martes, 5 de octubre de 2010

SILVINA MARIEL SÁNCHEZ


LA DECISIÓN
Esa mañana Julieta se levantó ojerosa, malhumorada y con dolor de cabeza por la mala noche pasada en aquel departamento, como le venia ocurriendo desde hace ya varias semanas. Después de escribir una carta con las manos temblorosas, con la bronca contenida, tomó una decisión… dejar el hogar.
A medida que deslizaba la lapicera por la hoja, unas lágrimas aparecieron recorriendo sus mejillas y el sollozo comenzaba a invadirla. Se detuvo, secó la cara, se paró y comenzó a recorrer el pasillo que la conducía a la cocina y el olor del jazmín de su balcón la invadió. Se acercó a la heladera, la abrió y sacó de ella una jarra con jugo de naranjas, bebió un sorbo mientras su cabeza no dejaba de pensar si haría lo correcto, si valía la pena dejar su casa que tantos buenos recuerdos le traía.
Recorrió cada espacio de la vivienda y su cara cambiaba de expresión a cada paso. Sonreía, lloraba, y fruncía el ceño cuando llegaba a su cuarto… Recordó las noches de insomnio a por los ruidos de los vecinos, las peleas, las corridas constantes de muebles, los golpes y la música a alto volumen… entre otras cosas. Siguió recorriendo y su cara se iluminó al evocar las fiestas en el gran comedor con sus amigos y familiares.
Entonces Julieta salió al balcón, y respiró hondo el aroma del jazmín calmando su angustia.
Regresó hasta el escritorio a buscar la carta, tomó su abrigo, la cartera del perchero y fue a despacharla. Salió a la calle, caminó unos metros y se dirigió al subte. Al llegar se encontró con un cartel que informaba que la línea D estaba suspendida momentáneamente.
Retrocedió y volvió sobre sus pasos, al llegar a la esquina miró a lo lejos su departamento y rompió la carta.

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