Sonia Cora Stábile
Corría la década del 50,
transitábamos por la mitad del siglo XX.
Me asomo a aquella vieja
casa con jardín en el frente: a la derecha tres amplias habitaciones corridas,
un techo que cubre la mitad del patio y varias columnas de hierro que lo
sostienen; de ellas se tomaban los cuatro amigos para practicarlos pasos con
los que después pensaban lucirse en la pista del Club Social Rivadavia.
Desde el tocadiscos surgen
las notas cadenciosas de un tango: “Bahía Blanca” comienza a escucharse, ellos
abandonan las columnas, forman dos parejas y se entregan a la música.
De pronto, desde el fondo,
se asoma tímidamente una muchachita, no muy alta con largo cabello oscuro,
grandes ojos negros y actitud apocada.
La miran y le preguntan su
nombre.
-So … So … So …
No puede seguir, uno dice:
-Che, ni a le sale de la
boca.
Los otros lo miran y
contestan juntos:
-Sonia, ese es el nombre de
la percanta
Ella asiente sin decir nada,
la invitan a bailar y acepta serena. Durante media hora continúan can las
prácticas. Luego ella se acerca al combinado, busca entre las 15 ó 20 placas de
pasta que estaban apiladas a un costado y encuentra una versión musical de
“Toda mi vida”, se apresura a colocar el disco y comienza a entonar aquellos
versos escritos por José María Contursi acompañados por la melodía compuesta
por Aníbal “Pichuco” Troilo.
Ellos la escuchan
extasiados, cuando el tango termina Sonia se da vuelta y comienza a caminar
lentamente, pasa al lado de la vieja higuera y su figura desaparece entre los árboles
del fondo como si hubiera sido devorada por la noche.
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