martes, 15 de julio de 2008

GABRIEL BRENNER

LA VECINITA

Estoy en el Café de La Subasta. Veo un largo local en la penumbra, sólo interrumpida por los dos focos que dan claridad sobre las cabezas de los visitantes. En el fondo del local, donde estoy sentado, hay más de cinco mesitas cuadradas de madera muy oscura, algunas están rodeadas por duras sillas.
Enfrente mío hay una vitrina refrigerada con estantes llenos de botellas de gaseosas, cervezas y algún espumante. Luego un mostrador con una exhibición de cristalería, platos, copas, platos, y unos botellones. Hace demasiado frío para disfrutar un largo trago. Se escuchan las voces lejanas del cajero que habla con el mozo, y un joven parroquiano ,con una gorra de béisbol con larga visera, está charlando con el dueño del local para impresionar a la bella joven que lo acompaña.
Me levanto y atravieso el largo pasillo buscado la puerta de esta vieja casa que en otros tiempos tenía un jardín convertido, ahora, en parte del salón cubierto con un techo de vidrio y una salamandra de hierro calentando la tarde.
De pronto me encuentro mirando la cara de una chica esperando, me mira y da vuelta la cabeza y yo me quedo intrigado al no reconocerla. Trato de recordar, pero las imágenes se fugan. Me voy caminado una pocas cuadras y cuando llego a puerta de mi casa se me aclara su figura. La he visto muchas veces subiendo y bajando por el ascensor del edificio. Cuando llegué a mi departamento me olvidé de todo el asunto.
A la mañana siguiente, cuando salgo de casa, me encuentro en el palier de mi piso con dos jóvenes esperando el ascensor para ir a la planta baja. De pronto, al abrirse la puerta aparece ella que venía de un piso superior. Todos entramos al elevador. Linda carita, lindo cuerpo, una cálida sonrisa, muy simpática, pienso. Buen día, me dijo, alargando las palabras y sus mejillas, como esprando un beso. Nos volvemos a encontrar, dije con vergüenza, quizá por la diferencia de edad. ¿Me invita a desayunar? Sugiere. Yo, sorprendido no pude decir una palabra. Uno de los jóvenes intervino: Así da gusto empezar el día con una tan linda chica. Todos nos reímos y yo le contesté balbuceando: Si, será un placer, y comenzaron las bromas de los muchachos. Cuando llegamos a la planta baja lo jovenes se despidieron deseándome suerte.
Yo me quedé sólo con ella, aún no conocía su nombre y no sabía por donde empezar tan apabullado que estaba por su belleza y juventud y menos sabía qué decir. Ella me volvió a la realidad antes de cruzar la avenida ¿Le parece tomar un buen café en el bar de la esquina?. Ahí, bueno y mi corazón se tranquilizó.

No hay comentarios: