Lágrimas
Manuel Vicent
Mi
habitación en La Habana daba a un patio interior que tenía mucha resonancia.
El
ama de casa me advirtió que hacia la medianoche oiría el orgasmo de la mulata
del primero derecha; luego, al amanecer, me despertaría el canto de una docena
de gallos que los vecinos criaban en las terrazas y enseguida, abajo en el
solar, comenzaría a llorar Camilito, el hijo de la negra Teresa.
Todo
se producía según lo esperado cada noche, aunque el llanto del niño parecía no
tener fin cuando empezaba a llorar después de que cantaran los gallos. Camilito
berreaba sin parar, a veces se encanaba y al quedarse más de un minuto sin
respiración yo creía lleno de angustia que había muerto, pero ese silencio sólo
era un punto de apoyo para redoblar el sollozo con más fuerza todavía. En medio
de su berrinche, que podía durar una hora o más, se oía la voz melodiosa de la
negra Teresa, que decía: "Camilito, mi amol, qué te paaasa". Al final
el niño conseguía ser atendido y su llanto había tenido un sentido.
Los
bebés lloran como un mecanismo de defensa cuando sienten hambre, sed, frío,
calor u otra molestia. Basta un mínimo problema, el biberón, el chupete, los
pañales, para que el bebé llame la atención. Madres amorosas, niñeras
solícitas, criadas cariñosas o enfermeras profesionales acuden a la cuna tan
pronto como oyen que un niño mimado emite el primer vagido.
Camilito
lograba que su madre le atendiera después de desgañitarse durante una hora seguida;
muchos niños afortunados lo consiguen en menos de un minuto, pero hay millones
de niños que no obtienen nunca una cosa ni otra. En el campamento de refugiados
ruandeses en Tanzania me di cuenta de que los niños no lloraban. Sólo miraban
fijamente a sus madres. Un médico me explicó que allí los niños no lloraban
porque su cerebro ya había codificado a través de su larga miseria heredada que
el llanto no les servía de nada.
El
dolor estaba asimilado al silencio.
En
la tragedia de Haití se ha visto en una foto famosa al bombero Óscar Vega con
un niño de dos años en brazos, rescatado de los escombros. El niño tiene
lágrimas en los ojos, pero tampoco llora. Sin duda ha aprendido bien la lección
mucho antes de nacer. Sabe que al final del llanto no hay nada ni nadie.
Sólo
parece asombrado de seguir vivo.
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