EL Y ELLA
Raúl Prieto
Que
quien haya asolado siglos, milenios se presente ante mí con la belleza de una
mujer y la ruda hombre fealdad de un hombre en una continua y dinámica metamorfosis que la transformaban
imperceptible y alternativamente en grotesca gárgola a ella y en Adonis a él,
no me sorprendía. Estimo que la indefinición de aspectos formaba parte de su
estrategia. Infundía a su vez temor, paz, aliento y desalientos, promesas de
una eternidad repleta de sufrimientos o libre de ellos, o quizás simplemente la
nada. Intenté comunicarme con palabras, única forma que aprendí a lo largo de
mi existencia, que ahora se me antojaba ridícula, inútil, estéril. La gárgola o
el Adonis con formas continuamente cambiantes se limitaban a descomponer sus
rasgos, sin brillos en sus miradas, ni
arqueo de cejas, nada que pudiera definirse como muecas humanas.
Procuré
relatarle mi infancia, mi adolescencia, mi adultez, mis frustraciones, mis escasos logros, que al ser mi propio juez
cobraron dimensiones irreales: exageradas en las que deberían ser propias de la
raza humana. Lugares comunes que no provocaron en él ni en ella mueca alguna. Desde
el origen mismo de los tiempos les han rendido tributos. Tierra, fuego, agua
han procurado mitigar el indescriptible temor que generaban. Innumerables guerras
atroces, quizás las más, se han librado en su nombre, bajo distintos nombres,
pero siempre con el único y simple temor a la Nada. En ese preciso instante
ambas figuras grotescas y cambiantes: él y ella esbozaron un gesto casi humano,
que se les pegó desde el origen mismo de la humanidad: una sonrisa.
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