Castillos de arena
Marco
Rodrigo Ramos
Fue en
uno de esos pozos que reconocí al tacto algo duro enterrado, horrorizado
descubrí que se trataba de una mano. Miré mejor y noté que se movía, comencé a
escarbar desesperado. Al ver todo el brazo comprendí que el cuerpo estaba en
posición horizontal. Quité la arena buscando la cabeza, era una muchacha
delgada. Luego de liberar todo el cuerpo la moví un poco, entonces abrió los
ojos por un momento y los volvió a cerrar.
La llevé
a mi casa que estaba del otro lado de los médanos, no había nadie alrededor.
Alta y de cuerpo bien femenino no pesaba demasiado. Desnuda, cada milímetro de
su piel se hallaba cubierto de arena. Cuando llegamos la recosté en el sillón y
llené la bañadera. Al primer contacto con el agua se movió un poco pero no
despertó. La sumergí toda menos la cabeza y comencé a pasarle jabón para
despegar la arena. La más difícil de sacar fue la del pelo. Tenía un anillo con
una piedra roja. Cuando la levanté me di cuenta que había dejado una gruesa
capa de arena en el fondo de la bañadera. La noté más delgada, parecía que con
la arena se había ido parte de su cuerpo.
Luego de
secarla la recosté en la cama y le puse una remera. Dejé una bandeja con jugo y
tostadas en la mesa de luz. Me acosté en el sofá y me dormí. Al despertar la vi sentada comiendo. Tenía sus
ojos celestes bien abiertos. Fui a su lado me miró sin asustarse.
-Usted me
salvó.
-Te
encontré en la playa. Soy Rodrigo. ¿Vos cómo te llamás?
-No sé.
-¿Cómo
que no sabés?
-No me
acuerdo. Tampoco sé de dónde vengo y porqué estaba allí. Sólo tengo la imagen
de la oscuridad total y la sensación de no poder moverme, le juro que pensé que
estaba muerta. Después apareció la luz y su cara. Aunque no lo conozco algo en
sus ojos me dijo que usted era bueno y me protegería. Por lo visto no me
equivoqué.
-Prestame
tu anillo
-¿Para
qué?
-Ves acá,
en la parte de atrás hay escrito un nombre, probablemente el tuyo. Mónica.
-Bueno,
dígame así. ¿Sabe qué pasa? Me asusta pensar que no voy a volver a recordar mi
pasado. Una siente que no tiene familia, casa, nada...
Se puso a
llorar en mi hombro. Sentí lastima por ella y le acaricié el pelo.
-Tranquila. Lo que te pasó es muy fuerte y por eso estás
así. Con el tiempo y a medida que te tranquilices vas a recordar de todo.
Mientras tanto vas a quedarte conmigo ¿Te parece bien?
-¿Le
puedo pedir un favor?
-Lo que
quieras.
-Tengo
hambre.
-Ahora te
traigo algo.
-Rodrigo.
-¿Qué?
Me tomó
de la mano y me dio un beso en la mejilla apenas tocándome el borde del labio.
La solté y fui a la cocina a prepararle algo. Cuando regresé se había vuelto a
dormir. Anochecía y cerré todas las ventanas, luego de comer me recosté en la
cama de mi hija. Alrededor de la medianoche un grito me sobresaltó. Era ella
que corriendo entró en el cuarto y temblando me abrazó.
-¿Qué
pasa?
-¡Tengo
miedo!
Llovía
fuerte. Comprendí su temor y le hice un lugar en la cama. Abrazada a mí sentía
los latidos de su corazón que se iba desacelerando. Se durmió enseguida. Me
sentía feliz protegiendo su cuerpo tan de mujer y su alma tan de niña.
A la
mañana siguiente el frío me despertó. La ventana estaba abierta. El viento y el
agua entraban a la par, por lo mojados que estaban los muebles y el piso deduje
que desde hacía tiempo. Mónica no estaba. La llamé, busqué por toda la casa,
salí a la calle, pregunté a quien se me cruzara por ella pero nadie la había
visto.
Después
de una semana encontré su anillo. Al tiempo volví a realizar mis caminatas por
la playa. Hice un pozo y me dediqué de vuelta a mi pasión, creo que fue el
castillo más lindo que construí en la vida. En una de sus torres coloqué el
anillo. Visto desde lejos parecía una simple montaña de arena. Ese día odié con
toda mi alma al agua y al viento porque sabía que mañana, con
ellos, se habría ido mi castillo.
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