jueves, 26 de junio de 2014

Sonia Figueras



                            La huída Sonia Figueras

Se duchó rápido, el agua semifría la hizo tiritar. Se secó con fuerza cosa de sacarse el frío. Eligió la ropa detenidamente. La pollera negra y la tricota rosa con el chaleco negro, bien. Zapatos bajos, cómodos para andar ágil. Volvió al baño, se miró en el espejo, estaba demacrada, decidió pintarse. Un poco de base y rubor le dieron mejor aspecto, algo como de salud. No se preocupó por el peinado, el cabello ondulado la ayudaba. Siempre la había ayudado. Fin del atuendo  ¡ah! la cartera, ¿pondría los documentos? Y... era mejor. No fuera cosa que volvieran tiempos viejos. Echó una ojeada al living y acarició el lomo de Alguien anda por ahí. Cortázar la enganchaba invariablemente, la deslumbraba y su deleite al leerlo era como una mezcla de alegría y estupor. Abrió la página de La noche de Mantequilla y siguió el recorrido de los renglones por quinta o cuarta vez y nuevamente desde la página amarillenta Peralta la asustó y otra vez se le apareció la cara y la figura de Monzón y otra vez y como tantas veces se ubicó en la platea entre el público con Delon, el hermoso facho seductor para ver la pelea Monzón -  Mantequilla.
 ¡Cómo la seducía Cortázar! Abandonó el libro con desgano. Ese cuento tan argentino. El ímpetu que hasta ese momento la impulsaba decreció lluvia convertida en garúa mansa. Recordó que había tomado la decisión de irse sin despedidas, palabras, ni una esquela. Tampoco la ropa imprescindible. Sólo la cartera por rutina. Todo lo que quería era huir. Abrió, cerró la puerta y salió. El calor la invadió con caricia materna y echó a andar. ¿Adónde iba? Lejos. Lo más lejos posible. No volverían a verla. Estaba decidido. Otra vez a la deriva. Las noches de silencio la habían aconsejado también acariciándola. Pensar que su tormento podía terminar, era un abrazo tibio de madre protectora. Caminó hasta que las piernas le dolieron y se encontró en Retiro. Micros llegaban micros salían. Caras asustadas del descubrimiento caras sonrientes de vacaciones, mochilas, bolsos, valijas, mates soltando olor a yerba. Corridas, empujones, bullicio. Mareada ya, buscó y encontró el único asiento que parecía escondido llamándola con disimulo entre dos señoras bien gordas. Y se ubicó jamón entre dos rebanadas de pan. Un sándwich perfecto, achicados sus hombros y caderas para quedarse en contemplación absurda, chupetín de utilería.
¿A la playa o a la sierras? Estaba en eso y se desocupó el asiento de la derecha y pudo relajarse un poco. Aprovechó la silla vacía, apoyó la cartera y siguió en observación de nada. Se decidió por Córdoba y manoteó la cartera.  No estaba. La mujer de la izquierda le largó una mirada acuosa, parpadeó y buscó en el suelo. No estaba. Nerviosa, alambre retorcido en su flaqueza se paró ¿a quién iba a preguntarle por la cartera? Nadie miraba a nadie. Hasta que por la izquierda una voz gangosa gorgoteando en un piletón sin fondo acompañó a un roce libidinoso. - Vamos para afuera. Caminaron entre el gentío, el inmenso mundo de Retiro, salieron del aire acondicionado al calor que la envolvió nuevamente. Otro empujón chiquito y – suba. Subió al Peugeot.- ¿Puedo preguntar? - No. -  ¿Qué pasa? Insistió -  ¿Vos tenés ganas de hablar? -  Quiero saber…- ¿Cumpliste con lo que se te ordenó? - ¿Qué orden?- Vos sos Antonia, Antonia Estévez ¿no? - .No. Me llamo Dora,
Dora Singer. - No mientas, y le apretó el brazo. Le dolió. El coche ya había salido de Retiro y creyó que andaban por la Panamericana. - ¿Así que sos Dora?
Ella era Dora Singer sin duda alguna. - Sí.
 Bueno Dora, sos Dora Singer dijiste. No. Sos Antonia Estévez. Tenés la pollera negra, el pulóver rosa, el chaleco negro y la cartera es la que te mandó Carlos y decís que no te llamás Antonia y vos tenés la cartera de Carlitos.
- ¿Qué Carlos qué Carlitos?- ¿Cuál va a ser? Peralta…- ¿Peralta? ¿Qué tengo que ver con Peralta?
 - Basta. Hablá cuando yo te diga, en la cartera ¿estaba la plata? Es un asalto, pensó rápido. Se animó - ¿qué plata? - La de Cháves para que se la pasaras a Walte - Yo no lo conozco a Walter, a usted y no quedé con nadie.
 - Si no sos Antonia y no conocés a Cháves ni a Walter ni a mí ¿por qué tenías la cartera con la cara de Delon, el franchute?
Se le mezcló la vida. Peralta, Cháves, Estévez, Monzón, Delon.
- Pará el coche, Monzón. El coche paró a un costado de la Panamericana.-  Bueno, Antonia. Salió mal la cosa. Bajate. Ahora nos viste la cara. Caminá 30 pasos sin darte vuelta. ¡Suerte!
Caminó 30 pasos… 40...45… hasta el disparo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias Carlos Margiotta, gracias Redes de Papel por la deferencia de poner mi cuento en la revista.
Un abrazo
Sonia Figueras