LA ENCOMIENDA
Desiderio se detuvo
por un momento frente a una de las entradas de los servicios sanitarios de la
Plaza de Armas, en espera de que apareciera su amiga, a quien había citado en
ese lugar.
De repente una mujer
se le acercó con premura y le dijo:
-Porfa, señor;
sostenga mi pato por un ratito, mientras voy al baño, pues estoy que no me
aguanto.
Sorprendido y sin
tiempo a reaccionar, ya Desiderio sostenía entre sus brazos al ave, mientras la
mujer se perdía de su vista al descender por las gradas que conducen a los
servicios sanitarios.
-Mira al señor -dijo
una joven madre que pasaba por ese populoso lugar, arrastrando a un niño de
unos seis años-, que lindo, sacó a pasear a su mascota.
Desiderio esbozó una
tonta sonrisa, mientras se sentía ridículo a la vista de todo el mundo.
"Menos mal -pensó-, que pronto volverá esa impertinente y se llevará a su
animalejo".
Un señor que calzaba
un terno café y sombrero, al estilo de los años cincuenta del siglo veinte, se
le acercó con aparente amabilidad.
-Qué bonito su pato,
usté. ¿Lo vende?-. Y le acarició la cabeza al ave, que trató de esquivar la caricia,
sin lograrlo.
-No. No es mío. Una
señora me lo recomendó por un rato.
-No se haga -le dijo
y le guiñó el ojo-, le doy mil dólares por él.
Desiderio vio a su
interlocutor con incredulidad. ¡Mil dólares! "¿Se estará burlando de
mi?" Y se quedó en silencio.
El hombre del terno
esperaba la respuesta y al notar la indiferencia del otro, trató de arrebatarle
al
palmípedo.
En ese momento, el
lustrador que aparentaba estar a la espera de clientes, el barrendero que limpiaba
el excremento de los cientos de palomas que conviven en la Plaza y el vendedor
de números de la lotería, que se encontraban en los alrededores, sacaron sendas
armas, ordenaron a los dos hombres que no se movieran y se identificaron como
policías de la brigada de antinarcóticos.
Al hombre del terno
le decomisaron un revolver y a Desiderio un pato.
Largo sería enumerar
todos los pormenores del caso, pero en aras de la brevedad, sólo queda decir
que la mujer que hizo la palmípeda encomienda nunca apareció y los dos hombres
fueron conducidos a la Delegación de Policía. El pato, que no resultó ser una
mansa paloma, sino un mini-mula y bien cargado. Con su carita de no hago nada,
llevaba en su interior numerosas capsulas de cocaína.
El pato no pudo
demostrar su inocencia, ni que era una inofensiva victima de las circunstancias
y además, por ser el único de los tres que estaba fuera de la jurisdicción del
Procurador de los Derechos Humanos; en busca de evidencias, fue ejecutado
sumariamente y paró en la olla de uno de los jefes policíacos, quien bromeaba
diciendo: que era la primera vez que comía carne de mula y que no sabía mal.
Hoy, Desiderio ya
libre de cargos, piensa que toda experiencia debe ser aprovechada, pues deja
una lección. Lección que él ha aprendido y que, en forma de moraleja, heredará
a sus descendientes y de ser posible para aprovechamiento de la humanidad
entera: Nunca, pero nunca, sostengas el pato de una desconocida.
3 comentarios:
sin dudas que deja una enseñanza, y poen en evidencia una realidad que nos circunda peligrosamente.
saludos
Anahí Duzevich Bezoz
No cabe duda, Desiderio es hoy un gran patólogo.
Byron
Gracias por haberme publicado. Te deseo mucho éxitos en tu labor literaria. Un abrazo desde Guatemala. Chente.
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