viernes, 17 de julio de 2015

Raymond Chandler



El simple arte de escribir  
 Raymond Chandler

El placer de saquear el buzón de otra persona, de cualquier persona, no se compara ni por aproximación con el placer de saquear el buzón de un tipo verdaderamente interesante, de carácter sólido y con la suficiente experiencia como para decir las cosas tal cual las siente, sin ambages ni medias tintas. Eso es El simple arte de escribir, un conjunto de algunas de las muchas cartas que Raymond Chandler (“No sé por qué escribo tantas cartas, debe ser que mi mente, por suerte, es demasiado activa”), redactó a lo largo de toda su vida. Las cartas completas o los fragmentos que aquí se reúnen están agrupadas sin otro criterio que el cronológico, en cinco grandes periodos de la vida de Chandler, y versan sobre temas tales como su experiencia escribiendo para Hollywood –se habla aquí de los hermanos Warner y de Howard Hawks y Hitchcock, por ejemplo-, comentarios sobre libros en general, malos y buenos, sobre el género policial, y de muchas otras cosas. Lo mejor de todo es que sabemos que Chandler no dijo estas cosas parado en un púlpito, proclamando nada. Las dijo para una sola persona, el destinatario de la carta, que en la gran mayoría de los casos fueron sus amigos cercanos, como Jamie Hamilton o Charles Morton. ¿Qué quiere decir esto? Que podemos estar seguros de que aquí no hay engaño o pose (o, al menos, que si la hay es en un nivel mínimo, casi inconsciente). Espiamos a un hombre mientras charla con amigos, editores, lectores de sus novelas, colegas escritores… lo espiamos incluso cuando envía una enconada queja a la oficina de correos porque el maldito cartero lo despierta a las siete de la mañana de un sábado. Ah, cómo disfruté este libro. Chandler
Además, lo mejor de todo es que casi en cada carta uno se topa con comentarios que bien pueden ser hilarantes, cáusticos, osados, profundos, agrios, desencantados, poderosos… El amplio período de tiempo abarcado por la selección, además –cincuenta años-, nos permite acompañar a Chandler a lo largo de su vida, asistir a todas sus vicisitudes. El alcoholismo, por ejemplo, y el intento de suicidio cometido luego de la muerte de su esposa. Se salvó porque tuvo mucha suerte. Al respecto, Chandler dice: “Si tuviera más valor no habrá llegado a esta situación”, la de permanecer con vida, se entiende. “Pero esa no es la respuesta. Si yo tuviera más valor no habría dejado que el dolor y la desesperación me llevaran a hacer lo que hice”.
Es precisamente entre la muerte de Cissy (en 1954), y la suya (en 1959), que Chandler escribe las cartas que más me impresionaron. Cartas en las que todavía aparece el humor afilado e irónico que fue durante toda su vida una marca en el orillo de su personalidad. Por ejemplo, vean esto:
En general me reúno con el mundillo literario de St. John’s Wood-Chelsea y quizá ellos son un poquito especiales (…)  tienen expresiones propias que necesitan traducción. Por ejemplo: “Yo simplemente la adoro”, significa: “Le clavaría un puñal en la espalda, si tuviera espalda”.
O este otro párrafo, en el que Chandler le da un consejo a su amigo Neil Morgan, quien acaba de informarle que va a contraer matrimonio:
Le deseo el conocimiento de que el matrimonio no “sucede”, sino que se hace a mano; que siempre hay en juego un elemento de disciplina; qe, por perfecta que sea la luna de miel, llegará el momento, siquiera breve, en que deseará que ella se caiga por la escalera y se rompa una pierna Eso vale para ella también (…) Sobre todo nunca olvide que el matrimonio es en cierto modo muy parecido a un diario. Tiene que hacerse uno nuevo cada maldito día de cada maldito año.
Y allí también se mantiene la lucidez acerca de algunos secretos sobre el oficio. Muchos “jóvenes” escritores actuales deberían tener muy presente la siguiente cita, donde Chandler habla de sus comienzos como escritor:
Volví a hacerlo una y otra vez. Pero los jóvenes que quieren que uno les enseñe a escribir no hacen eso. Todo lo que escriben tiene que ser, esperan ellos, para ser publicado. No están dispuestos a sacrificar nada para aprender el oficio. Nunca les entra en la cabeza que lo que uno quiere hacer y lo que puede hacer son cosas por completo distintas.
Y podría seguir. Tengo el libro absolutamente subrayado y sé que volveré a él cada tanto, porque las ideas de Chandler son, en muchos casos, una puerta de entrada por la que uno puede comenzar a recorrer una forma distinta de abordar la literatura, sobre todo esa literatura seria que tan bien nos hace quedar ante la gente culta y refinada. Quizá eso se deba a que él es uno de los más emblemáticos escritores de género del siglo XX y de algún modo siempre se sintió en la periferia de la literatura (“y a mucha honra”, diría). Sus comentarios sobre Hemingway,  Hammett,  Ian Fleming e incluso el mismísimo Shakespeare son, cuando menos, reveladores. Y sin embargo, para cerrar este comentario no creo que haya que seguir hablando de literatura. Hablemos de amor. Esta frase, creo, puede darnos una idea de cuál era la dimensión del sentimiento que Chandler tuvo hacia Cissy durante los treinta años que compartieron:
Durante treinta años, diez meses y dos días, fue la luz de mi vida, mi única ambición. Todo lo demás que hice fue para alimentar el fuego en el que ella pudiera calentarse las manos. Es todo lo que puedo decir.
Editorial: Emecé. 1ª edición en español, Buenos Aires, 2002.
Título original: The Raymond Chandler Papers. Selected letters an non-fiction, 2000.

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