LA PARTIDA INICIAL
Marta Becker
Venancio
fue un jugador empedernido desde su juventud. Había heredado nombre y vicio de
su abuelo materno. Aunque el nombre estaba fuera de época lo llevaba con orgullo. En cuanto al juego, lo tenía
incorporado en sus venas y no claudicaba de él.
Estaba
casado con María, que había llegado al país a los cinco años.
María
no era fea. Era muy fea y no hacía nada por ocultarlo. Su aspecto iba en concordancia
con un carácter fuerte y aunque era más argentina que extranjera, había
heredado los genes de sangre caliente de sus ancestros gallegos. Las peleas de
la pareja se conocían en todo el pueblo y muchas veces debió intervenir el cura para que no pasaran a
mayores.
Uno
de los motivos principales de esas reyertas era el juego. Venancio no
escatimaba valores ni horas de trabajo en despuntar su vicio. Se podía pasar
dos días y una noche seguidos jugando; se olvidaba de rancho, obligaciones y
hasta mujer.
En
una época supo tener mucho ganado, que fue perdiendo de a poco, al igual que
algunas hectáreas del campo, una camioneta y un caballo pura sangre, un
ejemplar bellísimo que pasó a manos de algún contrincante.
Cuando
ganaba –pocas las veces- volvía a su casa contento, de buen humor y le dedicaba
a María algunas palabras amables. Pero cuando se quedaba seco, tardaba en
volver, daba vueltas y buscaba pretextos para explicar lo ocurrido.
Cierto
día estaban apostando fuerte. En un momento, Venancio se sintió acorralado y
con toda la furia en el rostro dijo –Apuesto a mi mujer-.
Silencio.
Los
presentes se quedaron mudos. Primero, por lo insólito de la oferta. Luego,
pensaron en la María, tan fiera, y nadie quería cargarse con ella. Pero como
jugadores que eran, aceptaron el desafío.
Venancio
perdió la partida.
Volvió
a su casa, le dijo a su mujer que empacara sus cosas y se fuera a la casa de
don Julián, el ganador, su ganador. María no entendía nada, lloró y gritó y
pataleó y volvió a llorar, pero no hubo explicaciones y el Venancio mismo la
llevó con petates incluidos al nuevo hogar.
Ocurrió
que en partidas siguientes la mujer fue objeto de las apuestas y pasó de ser propiedad
de Julián a manos de otros jugadores. Allí iba María con sus cosas de una casa
a la otra, y su rostro y ánimo se fueron mejorando de a poco.
El
tema es que como el Venancio estaba tan ocupado con otras cosas había
descuidado bastante a su mujer, y ésta, al conocer otros compañeros, resultó
ser una amante perfecta. Le fue cambiando el carácter y hasta parecía un poco
más linda cada día que pasaba.
Pero
el destino tiene sus vueltas. En uno de los juegos María volvió a manos de Venancio.
Cuando se enteró, se plantó en sus trece y se negó a regresar con su marido.
Había conocido la felicidad y no iba a perderla ahora, justo cuando a él se le
daba por una vez la fortuna.
Tanta
experiencia adquirida le permitió a la mujer abrir su propio negocio. Con el
tiempo el burdel y salón de juegos de la señora María se hicieron famosos en la
zona y aledaños.
Venancio
tenía el acceso prohibido.
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