Demasiado rubia para morir así (I)
Carlos Margiotta
Llegué
al lugar cuando el cuerpo todavía estaba caliente. -Gracias por venir tan rápido,
usted sabe como aprecio su ayuda- , dijo el Comisario Barrientos, mientras
levantaba la sábana ensangrentada que cubría a la víctima. Era una mujer rubia
que tendría apenas unos 25 años. Demasiado rubia para morir así, pensé. Su
belleza yacía boca abajo sobre la cama, y un tajo entre dos vértebras
cervicales mostraba que había sido apuñalada con una fina daga, o algo así como
una aguja o un punzón. Me llamó la atención que la habitación estuviera en
orden sin signos de violencia ni destrozos en el mobiliario.
-Los
vecinos escucharon un fuerte grito y llamaron al 911, cuando llegamos el cabo Gómez
vio a un tipo correr por las azoteas-, continuó diciendo Barrientos.
Palermo
es un barrio extenso donde se mezclan las finas torres de Libertador y las
casas viejas tipo chorizo como en la que estábamos entre Julián Álvarez y
Lavalleja.
Salí
al pequeño patio donde desembocaban el baño y la cocina. Una escalera estrecha
de metal llevaba a una azotea y a la noche fría de Julio. Subí despacio para
mirar desde arriba el escenario de la casa, restos de pisadas con barro cubrían
los primeros escalones. Una camisa blanca y un juego de sábanas se balanceaban
en una soga de la pequeña terraza; estaban secas.
Cuando
volví el Comisario agregó: -Por los libros y cuadernos que encontramos en el ropero
parece que estudiaba medicina, también había en del cajón de la mesita de luz
un pasaje de ómnibus con destino a Necochea para el día 16.
-Es
muy raro todo, le dije, Llámeme cuando tenga más novedades y nos dimos un
apretón de manos.
No
sabía que rumbo tomar, no tenía pistas, sólo interrogantes como el detalle que
guardaba los libros en el ropero teniendo muchos otros lugares más apropiados
en la habitación, tampoco me convencía el hecho de que las puertas no habían
sido forzadas indicando que la víctima conocía a su asesino.
Angélica
iba a esperarme en mi departamento alrededor de las 10 con un guiso de lentejas,
había dicho, y estaba ansioso por encontrarme con ella después de una semana
sin verla. Ella vivía en una localidad cercana a la capital y compartíamos
nuestras vidas los sábados y domingos. A pesar de lo poco que nos conocíamos
había logrado que le diera una copia de mis llaves. -No hace falta más de cinco
minutos para darme cuenta a que hombre puedo amar con todo mi corazón-, dijo en
la primera cita antes de darme un beso que me dejó sin respiración, y a partir
de ese momento nuestros cuerpos se reconocieron como desde el principio de los
tiempos.
-Hace
tranquilo tus cosas que te espero con una sorpresa-, me había dicho por el
celular un rato antes que me dirigiera al lugar del crimen. Y como una mujer trae a la otra decidí ir a lo de
Mimí, una generosa veterana con la que compartimos noches enteras cuando ella
era media vedette en el Marabú y yo todavía un joven oficial de policía. Ahora
tenía un pequeño café en la zona de las facultades enfrente de lo que había
sido el Hospital de Clínicas.
Miré
la hora y paré un taxi creyendo que el boliche estaría abierto. Cuando llegué
Mimi estaba bajando las persianas y no pude evitar mirar su cuerpo curvándose
en el umbral como entonces. Bajé del auto apurado para sorprenderla cuando...
-¡Arévalo!,
qué haces por acá-, dijo mientras besaba mi mejilla. -Vení entrá y tomate una
cafecito, esta noche tengo poco tiempo para vos. Mi hijo vino de Madrid por
unos días y tengo que cenar con él.
Bastaron media
hora para intercambiar algunos detalles del contexto actual sobre la vida
universitaria que podrían enriquecer y confirmar mis posibles hipótesis cuando
tuviera más datos de la investigación.
-Vos
sabés cómo son las cosas hoy en día, las pibas del interior no se conforman con
la mensualidad que le envía sus padres y algunas estudian de día y se
prostituyen de noche y los pibes que se creen piolas vendiendo falopa. Salimos
juntos del café y la acompañe a tomar el colectivo 132 que la llevaba a Flores.
Me despedí con un abrazo y le pedí que estuviera atenta a las noticias y
cometarios de sus clientes porque el lunes el caso iba a aparecer en los
diarios.
Caminé
hasta Callao enfundado en mi sobretodo, tenia la cabeza echo un bombo de pensamientos
y apuré el paso hacia el pasaje Discépolo pensando que Angélica (cuando te
nombro…). En el palier del noveno piso
sentí el aroma del guiso de lentejas, toque el timbre para no asustarla
con mi andar sigiloso y me abrió la puerta con una sonrisa.
-Todavía
falta un ratito para comer- dijo, mientras yo me quitaba el abrigo y ella mi
robe azul dejando su cuerpo vestido solo con par de medias negras.
Continuará
1 comentario:
Carlos, me entusiasme al leerlo,lo que quiere decir que me gusto,espero ansiosa la próxima entrega.
muchas gracias.
Ester Moro
Publicar un comentario