¿UNA MAÑANA IGUAL?
María se despertó esa mañana triste y lluviosa, se calzó las chinelas y se puso su bata. Fue al baño, llenó la bañera, acomodó las toallas y se introdujo en el agua caliente, masajeando su cuerpo con suavidad y meditando unos minutos. Después abandonó el baño, se secó y cepilló el cabello con dedicación, con tiempo, se vistió. Fue a la cocina se preparó un café negro y tostadas, las comió. Pasó por todos los cuartos que olían a violetas, las que ella con esmero acomodaba en cada uno de los floreros, todo estaba en orden pero ella se empeñaba en dejar la casa más pulcra que de costumbre, volvió a recorrerla iluminando los espacios con los ojos vidriosos.
Se detuvo en su cuarto y se acostó en la cama de dos plazas recién tendida, alisó la colcha con el revés de su mano, está abstraída mirando el cielorraso, ese que conocía desde hace veintitantos años, ese que fue el testigo de penas, dolor, risas, tiernas caricias, agitación, sudor, llanto de hijos.
Se levantó pausadamente, fue al placard, tomó su bolso y con él recorrió todos los espacios de su hogar. Todo está en su lugar, se dijo, todo reluce como siempre y hoy aún más. Salió al palier, se aseguró de echar doble vuelta de llave. Subió al auto rojo, y él arrancó.
María se despertó esa mañana triste y lluviosa, se calzó las chinelas y se puso su bata. Fue al baño, llenó la bañera, acomodó las toallas y se introdujo en el agua caliente, masajeando su cuerpo con suavidad y meditando unos minutos. Después abandonó el baño, se secó y cepilló el cabello con dedicación, con tiempo, se vistió. Fue a la cocina se preparó un café negro y tostadas, las comió. Pasó por todos los cuartos que olían a violetas, las que ella con esmero acomodaba en cada uno de los floreros, todo estaba en orden pero ella se empeñaba en dejar la casa más pulcra que de costumbre, volvió a recorrerla iluminando los espacios con los ojos vidriosos.
Se detuvo en su cuarto y se acostó en la cama de dos plazas recién tendida, alisó la colcha con el revés de su mano, está abstraída mirando el cielorraso, ese que conocía desde hace veintitantos años, ese que fue el testigo de penas, dolor, risas, tiernas caricias, agitación, sudor, llanto de hijos.
Se levantó pausadamente, fue al placard, tomó su bolso y con él recorrió todos los espacios de su hogar. Todo está en su lugar, se dijo, todo reluce como siempre y hoy aún más. Salió al palier, se aseguró de echar doble vuelta de llave. Subió al auto rojo, y él arrancó.
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