miércoles, 23 de abril de 2014

Carmen Passano








El Señor Peret Carmen Passano

Era casi al atardecer…
 Venia caminando calle arriba, despacio, con su bastón colgando del brazo.
 Alto,  desgarbado, feo.
 La cita era casi siempre a las cinco de la tarde, y se me fue haciendo una costumbre el Señor Peret.
 Era un viejo amigo de tanto tiempo, que ya ni recordaba de donde lo había conocido; sus visitas tanto como su conversación se me hacían imprescindibles.
 Su cultura y su señorío me traían reminiscencias de las tertulias habituales en los cafés de Buenos Aires, nuestras charlas sobre distintos temas, era como vagar por el mundo de conocimientos, ensueños y fantasías.
 Cansada de los distintos temas que se podían tocar con los conocidos en este exilio al que el destino nos había llevado, y unidos por el solo hecho de hablar español, nos reuníamos para intercambiar distintas experiencias de inmigrantes, muchas veces graciosas, otras dramáticas.
 Cuando lo conocí, no dude en adoptarlo como a un amigo muy especial, y lo invite a tomar el te.  El pobre Señor Peret de origen francés, había vivido varios años en Argentina, y quiso el destino que viniera a esta pequeña ciudad de la Florida, en Estados Unidos, con sus días brillantes, días de sol, cielos azules, su mar con aguas transparentes, sus huracanes y su intenso calor.
 ¿Otra tostada?-  Sin esperar respuesta, untaba  un poco de mermelada casera en la crujiente rebanada de pan, que el comía con delicado placer, después de beber un sorbo de te.
 -Mirando a lo lejos, vaya saber que cosas en sus recuerdos, comenzaba a hablar lentamente con su voz tranquila y modulada.
 -Mala cosa es no llorar señora Malena -  (Mientras tanto, pendiente de sus palabras yo bebía mi te).
 -Si señora… mala cosa es no llorar, y créalo que aun siendo hombre lo hubiera hecho de buena gana.  – Pero no pude -  se quedo pensando, bebía su te.
 -Lucia era mi mujer, nos queríamos mucho, como usted sabe yo soy dentista, aunque prefiero decir que lo fui.  Decidimos venir a este país, primero fuimos a Chicago, y como tenia que dar equivalencias y estudiar toda la carrera de nuevo, aprender el idioma. (entre nosotros,, nunca pude asimilarlo del todo, no se me cansa, me aburre.
 Ella no se adapto, extrañaba demasiado, su país, su familia, se enfermo y quiso volver a Buenos Aires,  Yo no.
 Era terco, lo sigo siendo y pensé que bien o mal debía seguir con mis planes.
 -¡No lo puedo entender! -  No puedo entender a su mujer, si lo quería… le dije apesadumbrada.
 -Cuantas veces yo  hubiera pegado la vuelta de buena gana, pero no se podía, no podíamos.  Nos compramos la casa, mi marido murió y los hijos se fueron.
 -Y, aquí estoy sola, ahora este es mi país, aquí están mis hijos y nietos, y ya en Argentina no tengo a nadie –
 La tarde se vestía de colores como una joven coqueta, antes del anochecer, mi apreciado amigo se despidió y se fue lentamente calle abajo, después de agradecerme y elogiar mi te, mi mesa tan bien puesta, con flores y mis tazas de porcelana.
 El aire comenzaba a refrescar, y las estrellas ya brillaban como luces lejanas de lugares distantes que se habían perdido en el tiempo.
 Mientras doblaba el mantel, no podía dejar de recordar mis experiencias en este pais, cuanto extrañaba al principio a mis padres, hermanos, amigos.  ¡Cuanta soledad!
 A veces tanta lucha, tanto desarraigo, perder la identidad, sentirse discriminada, y no ser ya ni una cosa ni la otra.  ¿Valió la pena?  Quien lo sabe.
 En otro día, en otro atardecer, quise que mi  mesa resplandeciera, había preparado una rica torta con la que sorprendí a mi distinguido invitado.  El llego como siempre a las cinco.
 Una musiquita dulzona y machacadora, venia de una cajita de música que puso en mis manos.  –Es un recuerdo de mi esposa-. Cosas de mujeres, creo que a usted le va a gustar…-Sonreí y le agradecí el presente. Tomamos el te.
 La torta estaba exquisita, fue un pequeño homenaje en honor de nuestra amistad.
 Me contó de un gato que no lo había dejado dormir,  -Es la primavera Malena, florece el amor-  De pronto callo, se puso triste,  - Lucia se quiso ir, yo pensaba en ir a buscarla, pero un día me llegaron los papeles del divorcio- Se quería casar...
 Cosas del exilio -le dije-  Sucede muchísimo entre las parejas, que a veces une  y otras separa.
 Veo que se acabo el azúcar – le dije mirando la azucarera vacía.
 -No se moleste señora, ya me iba, se acabo mi tiempo –
 Siguió hablando mientras acomodaba su bastón, entrecerró los ojos.
 La vida se compone de flores y de guerras, la mía fue así, como la de todos.
 ¡Lastima! Tendría que  haberse vuelto a casa usted también - le dije moviendo la cabeza –Es que uno va guardando rencores, sin darse cuenta, y un día al final  el tiempo paso, y ya es demasiado tarde.
 Como siempre, se quedo pensativo mirando a lo lejos, se veía más cansado, más viejo.
 -Cuando uno se jubila en este país, lejos de todo lo de uno, la soledad atrapa, se extrana esa vida de tanta lucha, entonces hay que imitar a las golondrinas, que emigran hacia la primavera. Y vuelven a morir al lugar donde nacieron.
 Nunca mas volvió el Señor Peret, trate de averiguar, temiendo que algo malo le hubiera sucedido, pero no, me dijeron que se fue de  viaje, y no había querido despedirse de nadie.
 Quizás se fue a su Francia natal, a lo mejor se fue a Argentina a buscar a Lucia…
 Volvían los pájaros a sus nidos, estaba anocheciendo, y en la mesa, en mi taza de porcelana se enfriaba el te.   

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