El papelito rosa Natalia Samburgo
Beatriz
no había pasado un buen fin de semana. El repentino llamado de su jefe el sábado
por la mañana la había dejado intranquila.
Aquel
pedido tan extraño daba vueltas en su cabeza. No pudo disfrutar la fiesta de cumpleaños
de su sobrina apabullada por las dudas. El domingo amaneció deprimida. Se
acercaba el lunes y debía cumplir con el pedido. Ese pedido de auxilio de uno
de sus jefes, pero que a la vez significaba traicionar a otro de ellos. El
lunes debía llegar unos minutos antes al trabajo para sacar del cajón principal
del escritorio de Enrique, un papelito rosa que contenía cierta información. Él
no debía enterarse nunca de lo que allí estaba escrito. La misión era clara
“toma el papel y destrúyelo”.
Beatriz
se carcomía en dudas sobre qué pasaría si su jefe llegaba más temprano justo
ese lunes. Pensó en ir media hora antes, pero el edificio no estaría disponible
para entrar tan temprano. ¿Y si justo la encontraba hurgando en su cajón?”
No
era nada placentero tener que estar en esa situación. Un papel rosa, dos jefes
y una traición.
Durante
la tarde decidió comenzar a leer el libro que había comprado el miércoles
anterior y que había llamado su atención al pasar por la librería. Era un
policial de un autor que ella nunca había leído. Se dispuso a comenzar la
lectura esperanzada en lograr relajarse y olvidarse por un momento de la tarea
encomendada para el lunes. Se preparó café y se sentó en su sillón favorito,
tapada con una manta y sus anteojos de lectura.
El
libro logró atraparla de inmediato. Las palabras del autor eran sumamente cautivantes
y la sumergían en un mundo de delincuentes, detectives e intrigas. Las hojas
iban pasando una tras otra sorprendiendo a la ingenua Beatriz con los sentimientos
que se despertaban en ella: dudas, risas, tormento, agonía, alivio… todo eso en
tan solo tres capítulos que llevaba leídos.
Al
comenzar el capítulo 4, comenzó a bostezar, pero las intrigas de la historia fueron
más fuertes que ella y continuó leyendo.
Para
su sorpresa, la protagonista conseguía un empleo en una editorial y tenía dos
jefes que no disimulaban sus diferencias. Uno de ellos preparaba una trampa
para hundir al otro, pero eso solo lo sabía el lector. John Gibson hacía meses
que perpetraba su venganza contra Henry York por haberse acostado con su mujer.
Ni Henry ni Sara, su esposa, sabían que él estaba enterado de tal infidelidad.
John colocó en el cajón del escritorio de Henry un papel rosa que eligió de
entre un montón de papeles de colores y en el que había anotado “lo sé todo”.
Cuando Henry leyera el papel, el teléfono sonaría automáticamente y una voz del
otro lado de la línea le anunciaría que algo ocurría con sus abultadas cuentas
bancarias porque allí ya no habría fondos. Todo estaba armado a la perfección. Pero en una conversación casual con otro de
sus socios, John cayó en la cuenta de que estaba equivocado. Todo había sido un
error y no era Henry quien había estado con su mujer. Comenzó a sudar y
tratando de aclarar su mente pensó rápidamente la manera de solucionar el lío
que estaba a punto de hacer. Por un lado, llamó al banco y frenó la
transferencia de fondos que había programado y que debía concretarse el lunes
por la mañana. Luego llamó a su nueva secretaria y le ordenó que el lunes a
primera hora estuviera en la oficina y quitara del cajón del escritorio de
Henry un papel rosa y lo destruyera.
Beatriz
no podía creer lo que estaba leyendo. Era como si le pusieran delante de ella
el motivo por el que su jefe le estaba pidiendo auxilio.
Un
sacudón la sobresaltó. Trató de abrir los ojos pero no podía. Cuando lo logró,
vio que el libro estaba caído en el piso y no en sus manos como lo recordaba.
Lo tomó para retomarlo y al buscar la parte donde la protagonista lograba sacar
el papel rosa del cajón, cayó en la cuenta de que el libro no hablaba de ningún
papel ni de dos jefes. Se había quedado dormida y su atormentada mente había
enlazado la historia del libro con la suya propia.
No
pudo hacer otra cosa que sonreír y sentir cierta tranquilidad. Al día siguiente
iría y sacaría el papel rosa del cajón de su jefe. Quizás de esa manera,
salvaría a uno de los dos.
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