La conservación de
los hábitos
Maximiliano
Sacristán
Para
no perder nuestra tradicional cena familiar en el patio, todos los años
contratamos a los mejores imitadores (aunque ellos prefieren que los llamemos
replicantes). Desde las estrellas hasta las cotorritas que se chocan contra el
farol -y también el farol, claro- o el rocío de la madrugada, que se
materializa cuando la guitarra de sobremesa comienza a borronearse. En fin...
todo lo recordamos, y todo lo exigimos. Ellos son los mejores, y nosotros lo
queremos como antes. Tal cual. Por eso cada verano -o esa serie de sensaciones
que recordamos como “verano”- los replicantes nos garantizan una auténtica
comida al “aire” libre. Le aseguro que si usted no mirase con microscopio el
vientre de algún cascarudo jamás se enteraría de que son una fidelísima
imitación hecha por la empresa.
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