La señal del adiós Rubén Amato
El
pequeño, desde su silla de comer, estira su brazo y señala hacia el televisor.
Es su manera de avisar a mamá que los dibujitos se han marchado. La madre
revisa las conexiones, todo en su lugar. (Adiós Bugs Bunny) No le queda otra
ahora que alzar al bebé y entretenerlo hasta la hora de la cena. (Adiós
telenovela) Al llegar papá confirma con resignación que va a ser una noche
rara. Así y todo va a revisar la antena del cable y la caja del disyuntor,
hasta los tapones. No hay caso. (Adiós fútbol nocturno) Cenaron en silencio. De
vez en cuando se miraban reflejados en la pantalla gris.
Un
vecino llama a la puerta. Viene a despedirse. (Se iba del pueblo y con él otros
tantos) Sugiere que lo siga. Que venda todo y que se instalen en un pueblo
vecino donde hay trabajo y no hay problemas de satélite para la tele.
Al
recibir la noticia piensan que ni locos. Pero a los dos meses rifan casi todos
sus bienes y parten por el mismo rumbo (Adiós proyectos) La puerta se cierra y
la casa se queda en silencio hasta que aparece la cuadrilla de demolición que
comienza su trabajo.
En
tres horas el pueblo se ha convertido en escombros, y en una montaña de piedra
y cascote está el televisor, que misteriosamente se enciende de repente. La
imagen de Bugs Bunny aparece con su conocido “¿¡Qué hay de nuevo, viejo!? que
ya nadie mira a las cinco de la tarde.
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