Infancia
María Alicia del Rosario Gómez de Balbuena
La
lluvia calaba pertinaz, y amenazaba seguir -según juguetonas tala lunas que
adornaban el patio -unas más saltarinas que otras- cuando Elisa hurgó en sus
nostalgias y recordó "aquella siesta". Había atravesado la galería de
la "Casa del Niño" donde vivía -antes de que llegara el padre
Antonio-y metió "sus patitas" en el charco...
De
niña, Elisa gustaba de jugar descalza. Le agradaba ver que el agua "se le
trepaba" cuando apoyaba los piececitos en los patios anegados, como
buscando ser alzada. ¡Así solía hacer ella cuando pasaba Raquel, la única que
por aquel entonces le demostraba cariño! Cuando llovía, en aquella casona se
pasaba "chapaleando" al patio general, y las marcas se notaban en cualquier
calzado después... Los piececitos de Elisa, desnudos, no las mostraban...Su
humanidad entera tenía otras marcas, aunque la mayoría de ellas no se advertían
a simple vista.
Paja
y barro haciendo de ladrillos, aunque desgastados, que se pegaban a una
"pared" de tacuaras cruzadas dejando pasar frío y calor, un padre
alcohólico -borracho de sociedad indiferente- y una madre que a duras penas se
amañaba con los otros cuatro hermanitos, dejándola al cuidado de todos cuando
debía salir a lavar ropa para arrimar monedas, sólo eso tuvo Elisa como
infancia... ¡Y también los juegos a la orilla del arroyo, próximo al basural!
Entre sus "hermanitos-hijos" Juan, de apenas un año, era su
preferido. Tiempo después, algún informe de la Asesoría de Menores dio por
tierra con sus aventuras haciéndola tomar conciencia -repentinamente- de que
también existían "otras casas" donde podía vivir. Eran las que
respaldaba la iglesia, en las que todos eran guiados en el trabajo y la
disciplina. Y allá fue, llevada sin preguntas, y sin abrazos. Todavía recordaba
el rostro seco de su madre con sus hermanitos "a upa" y la mirada
"blandengue" de su desaliñado padre cuando la retiraron los del
servicio social. ¡Para ellos significó una boca menos que engañar con el raído
alimento de todos los días, mendrugos que a veces eran "mojados" con
algo de vino, para que las noches de hambre no se escucharan!.. Algo le dijo
entonces que no debía llorar y se dejó llevar sin oponer resistencia, con la
aparente indiferencia de un asombro que no encontró respuestas inmediatas...
Sólo sintió no haber podido avisar a Raquel...
Raquel
era una joven que accidentalmente vio pasar un día, cuando jugaba cerca del
arroyo -al costado del rancho, cerca del basural- por la ruta larga que
conducía al puerto de su ciudad. Sus miradas se cruzaron y Elisa, con su
sonrisita sin dientes delanteros, enmarcada por lacios y desgreñados cabellos
"rubio-terroso" que más habrían parecido un ovillo mal desatado,
levantó sus manitos diciéndole "chau seño" -como le habían enseñado
en la escuela de la rivera-. Raquel le contestó "chau" y desde ese
día todo se convirtió para las dos, en una linda y cariñosa aventura, que
después se volvió futuro para la niña. Ella la veía pasar, y la esperaba todos
los días. La muchacha siempre le dejaba algo. Primero fue una golosina, después
una leche que, invariablemente, Elisa compartía trago a trago con sus
hermanitos hasta verle el fondo al envase. Todos los días esa rutina, hasta que
una vez Raquel vino en auto y la invitó a pasear, pidiéndole permiso a su
padre, que a cambio de unas monedas les dio el sí. ¡Qué bien olía Raquel! A
Elisa ese olor se le metió en la memoria...
¡A
Elisa le había dolido tanto crecer! Cada día marcó en ella un gris de ausencia,
aunque el cariño de su benefactora suavizaba en ocasiones aquel sordo dolor...
Formalizada su "adopción plena", Raquel le dijo que debía seguir
estudiando en la vecina ciudad y desde su partida, la estrecha comunicación que
mantuvieron la ayudó a sostener lo que había sido su infancia sin abrazos, que
se prolongó en una tímida y expectante juventud. Se convenció de continuar
luchando por ser alguien, aunque supo que debía alejarse de todo lo que la
había hecho sufrir, o no lo conseguiría. Sus inmejorables notas le aseguraron
becas, y éstas una educación privada y acelerada, algo que precisamente Raquel
buscaba para ella, aunque sin decirlo...Primero la sorprendió su primer título
de "Trabajadora Social" luego el de Asistente y siguió por más...
Hasta que un día su benefactora la llamó…
Volver
a encontrarse con su pasado era una idea que la desconcertaba... Pero no dudó.
Y regresó al pueblo.
Ni
bien entró a la casa advirtió que el tiempo realmente había pasado para
Raquel... ¡Se la veía tan poco saludable! -Supo luego que había estado enferma
desde joven, aunque no lo demostrara jamás--. Sólo aquella mirada suya seguía
siendo la misma. Y también su perfume... ¡El inconfundible olor que a Elisa le
dictaba la memoria cuando extrañaba su regazo! El aroma de quien abonó su
infancia desde que se encontraron... El
olor de quien le hizo conocer que el amor tiene muchas caras, pero que siempre
tenía su base en el respeto mutuo.
A
los pocos días, en la notaría y frente al testamento, Elisa fue enterándose de
más cosas, y se le atropellaron los recuerdos… En la administración en la que
trabajara Raquel, desde hacía años y por
expreso pedido suyo, tenían asignado un puesto para ella. Conduciría la
Secretaría de la Niñez y Juventud -según le explicaron- el objetivo más fuerte
de ese organismo era la lucha contra las adicciones, una fuente poderosa de
destrucción que amenazaba hundirlos, desde que la explotación de la pobreza
surgió en esa parte del continente. Tras
un sufrimiento de años y varias puebladas silenciosas, la fuerza política hubo
de convencerse: “Era preciso reconstruir la sociedad y la familia”. Y para ello no escatimarían esfuerzos, aunque
torcer el rumbo impuesto por una oficialidad ignorante del grito universal,
todavía acarreara muchos padecimientos.
Elisa
tendría a su cargo los controles de toda la minoridad de la ciudad... Aunque
desde el dolor, supo que en sus propias manos estaba sanar las heridas de su
infancia y contener a quienes aún no habían podido hacer escuchar su voz... Y
todo lo haría en memoria de Raquel.
Un
repentino pensamiento sacudió ese mágico momento de recuerdos... Le pareció escuchar
la voz de Juan, su preferido entre los "hermanitos -hijos" de aquella
infancia sórdida... Y sintió en la nariz el cosquilleo que siempre le producía
su naricita, restregándose -mocosa y sucia -contra la suya. Entonces alzó una
mano y "calmó el picor", sonriéndole a su nostalgia...Muy pronto el
sol comenzó a abrigar sus pensamientos despejando la humedad, y después de un
reconfortante café las ideas se le atropellaron en la mente...
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