NOCHES
¡Qué me van a venir a hablar a mí de la noche! Es mi reino. La conozco como la palma de mi mano. La recorro, la palpo, la escucho, la respiro.
Conozco las pandillas de forajidos, armados hasta los dientes con navajas; huelo el tabaco y el alcohol de los pordioseros tirados en cada esquina y adivino el cuerpo seductor de las prostitutas que se me acercan y me invitan con voz agitada. Me inmovilizan sus garras felinas que me recorren del pecho a la cintura y me embriagan con ese perfume de hembra en celo.
La noche es mi reino y es misterio indescifrable.
Sé tantear el camino y hablar con el viento que anuncia tormentas o presagia tragedias. Interpreto el diálogo prohibido y los encuentros furtivos de los amantes, adivino el enojo y la alegría. El llanto emocionado, el murmullo y el silencio. Intuyo los cantos aterrados y el chillido del murciélago colgado en el árbol.
Me muevo en la oscuridad como el pájaro en el aire. Mi noche tiene el brillo del plumaje del cuervo. La transito en un túnel con aleteo de brazos.
La vivo desde aquel infierno de cuerpos entrelazados y ramas crepitantes, cuando los resplandores se mezclaron con el humo gris y se elevaron en remolinos oscuros. Los rojos calientes devoraron hasta el sonido del río. Después, el olor de las cenizas. Y al fin, la niebla, la penumbra. Sacudo las manos para espantar el paisaje empañado de nube espesa y rasante. Perdido en el abismo, desciende una lágrima cristalina, única gota limpia, transparente, que no alcanzó para despejar el carbón que enlutó mis ojos. Cuencos de sombras, paraíso sepulto. Sin soles, ni luces, ni brillos. Con rabia, impotencia y con odio, te maldigo, Noche, mi reino infinito y eterno.
(Huinca Renancó, Córdoba)
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