Mañana soñada
y cálida
de abril del 94
Claudio Steffani
Por
las ventanas de los bares mandé a caminar varios sueños, muchos de ellos
quedaron empapados en alcohol y se diluyeron con el segundo vaso de ginebra,
otros fueron apareciendo de a poco hasta instalarse en mi vida cotidiana.
Sueños de una madrugada que no sobrevivieron una suave caricia al atardecer y
otros que se quedaron apasionados algunos brillantes años. Los sueños de
amores, viajes y pasiones cumplidas e incumplidas, marcaron el pulso de mi
vida.
Clara
es una vecina que aún vive en mi edificio, la veíamos pasar por la esquina y
Charly cada vez que la miraba, siempre decía que ella era lo más parecido a un
sueño, todo el bar se daba vuelta para mirarla, a veces la veía en el andén de
la estación de Ramos Mejía, tomaba el tren de 9.25hs. que venía de Castelar.
Una
mañana cierro la puerta de mi departamento, abro el ascensor y allí estaba,
bella, radiante y con un libro de Pezoa en la mano, me quedé sorprendido, no la
hacía interesada en la literatura siendo una mujer tan pendiente del gimnasio,
con la botellita de agua en la mano, siempre perfumada y con ropa fina. Salimos del edificio charlando
como buenos vecinos, caminando las cuatro cuadras hasta la estación.
Empezamos
de a poco a coincidir con los horarios de viaje, yo estaba fascinado con sus
ojos y las charlas sobre Pessoa y Benedetti. Ella trabajaba en Utpba, sindicato
de periodistas. Una mañana veníamos muy juntitos en el Sarmiento, a esa hora
viajaba mucha gente y de pronto el mótorman acciona el freno de emergencia
cerca de la estación de Flores y el tren se para abruptamente.
El
Guarda que estaba cerca hablaba de un posible arrollamiento, se abren las
puertas del tren y la gente se baja y empieza a caminar por las vías hasta el
paso a nivel más cercano, dejo que baje la mayor cantidad de gente posible, me
bajo yo primero y ayudo a bajar a Clara por la escalerilla del vagón, que
portaba zapatos con tacos y una criminal minifalda negra.
Empezamos
a caminar despacio por la dificultad de los tacos y sorteando las toscas de las
vías, le estiro mi brazo para que se agarre y así llegamos hasta la barrera,
caminamos riéndonos de la situación hasta la Avenida Rivadavia, llegamos a la
esquina y paramos, nos miramos como nunca antes, ella gira su cabeza hacia la
Avenida, me vuelve a mirar y pregunta.
¿Y
ahora que tomamos?....... Un café, le respondo.
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