ALGO EN COMUN Marta Becker
La vida del matrimonio transcurría por los canales normales de la monotonía, pero ella no se quejaba, era conformista y sin mayores preocupaciones o altibajos era feliz.
Pero don
Rogelio tenía una premisa, propia de los hombres de su época, que establecía
que con la esposa ciertas cosas no se hacen. Así, buscó fuera de casa lo que no
usaba en ella y se enroscó con Lelé –nombre profesional de María Cuevas- que
vivía al otro lado del río que dividía al pueblo. Un pueblo chico, demasiado
para guardar secretos, y la relación del señor Vigil era por todos conocida.
Lelé hacía realidad con honores todas las fantasías que ocupaban la cabeza y el
cuerpo del hombre.
Todos
tenían una gran curiosidad por cómo don Rogelio ordenaba su vida y lograba coordinar
obligaciones y placer entre las dos mujeres. Como buen marido, sábados y domingos
los pasaba con su familia, se lo veía con Ángela tomados del bracete, sacaba a
sus hijos a pasear, en fin, cumplía su rol de esposo a la perfección. Visitaba
a Lelé tres veces durante la semana, de donde volvía con una sonrisa distendida
y listo para seguir adelante.
A ninguna
de las dos les faltaba nada, teniendo en cuenta que el negocio del señor Vigil
era próspero y con capacidad para mantener ambas casas.
La señora
Ángela sabía de la infidelidad de su marido pero era más fácil dejar así las cosas
que pelear, ya que se consideraba la mujer oficial, con todos los derechos
adquiridos frente a la ley y eso le daba privilegios que la otra no tendría
nunca.
Fue
pasando el tiempo y don Rogelio no modificaba su conducta. Llegó un momento en
que su esposa se preguntó qué tendría la otra que ella no tenía, tomó coraje y
decidió visitarla. Sorprendida, Lelé la recibió con cortesía y cierta
distancia, hasta que después de un par de horas y muchos mates y confidencias
se hicieron amigas. Tenían algo en común y consideraron que era mejor
compartirlo y no disputarlo.
Era
comentario obligado en las reuniones, en las tiendas y en el bar la relación
que se había armado entre las dos mujeres. Ambas se veían en las tardes que
Lelé tenía libres del hombre y hasta salieron alguna vez de compras juntas. El
señor Vigil se enteró de la situación y decidió blanquear todo. Se reunió con
Ángela y Lelé y todos llegaron a la conclusión que tal como estaban las cosas
era una forma armoniosa de vivir y no valía la pena modificarla, los tres
estaban contentos y así siguieron adelante.
Don
Rogelio se sentía en el paraíso. Era atendido por las dos mujeres en todos los
ámbitos de sus inquietudes y ningún caso hacía de los comentarios maliciosos
que corrían por el pueblo. Sabía que muchos lo envidiaban y se enorgullecía de
ser muy hombre porque otros no eran capaces de igualar su doble vida. Además,
habían resuelto el problema con altura - bien maduros los tres- decía.
Transcurrió
un largo tiempo cuando la madre Naturaleza le jugó una mala pasada. Don Rogelio
Vigil sufrió un ataque de alta presión que lo dejó semi paralítico, postrado en
una silla de ruedas y sin habla.
Las dos
mujeres, antes contrincantes y ahora amigas entrañables, se reunieron para tomar
una decisión. El tema no era poca cosa, había que hacerse cargo del hombre en estas
circunstancias difíciles.
Luego de
mucho conversar y considerar diferentes posibilidades –que vos, que yo, que tu
casa, que la mía-, Ángela y Lelé no
querían modificar su organizada vida e interrumpir su amistad, y llegaron a un
acuerdo que las beneficiaba a ambas.
Don
Rogelio Vigil fue instalado en una casa de huéspedes al cuidado de una enfermera
especializada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario