CIBER ENCUENTRO
Se hizo tarde, pensó, mirando de reojo la puerta, y apenas levantando su manga para ver el reloj. El libro verde que tenía en la mano le parecía ridículo y desubicado. Quería retrasar el pago del café, darle cinco minutos más de chance. Pagar e ir al baño. Se imaginó que al volver a pasar por el salón lo vería desorientado buscando el libro verde sobre las mesitas. Habían arreglado una consigna cada uno, ella un libro verde, él, un jean, camisa a cuadros y zapatillas negras.
Noches enteras hablando por el privado, contándose los secretos más profundos, (por lo menos, los de ella). Deseándose mucho a través de palabras encubiertas y otras no tanto. Sentía por él algo intenso, parecido al amor.
Se desesperaba cuando la camarita web de mierda no servía para nada (cada vez que la encendían a ella se le cortaba el servicio), hasta había pensado sacrificar algunas cosas de su vida para conseguir una nueva computadora. Finalmente decidieron conocerse y terminar con las intrigas de cómo sos, cuántos años tenés, o decime tus medidas.
A ella no le importaba demasiado lo físico, se lo había dicho muchas veces. Le importaba que fuera un tipo normal, alguien que no se transformara en un estúpido frente a la realidad del encuentro y después… si había o no había piel sería otra cuestión.
Estaba decidida a no ir a encamarse con él en la primera salida, a pesar que había fantaseado de todo por internet, aún sin conocerlo.
Volvió a mirar el reloj con disimulo, en fin, si la primera vez que se iban a encontrar, llegaba tarde, pensó, ¿qué le esperaba para el resto de los encuentros?
Recordó, sin embargo, que siempre encendía a tiempo la computadora y ahí estaba, puntual, yendo a su encuentro para conectarse con ella. El bar elegido estaba casi vacío. El mozo, parado en un rincón con cara de aburrido, esperaba que algún cliente lo llamara para consumir o pagar. Se escuchaba suavemente un tema de los años 60, que se confundía con el ronroneo de los ventiladores de techo que circulaban lentamente. Todo demasiado quieto en esa tarde de verano. ¿Quién se creerá éste tipo, o quién piensa que es para dejarme plantada?
Llego a casa y lo elimino. No, mejor me meto en el primer ciber que encuentre y lo elimino, a lo mejor me estoy salvando de un pirado, de un psicópata, de un asesino serial. Pensaba con bronca.
Faltaba un minuto para que se cumplieran los cinco minutos de chance que le estaba otorgando.
Recordaba cómo se habían conocido, en esa sala de gente que habla toda a la vez, mientras los moderadores con unos martillitos amarillos rajaban a las o los que no les caían en gracia.
Nunca entendió cómo había llegado hasta ahí. Sabía poco y nada de Internet, menos entendió cuando le empezaron a llegar mensajitos en cartelitos amarillos que le pedían verla en privado, se preguntaba todo el tiempo qué era el privado, cómo se llegaba o cómo se entraba, tampoco entendía los nombres absurdos de quienes figuraban en la sala, ella se llamaba Ana, y Ana era y seguía siendo en todos lados, pero ahí... había que llamarse, Luna204, Estrellita9, Bocattodicardinale, Genio78, y todos esquizofrénicamente cambiando su personalidad y sus nombres. Ese mundo, donde la sala, era un lugar en un no-lugar, la tenía atrapada.
Cuando entraba a la sala y todos la saludaban, ella tenía que repetirse con: hola Ranita, hola Papanoél, hola Negromentiroso, etc. Boludamente… hola, más hola, más hola. Después aprendió que había reholas para cuando salían y volvían a entrar. Los sentía a todos muy cercanos, casi como si la estuvieran esperando o necesitando.
Para ser uno de ellos debía aprender los códigos, ahora que lo pensaba mejor, sentía que esos códigos eran una forma casi fascista de manejarse en los grupos, a veces todos contra todos y otras todos contra uno y cuando algo así pasaba, aparecían los dueños del lugar con los martillitos para expulsar a los insurrectos, y la palabra que aparecía era "Eliminado".
Era tan fácil eliminar. Volvió a mirar su reloj. Se levantó y salió.
Despacio… se fueron transformando en una historia, más de eliminados cibernéticos.
Noches enteras hablando por el privado, contándose los secretos más profundos, (por lo menos, los de ella). Deseándose mucho a través de palabras encubiertas y otras no tanto. Sentía por él algo intenso, parecido al amor.
Se desesperaba cuando la camarita web de mierda no servía para nada (cada vez que la encendían a ella se le cortaba el servicio), hasta había pensado sacrificar algunas cosas de su vida para conseguir una nueva computadora. Finalmente decidieron conocerse y terminar con las intrigas de cómo sos, cuántos años tenés, o decime tus medidas.
A ella no le importaba demasiado lo físico, se lo había dicho muchas veces. Le importaba que fuera un tipo normal, alguien que no se transformara en un estúpido frente a la realidad del encuentro y después… si había o no había piel sería otra cuestión.
Estaba decidida a no ir a encamarse con él en la primera salida, a pesar que había fantaseado de todo por internet, aún sin conocerlo.
Volvió a mirar el reloj con disimulo, en fin, si la primera vez que se iban a encontrar, llegaba tarde, pensó, ¿qué le esperaba para el resto de los encuentros?
Recordó, sin embargo, que siempre encendía a tiempo la computadora y ahí estaba, puntual, yendo a su encuentro para conectarse con ella. El bar elegido estaba casi vacío. El mozo, parado en un rincón con cara de aburrido, esperaba que algún cliente lo llamara para consumir o pagar. Se escuchaba suavemente un tema de los años 60, que se confundía con el ronroneo de los ventiladores de techo que circulaban lentamente. Todo demasiado quieto en esa tarde de verano. ¿Quién se creerá éste tipo, o quién piensa que es para dejarme plantada?
Llego a casa y lo elimino. No, mejor me meto en el primer ciber que encuentre y lo elimino, a lo mejor me estoy salvando de un pirado, de un psicópata, de un asesino serial. Pensaba con bronca.
Faltaba un minuto para que se cumplieran los cinco minutos de chance que le estaba otorgando.
Recordaba cómo se habían conocido, en esa sala de gente que habla toda a la vez, mientras los moderadores con unos martillitos amarillos rajaban a las o los que no les caían en gracia.
Nunca entendió cómo había llegado hasta ahí. Sabía poco y nada de Internet, menos entendió cuando le empezaron a llegar mensajitos en cartelitos amarillos que le pedían verla en privado, se preguntaba todo el tiempo qué era el privado, cómo se llegaba o cómo se entraba, tampoco entendía los nombres absurdos de quienes figuraban en la sala, ella se llamaba Ana, y Ana era y seguía siendo en todos lados, pero ahí... había que llamarse, Luna204, Estrellita9, Bocattodicardinale, Genio78, y todos esquizofrénicamente cambiando su personalidad y sus nombres. Ese mundo, donde la sala, era un lugar en un no-lugar, la tenía atrapada.
Cuando entraba a la sala y todos la saludaban, ella tenía que repetirse con: hola Ranita, hola Papanoél, hola Negromentiroso, etc. Boludamente… hola, más hola, más hola. Después aprendió que había reholas para cuando salían y volvían a entrar. Los sentía a todos muy cercanos, casi como si la estuvieran esperando o necesitando.
Para ser uno de ellos debía aprender los códigos, ahora que lo pensaba mejor, sentía que esos códigos eran una forma casi fascista de manejarse en los grupos, a veces todos contra todos y otras todos contra uno y cuando algo así pasaba, aparecían los dueños del lugar con los martillitos para expulsar a los insurrectos, y la palabra que aparecía era "Eliminado".
Era tan fácil eliminar. Volvió a mirar su reloj. Se levantó y salió.
Despacio… se fueron transformando en una historia, más de eliminados cibernéticos.
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