viernes, 17 de julio de 2015

Jenara García Martín



CONFIDENCIAS  Jenara García Martín

Fermín me había citado en el café  ORIENTE, que él frecuentaba, dado que pertenecía a la aristocracia madrileña.  Acababa de llegar  a Madrid, y me dijo necesitaba verme. Yo no me rehusé y a las diecisiete horas asistí a la cita con puntualidad, como era mi costumbre. Ya me estaba esperando. Ninguno de los dos dejamos de emocionarnos, pues  hacía años que no nos veíamos. 
- Carlos, querido amigo, ¿cuánto agradezco que hayas aceptado esta entrevista? - Me decía Fermín mientras nos dábamos el abrazo de sincera amistad.
Su aspecto, como de costumbre, era impecable. Y su porte elegante.  Fuimos juntos al Colegio y nos hicimos inseparables mientras vivieron en Madrid. Cuando terminó sus estudios completos, hizo lo que su madre al morir le había aconsejado. Terminar la carrera de  Filosofía y Letras y viajar. Recorrer el mundo  beneficia en muchos factores -, me relataba como para empezar el diálogo -. Conocer otras culturas; sus principios espirituales; los dogmas religiosos; sus costumbres, (…)   Ahora regresaba de Italia, luego de dos años del deceso de su madre y aunque su pasión era la música, terminó la carrera y recorrió los países que más le atraían, cumpliendo con ese consejo maternal. También me dijo que había escrito, pero nunca publicó nada. Decía que escribía para él. Así quedaría para el recuerdo todo lo que fue su vida, que no muchos conocían.
Me sorprendió su estado melancólico, con el cual se expresaba. Mas como era de carácter introvertido no me atreví a preguntarle  para no quebrar la alegría que  provocó nuestro reencuentro. Él se dio cuenta de mi inquietud, y me dijo que me iba a relatar el motivo de su tristeza, rogándome que no le interrumpiera. Mi curiosidad iba a ser complacida, sin yo requerírselo.
 Así comenzó Fermín su relato:
 “Estoy demasiado abatido. Demasiada angustia la que siento dentro de mí. No puedo expresar su dimensión. Nadie lo entendería. Vivo ajeno a  todo lo que me rodea. Como si no existiera. Es inexplicable. Yo estoy siempre observando todo lo que me rodea.  Presiento el magnetismo que transmiten las personas. La naturaleza. Los espacios llenos o vacíos. No me detengo a mirar por mirar. Observo a los seres humanos que caminan, a veces, como autómatas. Para otros, pasarán inadvertidos. Para mí, no. Doy vida  a su figura, a su caminar,  a su aspecto. Los retengo en mi cerebro y me acompañan como seres invisibles. No ocupan espacio, pero ahí están. Mi consciente prepara la composición con la que puedo ir comenzando la novela que yo presiento puede haber en torno a ese ser humano, o a ese lugar, o a ese “algo” que me cautivó y que tenía vida. Y minuto a minuto  la temática fluye sola. Y ahora, te repito, me falta motivación. Y me niego a creer que esté relacionado con estas situaciones aparentes que transmito, que tú aprecias en mí, aquí y ahora. Es algo más profundo, más ligado a mi existencia espiritual. Me falta ella. Mi “Musa”. ¡Qué torpe e ignorante fui! La tuve siempre a mi lado. Nunca me di cuenta que era ella. Ella. ¡Amelia¡ la que  inspiraba  mis creaciones. Compartíamos, sin que yo lo percibiera los mismos placeres que nos brindaba la vida. Hasta el pisar de las hojas secas de los parques en  aquellos atardeceres del Otoño, era algo especial. Nos provocaba música y poesía. Me incitaban a crear algún poema, que ella siempre aplaudía, como una niña encantada con un nuevo juguete. ¡Era un sentimiento tan puro! Ahora entenderás mi abatimiento y mi remordimiento…
Cuando llegué a conocerla, en la casa del Capitán Maltés, del cual era sobrina. Tendría unos quince o dieciséis años y su esposa Cloty treinta y…, de una belleza deslumbrante”.
- Podía ser tu hija – le dijo Carlos, interrumpiéndole.
“¡No me interrumpas! Era una encantadora criatura y parecía agobiada bajo un idealismo puramente espiritual. Sin embargo, esa clara pureza de su alma fue el indicio  de lo que pronto llegó a cautivarme. A pesar de su carita cubierta de pecas había en ella una belleza expresiva, oculta por su comportamiento infantil. Ya se expresaba desde el alma y cautivaba más los corazones. Era ingeniosa. Destacaba por su buena educación,  moral y social. Por su angelical inocencia, su espontánea  y reposada  alegría. A pesar de que me cautivó, la primera impresión que sentí  al verla fue de desazón. De un sentimiento desconcertante parecido al que produce la luminosidad excesiva que hace temer a las personas, como si fuera el anuncio de una rara fenomenología.
– Tú estás desvariando - le interrumpió de nuevo Carlos.
“-Perdón pero tengo que seguir. Mi conciencia me lo pide. Hacía ya unos dos meses que me encontraba en París, casi el mismo tiempo que ella. Yo estaba involurelaciones amorosas con Cloty, la esposa del Capitán Maltés, quien me quería con un amor que yo lo consi raba pecaminoso, pero me negaba a rechazarlo.  Yo estaba solo y huérfano en esa tierra, y en ese hogar aristocrático, que  se parecía en muchos aspectos y costumbres, al que dejé  en Italia  Ni puedo precisar cuándo y cómo empezó el asedio de Cloty y yo aceptándolo y ocultándonos de todo y de todos. ¡Qué vergüenza siento recordándolo! Disfrutaba de ese calor de hogar robado pero perdí mi libertad.  Amelia, inexperta jovencita, se interesó por mí presencia y un día le hizo a Cloty la pregunta esperada y que yo tanto temía: ¿qué parentesco me unía a ellos?  La respuesta, de la hábil Cloty a una criatura tan inocente en esos enredos amorosos, fue la más vil mentira: Considérale como un integrante de mi familia. Hasta puede ser como una especie de tío tuyo. Observo que tenéis una fluida amistad. Su madre era mi mejor amiga y a su muerte me encomendó que le cuidara como a un hijo, si algún día se acercaba a nosotros, pues ya ves  que en mi matrimonio no  hemos podido concebirlos. . ¡Amelia! La ingenua Amelia se conformó con esa respuesta. El trato entre ellas, en apariencias, era como madre e hija, pero no en la realidad, pues su padre, hermano del Capitán Maltés, la había enviado a París para estudiar, de lo cual Cloty aún no se había ocupado. Cuando conocí,  por boca de Amelia, esta clase de mentiras, tuve que confirmarlas. Ahora sí que me veía ante un laberinto sin salida y debía de demostrar esa relación ante el capitán y todas las amistades de la alta sociedad  que frecuentaban  la mansión. En las reuniones sociales, yo era el centro de atracción y Amelia (con la verdad) una sobrina llegada de la campiña del Oeste de Francia y agregaba, que la querían como a una hija.  Con Amelia continuaba  una bella y sana amistad de una “sobrina con su tío postizo”. Así empezó a llamarme.  Se conectó la candidez de una niña con un hombre de experiencia que se convertía en otro niño, en su compañía. Cloty supo preparar con mucho tacto el terreno para cuando llegara su esposo.
 Esa celestial criatura, ignorante del odioso papel que yo representaba en esa casa, comenzó a profesarme una franca idolatría, de cuyos sentimientos me avergonzaba al compararlos con la pureza de su alma. Llegué a ver con aversión, con tedio, y hasta con asco el amor impuro con Cloty”.
 Antes de continuar, Carlos le interrumpió nuevamente.
-Fermín, llevaste la situación a un extremo demasiado vergonzoso.
- Sí, lo comprendí demasiado tarde. Yo había despertado en Amelia otro tipo de sentimientos, aunque el trato entre nosotros siempre era el de costumbre, pero ya no eran los juegos de una niña. Yo significaba mucho para ella. Hata que se produjo el regreso del capitán Maltés y escuchó una discusión  entre los esposos y me lo comentó asustada. Y con una gran incertidumbre, me refirió que se habían dicho cosas desagradables y entre ellas que yo estaba enamorado de tía Cloty. Tuve que resolver esas dudas con un sin fin de mentiras que ella en su inocencia me creyó y me pidió que tratara de aclararlo con su tío, pues no era agradable escuchar esos comentarios entre la servidumbre y ella se sentía muy apenada cuando discutían. A partir de esos sucesos, sentí que su mirada era diferente. Ya no existía en ella esa sonrisa fácil. Su distanciamiento fue comprensible para mí. Cloty, que también lo percibió llegó a preguntarme y me enrojecí al explicarla el por qué el cambio de la conducta de la dulce y querida Amelia. Me atormentaba con sus interrogatorios. Empecé a comprender su adoración por mí y yo a sentir por ella algo especial que podía llegar a ser amor. No se merecía ese cariño. Era un amor sucio por un barro negro como una noche obscura. Y ella era tan pura como una azucena de las que se destacaban con su blancura en el jardín.  Tuve que decirla parte de la verdad, que no era merecedor ni a su cariño de niña, ni a su amor como mujer. No lloró, me dio un beso en la mejilla y se fue de mi lado  corriendo”.
 - Era comprensible – le dijo Carlos -, y cuál fue su reacción.
“Este fue el epílogo de esta historia que tanto me atormenta, amigo Carlos.
Se fue de nuestras vidas, sin decir una palabra. Sólo dejó escritas unas líneas dirigidas a mí:
”He descubierto lo que significa la palabra AMOR y que también se puede ser feliz amando, y viviendo junto a Jesús. Te amo demasiado para no poder amarte, Amelia”.
Se refugió en un convento para no tener más contacto con el mundo material.”
¿Comprendes ahora por qué este estado de ánimo? He tenido que desaparecer  de la vida de Cloty y el Capitán Maltés como si fuera un ladrón, y es cierto, que eso he sido.  No podré pagar con nada las lágrimas derramadas por la nobleza y bondadosa  familia de Amelia, al perderla de esta vida terrenal. Nadie se acerca a saludarme.  Me he convertido en un ser despreciable.
-Te comprendo, Fermín – le dijo Carlos -. Trata de limpiar tu conciencia y rehacer tu vida decentemente.
-Tengo que pensar qué hacer con mi futuro, Carlos -, le respondí -. Continuaré viviendo, como si la esperara. Será mi penitencia.

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