sábado, 18 de abril de 2015

María A. Escobar


Siesta  
                                                María A. Escobar


Acababa de aplastar con su zapatilla una araña grande y negra que huía hacia la puerta.  Con repugnancia vio que, del cuerpo inerte, brotaban miles de diminutas crías espantadas.  Tomó el aerosol y exterminó a las futuras bestias. Pero luego se sintió inquieto, casi aterrado, porque su madre afirmaba que siempre andaban en pareja. Y era creíble porque quién había engendrado esa espantosa cría? El macho debería de andar por algún oculto rincón, al acecho, buscando tomar venganza contra él, el verdugo.

Saltó de la cama en donde, minutos antes, se acomodara para hacer su breve siesta, luego de haberse atosigado con los ravioles que cocinara la vieja, como todos los domingos.  Sintió que el almuerzo se le subía a la garganta. No podía retomar la siesta,  La idea que esa repugnante bestia podía estar entre sus sábanas lo llenaba de horror. En algún lugar, oculta, invisibilizada, estaría al acecho para llevar a cabo su venganza.

Pese a que hacía un calor desusado, sintió un repentino escalofrío. Pero él, ex combatiente que había vivido horrores en la isla, no podía arredrarse por un horrible bicho que, solapadamente, se había introducido en su habitación.

Primero deshacería la cama y revisaría minuciosamente las sábanas, el colchón. y la almohada  La daría vuelta para ver los tirantes y el respaldo. Dejó todo convertido en un total desorden.

Luego movió la mesa de luz, abrió el pequeño cajoncito donde guardaba papeles y fotos, algunas vestido de combatiente,  El era un combatiente, ahora enfrentado a un enemigo oscuro e invisible. Se fijó en el pequeño estante que contenía algunos libros y revistas. Nada, no se dejaba ver, pero estaba,.El  sabía que estaba.

Al acecho para saltar sobre el cuando menos se lo esperaba.  Pese a que el cuarto estaba iluminado  comenzó a ver sombras que oscilaban  frente a sus ojos y que alcanzaban formas monstruosas, entonces tomó el aerosol más tóxico y lo empuñó como un arma. Ahora el volvía a ser

El combatiente que había sido hacía ya varios años. Apretó la válvula sin retirar el dedo.  El envase estaba lleno y de él salía una espesa niebla venenosa que flotaba en toda la pieza.  Soltó el aerosol cuando comenzó a sentir que las manos se hinchaban y la garganta no dejaba que el  aire llegara a sus pulmones para gritar, llamando a su madre.

Cayó al suelo entre revistas tiradas y sábanas que había arrojado al suelo. Se abrazó a ellas como un combatiente alcanzado por la metralla. Estaba en la isla. Moría en la isla, ese suelo helado. Sobre el cuerpo inerte cruzó una sombra negra que salió hacia la puerta, cerca del lugar en donde estaba el cuerpo aplastado de su compañera.


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