El simple arte de escribir
Raymond Chandler
El
placer de saquear el buzón de otra persona, de cualquier persona, no se compara
ni por aproximación con el placer de saquear el buzón de un tipo verdaderamente
interesante, de carácter sólido y con la suficiente experiencia como para decir
las cosas tal cual las siente, sin ambages ni medias tintas. Eso es El simple
arte de escribir, un conjunto de algunas de las muchas cartas que Raymond
Chandler (“No sé por qué escribo tantas cartas, debe ser que mi mente, por
suerte, es demasiado activa”), redactó a lo largo de toda su vida. Las cartas
completas o los fragmentos que aquí se reúnen están agrupadas sin otro criterio
que el cronológico, en cinco grandes periodos de la vida de Chandler, y versan
sobre temas tales como su experiencia escribiendo para Hollywood –se habla aquí
de los hermanos Warner y de Howard Hawks y Hitchcock, por ejemplo-, comentarios
sobre libros en general, malos y buenos, sobre el género policial, y de muchas
otras cosas. Lo mejor de todo es que sabemos que Chandler no dijo estas cosas parado
en un púlpito, proclamando nada. Las dijo para una sola persona, el
destinatario de la carta, que en la gran mayoría de los casos fueron sus amigos
cercanos, como Jamie Hamilton o Charles Morton. ¿Qué quiere decir esto? Que
podemos estar seguros de que aquí no hay engaño o pose (o, al menos, que si la
hay es en un nivel mínimo, casi inconsciente). Espiamos a un hombre mientras
charla con amigos, editores, lectores de sus novelas, colegas escritores… lo
espiamos incluso cuando envía una enconada queja a la oficina de correos porque
el maldito cartero lo despierta a las siete de la mañana de un sábado. Ah, cómo
disfruté este libro. Chandler
Además,
lo mejor de todo es que casi en cada carta uno se topa con comentarios que bien
pueden ser hilarantes, cáusticos, osados, profundos, agrios, desencantados,
poderosos… El amplio período de tiempo abarcado por la selección, además
–cincuenta años-, nos permite acompañar a Chandler a lo largo de su vida,
asistir a todas sus vicisitudes. El alcoholismo, por ejemplo, y el intento de
suicidio cometido luego de la muerte de su esposa. Se salvó porque tuvo mucha
suerte. Al respecto, Chandler dice: “Si tuviera más valor no habrá llegado a
esta situación”, la de permanecer con vida, se entiende. “Pero esa no es la
respuesta. Si yo tuviera más valor no habría dejado que el dolor y la
desesperación me llevaran a hacer lo que hice”.
Es
precisamente entre la muerte de Cissy (en 1954), y la suya (en 1959), que
Chandler escribe las cartas que más me impresionaron. Cartas en las que todavía
aparece el humor afilado e irónico que fue durante toda su vida una marca en el
orillo de su personalidad. Por ejemplo, vean esto:
En
general me reúno con el mundillo literario de St. John’s Wood-Chelsea y quizá
ellos son un poquito especiales (…)
tienen expresiones propias que necesitan traducción. Por ejemplo: “Yo
simplemente la adoro”, significa: “Le clavaría un puñal en la espalda, si tuviera
espalda”.
O
este otro párrafo, en el que Chandler le da un consejo a su amigo Neil Morgan,
quien acaba de informarle que va a contraer matrimonio:
Le
deseo el conocimiento de que el matrimonio no “sucede”, sino que se hace a
mano; que siempre hay en juego un elemento de disciplina; qe, por perfecta que
sea la luna de miel, llegará el momento, siquiera breve, en que deseará que
ella se caiga por la escalera y se rompa una pierna Eso vale para ella también
(…) Sobre todo nunca olvide que el matrimonio es en cierto modo muy parecido a
un diario. Tiene que hacerse uno nuevo cada maldito día de cada maldito año.
Y
allí también se mantiene la lucidez acerca de algunos secretos sobre el oficio.
Muchos “jóvenes” escritores actuales deberían tener muy presente la siguiente
cita, donde Chandler habla de sus comienzos como escritor:
Volví
a hacerlo una y otra vez. Pero los jóvenes que quieren que uno les enseñe a
escribir no hacen eso. Todo lo que escriben tiene que ser, esperan ellos, para
ser publicado. No están dispuestos a sacrificar nada para aprender el oficio.
Nunca les entra en la cabeza que lo que uno quiere hacer y lo que puede hacer
son cosas por completo distintas.
Y
podría seguir. Tengo el libro absolutamente subrayado y sé que volveré a él
cada tanto, porque las ideas de Chandler son, en muchos casos, una puerta de
entrada por la que uno puede comenzar a recorrer una forma distinta de abordar
la literatura, sobre todo esa literatura seria que tan bien nos hace quedar
ante la gente culta y refinada. Quizá eso se deba a que él es uno de los más
emblemáticos escritores de género del siglo XX y de algún modo siempre se
sintió en la periferia de la literatura (“y a mucha honra”, diría). Sus
comentarios sobre Hemingway,
Hammett, Ian Fleming e incluso el
mismísimo Shakespeare son, cuando menos, reveladores. Y sin embargo, para
cerrar este comentario no creo que haya que seguir hablando de literatura.
Hablemos de amor. Esta frase, creo, puede darnos una idea de cuál era la
dimensión del sentimiento que Chandler tuvo hacia Cissy durante los treinta
años que compartieron:
Durante
treinta años, diez meses y dos días, fue la luz de mi vida, mi única ambición.
Todo lo demás que hice fue para alimentar el fuego en el que ella pudiera
calentarse las manos. Es todo lo que puedo decir.
Editorial:
Emecé. 1ª edición en español, Buenos Aires, 2002.
Título original: The Raymond
Chandler Papers. Selected letters an non-fiction, 2000.
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