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Rosa Dragunsky
La Infancia detrás del limonero
Rosa Dragunsky
¡Mariela!
¡Juanita! ¡Vengan! ¡Miren! ¡El limonero está floreciendo!
Era el
mayor placer que teníamos, ver las transformaciones que temporada tras temporada
sufría nuestro mejor amigo y custodio, el limonero, que se erguía delante de mi
ventana.
Cuando lo
plantaron, no sospechaba que sería con el tiempo algo de lo cual enorgullecerme
y en quien refugiarme.
Simplemente,
con el pasar de las estaciones se iba transformando, crecía y desarrollaba su
potencial de fuerza, belleza y aroma. Fue mi amigo incondicional y además mi
confidente. Me regaló su paciente presencia y contenía mi añoranza. Cuando
estuve durante mi infancia y parte de la adolescencia internada en ese
instituto de enseñanza, no fue nada fácil acostumbrarme a la lejanía de mi
familia, que solía ir a verme para las diversas festividades. Mi cuarto tenía
la suerte de estar adornado por “él” a través de mi mirador excepcional.
La
lluvia, el viento, el frío y el calor eran compinches de sus capacidades
naturales, y lo favorecían sin doblegarlo. Esto fue invalorable, pues me enseñó
a ser paciente y aceptar con decisión mi destino.
Los
pájaros lo sobrevolaban y gorjeaban.
Las
mariposas se posaban en él y libraban el néctar de sus flores que ofrecía con
generosidad. Todo esto fue motivo de inspiración, fue mi modelo: tomé mis
lápices y empecé a bocetear.
Más
adelante le fui agradecida por despertar mi vocación.
Hoy
contemplo mi infancia a través del limonero, enmarcado y colgado en una galería
de arte.
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