martes, 5 de octubre de 2010

SEBASTIÁN JORGI


EL BAGABUNDO
...............A Elida Colombo. Al padre Abel Calvo
...................Si en un relámpago mi ilusión pudiera,
...................desafiar la muerte, alojar la esperanza.
................................
Arminda Arroyo Vicente

Mamá miró a través de la ventana. Noté que en sus ojos había como una imagen de preocupación. Nuestro padre tardaba más que de costumbre. ¿Habría tenido problemas con el patrón para cobrar los poquitos pesos ? Ojalá que no. Ya estaba por llegar la Navidad y si papá no traía esta semana dinero, no habría para comer y sería terrible para toda la familia. Por ahí andan mis hermanitos, gozando por anticipado la fiesta navideña.
-¡Llega el Niño Jesús! !-canta Paquito.
-¡Y después los Tres Reyes Magos! -canta Lucía.
-¡El Niño Jesús está por venir !
-canta Mariano.
La noche ya había caído con toda su negrura. Mamá ya ha puesto la mesa. Se asoma una y otra vez. ¡Cuánto tardaba papá!
Uno a uno fuimos saliendo al portal. Un chasquido produjo un alto, como una interrupción en nuestra angustiosa ansiedad. Alguien se acercaba. Pero un sexto sentido me decía que no era papá. La figura de un hombre se fue recortando enmarcada en la luz de la luna.
Venía silbando una canción de Atahualpa Yupanqui. Cargaba en su hombro derecho una pequeña bolsa.
-El arriero va... las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas...
Mamá nos cobijó a todos, como en una acción de protegernos del desconocido. Mis hermanitos arrugaron sus caras, temerosos.
-¡Es el vagabundo de la semana pasada! - casi grité
-Vayamos adentro, hijos - alertó mamá.
Recordé que lo habían echado del pueblo hacía una semana y que en ninguna casa le habían dado albergue. Lo reconocí, ya, más cerca: su cara barbada me impresionó y retrocedí un par de pasos.
Mamá llamó:
-Ven, hijo, adentro.
-No temas - dijo el hombre.
Su voz sonó metálica.
-Es el vagabundo que hace unos días merodea por el
lugar - le dije a mamá.
Los ojos del hombre se clavaron en mí. Una sonrisa recorrió su rostro. Bajó la bolsa y la puso en el suelo.
-Necesito algo de beber y un poco de pan.
Casi imploraba. Su voz no sonaba a una orden ni a una amenaza. Miré a mamá. El gesto de ella, pese al miedo por el desconocido, aprobaba mi decisión. Fui hasta la bomba y llené un jarro con agua. Y mamá me alcanzó un pan flauta. Y mis hermanitos una galletitas de maíz. El vagabundo bebió de un golpe y masticó con ganas, el pan. Se guardó las galletitas en la bolsa.
-Va a ser una hermosa noche- dijo -. Gracias.
No le contesté. Pensaba en papá. ¿Se habría quedado tomando ginebra en lo de Soto? ¿Se habría encontrado con el turco Andujar y estarían en el almacén de don Almirón? Si esto era cierto, intuí que papá no había cobrado el salario semanal. Y lo que sería peor, ahora podría estar tirado, medio dormido, cerca del Puente Abandonado o lo que sería más peligroso, caído en la laguna de los Paiva. Una laguna barrosa.
-¿Qué te pasa, muchachito, eh?
-Nada.
-Quédate tranquilo, pronto me iré. En este pueblo no soy muy bien recibido.
Incliné mi cabeza con vergüenza. Recordé que hacía unos días fue maltratado, golpeado, humillado, por un grupo de hombres, frente a la tienda del alemán Stiker. Y uno de esos hombres que habían estado en esa escena, impasible, fue papá. ¿Dónde estás, pa, dónde te has metido?
-Estamos preocupados por papá. No regresa y se ha hecho muy tarde - me atreví a decirle.
El desconocido frunció el seño. Su barba parecía moverse, tener electricidad.
-Vamos por él, pídele permiso a tu madre, dile que no tema, te cuidaré.
Pero mamá no accedió al pedido. El vagabundo tomó su bolsa y se fue yendo, despacio.
-Gracias. Feliz Navidad.
Inclinó su cuerpo, reverencial. ¿Un mendigo de buenos modales? No entendía esto. Después de caminar unos metros, se dio vuelta y me saludó con su mano izquierda. La luz; de la luna parecía enmarcar su figura en una aureola.
Ya era cerca de la medianoche. Mamá se aprestaba a salir, como otras veces, a buscar a papá. Iría hasta lo de don Almirón o doña Cata, para conseguir ayuda. Comprendí que estaba arrepentida de no haberme dejado ir con el vagabundo. Apenas nos había molestado unos minutos.
Una voz sacudió el lugar.
-¡Eh, los de la casa!
Nos asomamos. Mamá, que estaba ya lista para salir, fue la primera
-Sí...
Era la voz del vagabundo. Ahí venia, cargando a papá en sus hombros. Estaba exhausto.
-Ayúdeme, señora, ayúdeme, niño. Se ha golpeado en el Puente Abandonado. Estará bien...
-Gracias, señor...
Mamá no cesaba de agradecer. Papá volvió en sí a los primeros cuidados. Explicó que el patrón había viajado a la Capital. Y no le había pagado a nadie. Miró al desconocido.
-¿Te conozco de algún lado?
-Es posible...
Quise decirle que era el vagabundo que habían humillado hacía unos días en el pueblo. Pero callé. No era el momento oportuno para avergonzarnos aún más. Mis hermanitos se habían acercado y jugueteaban con el desconocido.
-Debo seguir viaje.
Mamá le había servido una taza de mate cocido y torta frita.
-Quédese, señor, hoy es Nochebuena y ...
Un sollozo se atragantó con la voz de mamá. No sabía cómo pedirle perdón al hombre por su desprecio, su temor más que todo y la humillación que había sufrido en el pueblo. Las incomprensibles burlas de la gente.
-Gracias, mi amigo - dijo papá.
-Diga usted mejor: Gracias a Dios. El fue quien me guió hasta donde estaba, sostenido apenas por un destartalado durmiente del Puente Abandonado. Que tengan una buena Navidad. Ah, arriba de ese banco les dejo una bolsita.
Se fue alejando. Ansiosos, mis hermanitos, hurgaron primero el bolsillo del papá. No había caramelos, ni dulces. Nada. Yo me dirigí hacia la bolsita que había dejado el desconocido sobre el banco.
-¿Qué es eso? - preguntó mamá
Al desenvolverlo, vimos que había harina, caramelos, azúcar, yerba y una lata de aceite, entre cosas comestibles. También había un sobre con dinero. ¿Cómo decía papá que no le habían pagado el salario? Que no había recibido la paga. Mamá y papá se tomaron la cabeza. ¿Un milagro? Comprendí entonces quién era ese vagabundo. Corrí hacia el portal de entrada. Su figura aureolada por la luz de la luna se volvió para saludarnos. Giró y dijo:
-¡Feliz Navidad!
Su voz había cruzado todo el campo y nos llenó los corazones de una alegría inusitada, inimaginable un rato antes. Al alejarse, se fue convirtiendo en un punto luminoso que competía con la blancura de la luna.
Del libro: "La Coco Cambá del Okey Club. Ed. Los Robisones.

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