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Adela Disteffano
Mi cobardía Adela
Disteffano
El rosal
completo llamo a la tentación, al desorden y al castigo, mis manos sin dudarlo
la tomaron del tallo y en un quiebre pudiente
la arrancaron.
La
venganza del rosal fue repentina incrustando una espina sobre mi dedo índice.
Ligeramente
un color púrpura se desprendía de un dolor inaguantable, la vulgaridad del
corte era la existencia de la vida ya perdida. Las venas y arterias comenzaron
su drenaje liberando en ello mis locuras, hoy vagarán por las calles libremente
en gotas de sangre sobre el césped.
Apoyo mi
dedo sobre los labios y una ligera gustación salada empaña mi vista con agravios.
Tal vez rompa la angustia estremecida muriendo la quietud sobre el regazo.
Un
conjuro de sangre y sentimientos se mezclan entre glóbulos, plaquetas, alegrías y tristezas. Subsiste el daño que yo
hice, y es la amnesia quien recorre la pequeñez de esta herida abierta.
La
epidermis cansada de tantos apretones suaviza los sabores del pasado, los
pétalos rojos desprenden de mi mano sentires encontrados.
Espinas
que desangran por la llaga, lágrimas brotando por el suceso cobarde de esta niña.
Me creí dueña de esta maravilla, por mi acto, una rosa se halla ahora
agonizando con mi sangre vertida.
Soy un
alma luchando por su espacio entre el cielo y la tierra, corpúsculos en
suspensión, plaquetas y leucocitos fertilizaban la tierra, donde permanecíamos
formando un espejo de fronteras alambradas.
La piel,
reflujo de la ira y de las reglas, ceguera en las sombras que reclaman, desesperanzas
y aventuras nuevas son el sosiego en la intriga que complace.
La
coagulación culmina en este instante su cometido, espíritu de lucha
inalcanzable. Un dedo sellado de nostalgia. Es un río de sangre espesa
comenzando a secarse.
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