EL MISTERIO DE LOS PRÍNCIPES
Todos dicen que es mentira, una mentira más de las que todavía circulan y se cuentan en el viaducto, el día de su inauguración con el nombre de Fontevecchia, en el homenaje. La primera son sus títulos de nobleza. En realidad no fueron príncipes sino condes y, como tales, escondieron los secretos de sus intimidades.
Aún no se han develado las dudas, lo que sí se sabe es que siempre presidió la sala principal del palacio el retrato de Enzo Carlo Vittorio Fontevecchia, bisabuelo del último de ellos. La figura y la vida del primer conde se contrapusieron con las del último.
El primero, según la leyenda, se había casado siete veces. Todas sus esposas, decían quienes habían vivido en la época, murieron en accidentes que hubieran podio prevenirse, pero no se hizo.
El bisabuelo falleció al llegar a los cincuenta años, a poco de su casamiento con una virginal joven de diecisiete años, de una ataque cardíaco, en una desenfrenada carrera de sexo, erotismo y pornografía.
Entonces, en el palacio, circulaban rumores, sotto voce, que eran contradictorios, pero, como siempre, traspasaron los muros. Otra vez, al igual que con las muertes de las siete esposas, no llegó a saberse la verdad de los hechos.
Su abuelo resolvió todos los problemas médicos y legales para arreglar las cosas y evitar casi un escándalo y dedicó la mayor parte de su vida a viajar por el mundo, conocer tierras lejanas y mujeres exóticas, de costumbres y hábitos extraños.
Sobre él circula otra leyenda. Dice que modificó el palacio con construcciones de nuevos pabellones temáticos y pasadizos secretos que conocía de memoria y por los cuales circulaba todas las noches para visitar ambientes diferentes en los que alojaba los recuerdos preciados de sus viajes por el mundo.
El abuelo falleció de una enfermedad desconocida, según parece, una fiebre proveniente de Asia, al decir de los sirvientes.
Su padre dilapidó la fortuna heredada en excentricidades: objetos de arte, estatuas, platería y cristales.
Casi a diario recibía clérigos que lo asistían espiritualmente sobre problemas con su hijo, Enzo Carlo Vittorio IV, apodado por todos, conde de Vita Rosa.
Decían que era distinto a todos los hombres de la familia, tenía trato arrogante con sus pares y despectivo y gritón con la servidumbre.
Se comenta todavía que tenía obsesión por la ropa elegante y excéntrica, los afeites personales, las fiestas Dionisíacas, las Bacanales y orgías; pero diferentes a las de sus antecesores, porque odiaba a las mujeres.
Murió joven, soltero, sin descendencia reconocida ni paternidad reclamada por un bastardo y dilapidó lo adquirido por su padre a causa de las dádivas y regalos a sus amigos. Su enfermedad fue larga y penosa, lo tuvo postrado muchos meses con infecciones permanentes y que lo redujeron de piel a huesos.
Sin herederos, el palacio fue demolido para construir un viaducto que acelerara el tránsito entre el pueblo y la capital de la provincia.
Junto a la placa del Viaducto Fontevecchia que hoy se inaugura, están los cuatro retratos.
Todos dicen que es mentira, una mentira más de las que todavía circulan y se cuentan en el viaducto, el día de su inauguración con el nombre de Fontevecchia, en el homenaje. La primera son sus títulos de nobleza. En realidad no fueron príncipes sino condes y, como tales, escondieron los secretos de sus intimidades.
Aún no se han develado las dudas, lo que sí se sabe es que siempre presidió la sala principal del palacio el retrato de Enzo Carlo Vittorio Fontevecchia, bisabuelo del último de ellos. La figura y la vida del primer conde se contrapusieron con las del último.
El primero, según la leyenda, se había casado siete veces. Todas sus esposas, decían quienes habían vivido en la época, murieron en accidentes que hubieran podio prevenirse, pero no se hizo.
El bisabuelo falleció al llegar a los cincuenta años, a poco de su casamiento con una virginal joven de diecisiete años, de una ataque cardíaco, en una desenfrenada carrera de sexo, erotismo y pornografía.
Entonces, en el palacio, circulaban rumores, sotto voce, que eran contradictorios, pero, como siempre, traspasaron los muros. Otra vez, al igual que con las muertes de las siete esposas, no llegó a saberse la verdad de los hechos.
Su abuelo resolvió todos los problemas médicos y legales para arreglar las cosas y evitar casi un escándalo y dedicó la mayor parte de su vida a viajar por el mundo, conocer tierras lejanas y mujeres exóticas, de costumbres y hábitos extraños.
Sobre él circula otra leyenda. Dice que modificó el palacio con construcciones de nuevos pabellones temáticos y pasadizos secretos que conocía de memoria y por los cuales circulaba todas las noches para visitar ambientes diferentes en los que alojaba los recuerdos preciados de sus viajes por el mundo.
El abuelo falleció de una enfermedad desconocida, según parece, una fiebre proveniente de Asia, al decir de los sirvientes.
Su padre dilapidó la fortuna heredada en excentricidades: objetos de arte, estatuas, platería y cristales.
Casi a diario recibía clérigos que lo asistían espiritualmente sobre problemas con su hijo, Enzo Carlo Vittorio IV, apodado por todos, conde de Vita Rosa.
Decían que era distinto a todos los hombres de la familia, tenía trato arrogante con sus pares y despectivo y gritón con la servidumbre.
Se comenta todavía que tenía obsesión por la ropa elegante y excéntrica, los afeites personales, las fiestas Dionisíacas, las Bacanales y orgías; pero diferentes a las de sus antecesores, porque odiaba a las mujeres.
Murió joven, soltero, sin descendencia reconocida ni paternidad reclamada por un bastardo y dilapidó lo adquirido por su padre a causa de las dádivas y regalos a sus amigos. Su enfermedad fue larga y penosa, lo tuvo postrado muchos meses con infecciones permanentes y que lo redujeron de piel a huesos.
Sin herederos, el palacio fue demolido para construir un viaducto que acelerara el tránsito entre el pueblo y la capital de la provincia.
Junto a la placa del Viaducto Fontevecchia que hoy se inaugura, están los cuatro retratos.
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