Otra
vez lluvia María A. Escobar
Otra
vez lluvia. Otra vez en domingo. Y
truenos y si llegaba a caer un rayo se
sacudiría como una espiga doblada por el viento. De pánico, porque había
escuchado lo que narraba su padre de hombres o ganado fulminados por éste. Por
eso y aunque sólo tenía tres cigarrillos no saldría por nada del mundo. Se
mantendría en su pequeña cueva y trataría de hacer cosas que iban quedando
relegadas siempre para después, como ordenar los papeles que se apilaban sobre
el bargueño-biblioteca-guardarropas, etc. ¿Por dónde empezar? Aquello era cueva de cucarachas, ese bicho
invencible pese a todos los venenos. “Se vuelven resistentes” me dijo el
gasista que, por un trabajito, se había llevado la mitad de mi jubilación.
¿Cómo serían de resistentes los sobrevivientes de la bomba atómica o del
napalm? Parece ser que somos más
frágiles que un insecto, que moriremos por miles el día que alguien apriete el
fatídico botón, que ya lo están haciendo pero no van al fondo, al exterminio
total.
Todo
esto pienso porque llueve y recuerdo a Pessoa, que era otro desencantado. ¿los
papeles, y la heladera que alguna vez deberé limpiar y el baño que necesita una
buena fregatina? Bueno, me gana la metafísica. Nada importa verdaderamente y
por eso es mejor sentarse a escribir y olvidar la escoba y el plumero. Onetti
nunca salió de la cama. Pessoa murió a los cuarenta y nueve años quemado por el
alcohol. Pavese se suicidó a los
cuarenta, Cuando se toca fondo……
Bueno,
me arriesgaré a salir para buscar cigarrillos. Nada más y luego me meteré en la
cama para escuchar la lluvia que, después de todo, es una bendición. Me lo dice
el jubiloso cantar de los horneros.
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