Árbol
sagrado Martín Alvarenga
El lapacho, profecía de la primavera correntina, el árbol de
la celebración fugaz del instante y la melancolía de lo efímero. En su fronda
armoniosa, refulge con timidez la hegemonía del rosado, con la levedad que se
expresa en la palpitación visual del lila, mimetizándose en su orgullosa cabellera,
en su ondulante y cautelosa silueta, en su raíz tan metida en la tierra como
los amantes fusionados en sobredosis de pasión y locura, de castidad y
hedonismo.
Este árbol representa
la elegía de la feminidad, ésa que la mujer posee en la juventud y la madurez y
que, al llegar al ciclo otoñal, languidece parsimoniosamente. Pero la significación
de esa arborescencia en cada una de sus hojas aglutinadas en un punto dinámico,
se extiende al hombre y a la vida toda, pues su poder semántico alcanza a
cubrir el horizonte de todo el andamiaje de la arquitectura del cosmos, en
simbiosis de aniquilación y renovación.
El lapacho no es más
que la síntesis de la precariedad y la vulnerabilidad del universo. Por eso,
cuando anuncia la primavera nos advierte, con franqueza y generosidad:
-¡Escúcheme, estoy aquí sólo de paso, con la magia de mi
esplendor! Gócenme mientras puedan; si no lo hacen, les será privado de no
pocos momentos perfectos. Suban al tren de mi transitoriedad, pues si esperan
más de la cuenta, el tren de la vida se llevará impiadosamente mi belleza.
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