skip to main |
skip to sidebar
María A. Escobar
Siesta
María A.
Escobar
Acababa
de aplastar con su zapatilla una araña grande y negra que huía hacia la
puerta. Con repugnancia vio que, del
cuerpo inerte, brotaban miles de diminutas crías espantadas. Tomó el aerosol y exterminó a las futuras bestias.
Pero luego se sintió inquieto, casi aterrado, porque su madre afirmaba que
siempre andaban en pareja. Y era creíble porque quién había engendrado esa
espantosa cría? El macho debería de andar por algún oculto rincón, al acecho,
buscando tomar venganza contra él, el verdugo.
Saltó de
la cama en donde, minutos antes, se acomodara para hacer su breve siesta, luego
de haberse atosigado con los ravioles que cocinara la vieja, como todos los
domingos. Sintió que el almuerzo se le
subía a la garganta. No podía retomar la siesta, La idea que esa repugnante bestia podía estar
entre sus sábanas lo llenaba de horror. En algún lugar, oculta, invisibilizada,
estaría al acecho para llevar a cabo su venganza.
Pese a
que hacía un calor desusado, sintió un repentino escalofrío. Pero él, ex
combatiente que había vivido horrores en la isla, no podía arredrarse por un
horrible bicho que, solapadamente, se había introducido en su habitación.
Primero
deshacería la cama y revisaría minuciosamente las sábanas, el colchón. y la almohada La daría vuelta para ver los tirantes y el
respaldo. Dejó todo convertido en un total desorden.
Luego
movió la mesa de luz, abrió el pequeño cajoncito donde guardaba papeles y
fotos, algunas vestido de combatiente,
El era un combatiente, ahora enfrentado a un enemigo oscuro e invisible.
Se fijó en el pequeño estante que contenía algunos libros y revistas. Nada, no
se dejaba ver, pero estaba,.El sabía que
estaba.
Al acecho
para saltar sobre el cuando menos se lo esperaba. Pese a que el cuarto estaba iluminado comenzó a ver sombras que oscilaban frente a sus ojos y que alcanzaban formas monstruosas,
entonces tomó el aerosol más tóxico y lo empuñó como un arma. Ahora el volvía a
ser
El
combatiente que había sido hacía ya varios años. Apretó la válvula sin retirar
el dedo. El envase estaba lleno y de él
salía una espesa niebla venenosa que flotaba en toda la pieza. Soltó el aerosol cuando comenzó a sentir que
las manos se hinchaban y la garganta no dejaba que el aire llegara a sus pulmones para gritar,
llamando a su madre.
Cayó al
suelo entre revistas tiradas y sábanas que había arrojado al suelo. Se abrazó a
ellas como un combatiente alcanzado por la metralla. Estaba en la isla. Moría
en la isla, ese suelo helado. Sobre el cuerpo inerte cruzó una sombra negra que
salió hacia la puerta, cerca del lugar en donde estaba el cuerpo aplastado de
su compañera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario