El Señor Peret Carmen Passano
Venia
caminando calle arriba, despacio, con su bastón colgando del brazo.
Alto, desgarbado, feo.
La cita
era casi siempre a las cinco de la tarde, y se me fue haciendo una costumbre el
Señor Peret.
Era un
viejo amigo de tanto tiempo, que ya ni recordaba de donde lo había conocido;
sus visitas tanto como su conversación se me hacían imprescindibles.
Su
cultura y su señorío me traían reminiscencias de las tertulias habituales en
los cafés de Buenos Aires, nuestras charlas sobre distintos temas, era como
vagar por el mundo de conocimientos, ensueños y fantasías.
Cansada
de los distintos temas que se podían tocar con los conocidos en este exilio al
que el destino nos había llevado, y unidos por el solo hecho de hablar español,
nos reuníamos para intercambiar distintas experiencias de inmigrantes, muchas
veces graciosas, otras dramáticas.
Cuando lo
conocí, no dude en adoptarlo como a un amigo muy especial, y lo invite a tomar
el te. El pobre Señor Peret de origen
francés, había vivido varios años en Argentina, y quiso el destino que viniera
a esta pequeña ciudad de la Florida, en Estados Unidos, con sus días
brillantes, días de sol, cielos azules, su mar con aguas transparentes, sus
huracanes y su intenso calor.
¿Otra
tostada?- Sin esperar respuesta,
untaba un poco de mermelada casera en la
crujiente rebanada de pan, que el comía con delicado placer, después de beber
un sorbo de te.
-Mirando
a lo lejos, vaya saber que cosas en sus recuerdos, comenzaba a hablar lentamente
con su voz tranquila y modulada.
-Mala
cosa es no llorar señora Malena -
(Mientras tanto, pendiente de sus palabras yo bebía mi te).
-Si
señora… mala cosa es no llorar, y créalo que aun siendo hombre lo hubiera hecho
de buena gana. – Pero no pude - se quedo pensando, bebía su te.
-Lucia
era mi mujer, nos queríamos mucho, como usted sabe yo soy dentista, aunque prefiero
decir que lo fui. Decidimos venir a este
país, primero fuimos a Chicago, y como tenia que dar equivalencias y estudiar
toda la carrera de nuevo, aprender el idioma. (entre nosotros,, nunca pude
asimilarlo del todo, no se me cansa, me aburre.
Ella no
se adapto, extrañaba demasiado, su país, su familia, se enfermo y quiso volver
a Buenos Aires, Yo no.
Era
terco, lo sigo siendo y pensé que bien o mal debía seguir con mis planes.
-¡No lo
puedo entender! - No puedo entender a su
mujer, si lo quería… le dije apesadumbrada.
-Cuantas
veces yo hubiera pegado la vuelta de
buena gana, pero no se podía, no podíamos.
Nos compramos la casa, mi marido murió y los hijos se fueron.
-Y, aquí
estoy sola, ahora este es mi país, aquí están mis hijos y nietos, y ya en
Argentina no tengo a nadie –
La tarde
se vestía de colores como una joven coqueta, antes del anochecer, mi apreciado
amigo se despidió y se fue lentamente calle abajo, después de agradecerme y
elogiar mi te, mi mesa tan bien puesta, con flores y mis tazas de porcelana.
El aire
comenzaba a refrescar, y las estrellas ya brillaban como luces lejanas de
lugares distantes que se habían perdido en el tiempo.
Mientras
doblaba el mantel, no podía dejar de recordar mis experiencias en este pais,
cuanto extrañaba al principio a mis padres, hermanos, amigos. ¡Cuanta soledad!
A veces
tanta lucha, tanto desarraigo, perder la identidad, sentirse discriminada, y no
ser ya ni una cosa ni la otra. ¿Valió la
pena? Quien lo sabe.
En otro
día, en otro atardecer, quise que mi
mesa resplandeciera, había preparado una rica torta con la que sorprendí
a mi distinguido invitado. El llego como
siempre a las cinco.
Una
musiquita dulzona y machacadora, venia de una cajita de música que puso en mis
manos. –Es un recuerdo de mi esposa-.
Cosas de mujeres, creo que a usted le va a gustar…-Sonreí y le agradecí el
presente. Tomamos el te.
La torta
estaba exquisita, fue un pequeño homenaje en honor de nuestra amistad.
Me contó
de un gato que no lo había dejado dormir,
-Es la primavera Malena, florece el amor- De pronto callo, se puso triste, - Lucia se quiso ir, yo pensaba en ir a
buscarla, pero un día me llegaron los papeles del divorcio- Se quería casar...
Cosas del
exilio -le dije- Sucede muchísimo entre
las parejas, que a veces une y otras
separa.
Veo que
se acabo el azúcar – le dije mirando la azucarera vacía.
-No se
moleste señora, ya me iba, se acabo mi tiempo –
Siguió
hablando mientras acomodaba su bastón, entrecerró los ojos.
La vida
se compone de flores y de guerras, la mía fue así, como la de todos.
¡Lastima!
Tendría que haberse vuelto a casa usted
también - le dije moviendo la cabeza –Es que uno va guardando rencores, sin
darse cuenta, y un día al final el
tiempo paso, y ya es demasiado tarde.
Como
siempre, se quedo pensativo mirando a lo lejos, se veía más cansado, más viejo.
-Cuando
uno se jubila en este país, lejos de todo lo de uno, la soledad atrapa, se
extrana esa vida de tanta lucha, entonces hay que imitar a las golondrinas, que
emigran hacia la primavera. Y vuelven a morir al lugar donde nacieron.
Nunca mas
volvió el Señor Peret, trate de averiguar, temiendo que algo malo le hubiera
sucedido, pero no, me dijeron que se fue de
viaje, y no había querido despedirse de nadie.
Quizás se
fue a su Francia natal, a lo mejor se fue a Argentina a buscar a Lucia…
Volvían
los pájaros a sus nidos, estaba anocheciendo, y en la mesa, en mi taza de porcelana
se enfriaba el te.
No hay comentarios:
Publicar un comentario