Demasiado tarde Juana Rosa
Schuster
Llegó a la pulpería con el rostro como una piedra trabajada por los siglos.
No hizo falta que atara el caballo. Mientras miraba hacia adentro, recorría con rencor los momentos vividos. Era más joven cuando todo sucedió.
Entró.
Casi todas las mesas estaban ocupadas. Se sintió observado. Todo olía a
grasitud. Una mujer se acercó. Tenía edad incalculable, dos trenzas tirantes
enmarcaban un rostro cansado. El delantal mostraba manchas de comida y usaba un
vestido varios talles más grande. A Damián le pareció que podía levantar vuelo
en cualquier momento. -¿Qué le traigo?
Damián no
alcanzó a ver el estado de turbación de ella.
-Una
grapa.
La
pulpera se retiró , arrastraba unas alpargatas rotas.
Damián
recorrió con la vista las paredes vetustas, una lámpara rudimentaria atraía los
insectos más variados. En un rincón, dos sillas gastadas descansaban contra el
mostrador maloliente.
-¿Viene
de lejos?- Alguien quiso saber.
-Acá el
que hace las preguntas, soy yo.
Hubo un
silencio, luego susurros y cada uno volvió a lo suyo. Jugaban a los dados o a
las cartas.
Antes de
terminar de beber, Damián se dirigió al dueño del lugar.
-¿Dónde
puedo encontrar a Timoteo Cáceres?
-¿Le debe
plata?
Apenas
hecha la pregunta, el pulpero se arrepintió. Las facciones del forastero se
desfiguraron. Dio un puñetazo a un estante de madera y rodaron los pequeños
vasos. El sonido de los vidrios rotos, lo enfureció. Estuvo a punto de sacar el
cuchillo. Se contuvo cuando vio la cara de susto de Teodolina.
-Puede
hallarlo en le herrería, frente a la iglesia.
El hombre
pagó y se retiró sin importarle pisar los vidrios.
Los
parroquianos comentaron que algo malo iba a suceder.
Lo vieron
montar y alejarse.
El sol
pampeano se escondía cuando arribó, aparecieron las primeras sombras como
cómplices.
Algunas
mujeres de negro salían de la última misa. El cura las despedía con un: -Dios
las bendiga-
Al
sacerdote no le pasó desapercibido este jinete, con sombrero oscuro y aspecto
huraño. Cerró las puertas. Sintió temor. Sin embargo, el aspecto le resultaba
conocido. Sobre todo por la cicatriz en la mejilla derecha.
Una vez
en la herrería lo vio. Cáceres recibía los bonos de pago en ese momento.
El patrón
nada pudo hacer. Todo fue sorpresivo.
Damián
sacó su cuchillo y lo tomó del cuello.
-Me
robaste la prienda.
Le clavó
el facón en la garganta. Borbotones de sangre brotaron .Los testigos gritaban.
El vengador saltó sobre la montura.
El padre
Candelario espiaba por una mirilla.
Había
visto y escuchado todo. Salió a toda carrera y vociferaba: -No, no, el pulpero
sedujo a Teodolina. ¡Te equivocaste!
Pero ya
el zaino estaba lejos.
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