros en el patio corriendo
atrás del limonero, con un chunguito y el bebe de plástico. Le pido un
licorcito de menta. Me dice que la menta le da asco. Termina siendo de café.
“Papa” dice y repite tres veces la palabra que me ubica en su universo como
algo definitivo, como un clavo contra la oreja, prendido al maderaje de la
puerta. “Papa, Gustavo me pega” y corre su cabello dejando al hambre de la luz
un hermoso hematoma de un ancho inexplicable. Con que te pega le pregunto como
si eso fuera lo importante y es lo primero que se me ocurre. La mirada de Lucia es terrible y pido disculpas. Le tomo
la mano, esta helada. Los curiosos se
vuelven moscas. No hay mucho para ver en el bar del Miguel, solo pasar los
colectivos de la Coata y el viejo que abre las puertas de los taxis rascarse la
entrepierna. Lucia no odia a Gustavo, sostiene que es una cuestión pasajera que
todo se soldara en un mejor futuro .que no pasara mas .Sostiene también que
está embarazada y no se lo había dicho antes del golpe. No puedo más que
levantarme y pedir soda fría algo que aplaque el fuego que me quema las tripas.
En la mesa de los viejos hay un chino que ha venido a morir al país que
eligieron sus hijos. Le llaman el herbolario y en poco tiempo se ha hecho fama
de consulta entre los que estamos estacionados en esa mugre de Bulevar España y
Sarmiento. Vos lo conoces a Wan me dice Lucia, necesito algo que lo aplaque,
que lo ayude. Sostiene Lucia que Gustavo atacó por primera y última vez, pero
todos sabemos que esto no es cierto. Wan tiene un sombrerito gracioso de felpa
azul con dibujos inclasificables. Lleva puesta una camisa negra y un pantalón
corto incombinable con los 10 grados de
la
calle.
El herbolario se levanta a mi señal y deja las fichas de domino entre los demás
viejos. Nos sentamos en una mesa cerca del arbolito. El chino mira serio la
foto de la mina en bolas y después escucha como si lo hubieran fijado a una
corriente imperceptible. Tengo un asunto, le digo, y necesito su ayuda. Wan se
rasca la oreja con una uña afilada, se deja la uña larga del meñique para
utilizarla en su oficio. “Problema de que tipo, bestia, hombre o espíritu” dice
y sonríe. Lucia vuelve a entrar con un atado de cigarrillos sin abrir quiere
sentarse junto a nosotros pero le indico la misma mesa donde habíamos quedado.
Saluda a Wan y Wan la mira con cara de nada, la cara que tienen algunos chinos.
Después vuelve a mí y repite la pregunta “¿Y ahora me dice usted si es bestia, hombre o espíritu? Le sostengo
la mirada un momento y abro el juego, es
las tres cosas a la vez. Wan se sorprende y mira a mi hija nuevamente. Llamo a
Lucia, viene con una sonrisa a medias, está más tranquila. Los presento, Ella
extiende su mano pero Wan solo mueve su cabeza en reverencial saludo. Después
le corro el cabello y florece la carne azulada. El herbolario pasa de la nada,
al rostro de un demonio y luego vuelve a
la nada, como si el hematoma hubiera ocasionado un eclipse en su semblante. Nos
pregunta si conocemos las nueces
vómicas. Hay nueces que tranquilizan el alma dice Wan y nos habla de diferentes
tipos de este fruto. Calmar a una bestia no se puede sencillamente, si hay
también un espíritu y un hombre .Después
saca una bolsita amarilla con trozos de lo que parece un hongo pero es una
nuez. Lucia mira todo como cuando era chiquita y me acompañaba al bar a
desayunar; no estaba Wan pero había un
gran negro que solo con su presencia la fascinaba. Wan corta la nuez y la
envuelve con una servilleta luego me la ofrece .No comer dice… dar al hombre, a la bestia y al espíritu. De a poco dice, eso calmara el
calor y volverá al invierno feliz como un cerezo dormido. Le agradezco, no
acepta guita y me regala una hoja de calendario de esas que traen frases de
filósofos. Antes de despedirse, me
repite, no comer, dar a la bestia al hombre y al espíritu, sobre todo al
espíritu. Salimos del bar cruzamos el bulevar y Lucia sube al colectivo luego
de besarme las manos. El viento es un cuchillo para un hombre de mi edad me
cierro la campera y escupo lo que parece la espuma de los viejos. Después me
siento en el banquito de la galería donde duerme un linyera tradicional. No
tengo para fumar Lucia se llevó todo. En la búsqueda doy con el papelito que me
regalo Wan leo la frase “La muerte es un castigo para algunos, para otros un
regalo, y para muchos un favor.”
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