miércoles, 23 de abril de 2014

Elsajaná


                               Adiós papá Elsajaná


Unos minutos y remontaría los cielos. Los de acá, los de allá, los del destino, los del amor. Lo haría con alas infantiles, acurrucada junto a la ventanilla del avión. Con el futuro ligado a una porción de tierra que no sería la de los abuelos.
 El padre se abrió paso entre los saludos que, aquella vez, abundaban. Con el andar lento de los años, y el paso pesado de la vida. Permiso… permiso… abriéndose camino hacia el abrazo final. Lo demás, cuatro años tibios que mediaron entre esos cuerpos abrazados, sostenido a la vista de todos, por primera vez abrazo. Como nunca antes abrazo. Como nunca después.
 Tenía ese olor a pulóver varios días meditando el mismo dolor. Lana amuchada en una siesta interrumpida por la tristeza y la necesidad de salir corriendo a decir adiós. La calva transpirada de buscar respuestas al sol, dentro de ese autito tantas veces arreglado que ¿llegaría a Ezeiza a tiempo?
 El abrazo parecía decir en qué fallé, por qué me abandonás a esta edad, qué pasó. Ella, con la frescura de quien va detrás de un sentimiento profundo al que el corazón ata sin pedir permisos, en pos de un ideal totalmente ajeno a la educación recibida. En pos de un destino elegido que, con el tiempo, no se mereció. Ambos, rumbo a su propio destino.
 Se acercó a abrazarla. Dijo que comprendía la decisión y que contaba con su apoyo y voto de confianza. Ella se preguntaba por qué, por qué la comprendía, por qué autorizaba, por qué no le gritaba quedate-no-te-vayas-me-voy-a-morir-sin-vos.  El padre en el hall veía cómo regresar del aeropuerto.  La hija en cabina, con todos sus silencios y el llanto que no afloró hasta que el avión estuvo en el aire.
 El llanto se sostuvo mutuamente seco en el abrazo desesperado, intentando ignorar la voz del alto parlante que anunciaba la partida de un vuelo que ya no se podía detener. No volvieron a verse. Una vez, el llamó y dijo: “Estoy viejo hijita, y vos ¿cómo estás?” La voz del padre se cortó y apareció la del hermano. Ella se quedó desconcertada, con esa puñalada letal del destino en el corazón ya sin demasiados comandos.
 Un mes más tarde, un familiar al teléfono, comunicaba que mejor así, que el destino manda, que hasta el último suspiro no dejó de esperar el momento del encuentro.



No hay comentarios: