domingo, 25 de marzo de 2018

Marta Comelli



AHOGOS VENECIANOS  
Marta Comelli

Los delicados y fríos tonos de un Crucifijo del siglo XIV parecen ahogarse ante las ‘’Catorce Estaciones del Viacrucis ’’ de Tiépolo. Allí estoy y sobrevivo al paso del tiempo, al atropello humano, descarnado, a los colores tiernos y desfachatados de Venecia. ¿Sin Ti?
 Parada en San Paolo, luego de verlo sofisticadamente envuelto en su turbante de oros y amarillos, el Indú, me mira con recelo. Parece recordarme cuando Murano, Lido, los ahogos de entonces, como estos de una cruz que entregué hace un momento en manos de San Giácomo de Rialto. La bocanada de aire puro llega al bajar las escalinatas para acceder a su campo, donde  el ‘’gobbo’’ atrapa mi mirada, ese hombre fatal y arrodillado que la sostiene. Piedra de siglos, mito, allí están juntos, escalinata y jorobado del Rialto, fe, esperanza de misericordia en las velas encendidas al santo de la reconciliación.
¿Él me sigue o me persigue?
Rosas blancas, inmaculadas,  cuelgan sobre un puente  y se deshojan al roce de mis manos ávidas buscando, entregando caricias. Sutil descubrimiento de la tersura de esos pétalos, sensuales, aterciopelados. Me asfixio. Él me mira fijo ahora y enfrenta. Nos mezclamos, nos buscamos entre los frutos del mercado, entre las flores, sus perfumes. Tú, ¿dónde estas?  Él, juega con su turbante, lo acaricia, Yo con los frutos.   El espacio se ilumina con un sol abrasador, las  conversaciones musicalizadas, el colorido coloquio de ese mundo matinal  al que nos sometemos, a sus sensaciones, sus delicias. Jugamos el juego de la caricia y el olvido,  de la lejanía y el casual rencuentro luego de años, cuando su mirada fue una llave al candado de mi angustia.
Entonces, Tú corrías puentes desde mis manos, brotabas palabras desde los ojos autómatas, desprolijos de incredulidad y miedo.
 ¿Él, dónde se gestaba, surgido de la imaginación de quién, en qué ocultas miradas o palabras?
Otro campo, es San Polo de imprevista austeridad ante los ojos. Me aquieto. Palacios que conservan con orgullo su belleza, y allí, Él se acerca, ya no me mira con miedo, en sus manos oscuras brilla un vaso rebosante de un líquido rojo, lo acerca a su boca, bebe, sensual bebe, me mira luego y lo eleva en un brindis. En sus ojos no hay desesperanza,  desamparo, ni en los míos. Ofrece con su mano una aceituna que bordeara el vaso, pasa y sigue, pasa y quedan, su aroma, su no voz, su mirada serena de tierras delicadamente oscuras, distantes.
Desde lejos, con la mano en alto, Tú  me reclamas. Otra vez el hueco del que me rescatas, y salto.                              

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