lunes, 27 de mayo de 2013

MARCOS R. RAMOS


LAS MANOS DEL MINOTAURO

Ciudad Verde queda a 600 kilómetros de la Capital, pese a que está pegada al mar nunca pudo desarrollarse del todo como centro turístico. Es por eso que el hotel “Minos” permanecía abierto todo el año con escasísimo hospedaje. La mayor afluencia de gente se daba en el verano y sin embargo jamás llegaba a cubrir un cuarto del total de las habitaciones. Por suerte lo que sí funcionaba bien era la confitería del hotel, famosos eran sus desayunos con medialunas y dulce de leche casero elaborado por su  propietaria, la señorita Liliana.
Ella había heredado el hotel y la escasa afluencia de público la había obligado a vivir prácticamente todo el tiempo allí y no contratar personal de servicio. De joven había demostrado un gran talento para el dibujo y la pintura pero la muerte prematura de sus padres y el ocuparse tanto del hotel la habían hecho olvidarse de su vocación. Sola, con treinta y cinco años ya cumplidos, Liliana era de aquellas mujeres de las que cuesta creer que no pueda conseguir novio, no es que no los haya tenido pero nunca le duraban demasiado. No era que se llevara mal con ellos pero su dedicación exclusiva (y obsesiva) con el hotel hacía fracasar todas sus relaciones. ¿Cómo te vas a casar con un hombre si vivís casada con el hotel? Le había dicho más de uno y ella sabía que tenían razón.
De su vieja vocación le había quedado de recuerdo su último cuadro que había terminado a los veinte años. Era una tela de un metro por un metro en la que había dibujado un minotauro. Sus padres de chica le habían contado la leyenda del cruel minotauro que vivía encerrado en un laberinto y devoraba  los jóvenes que le eran entregados en sacrificio. Pero a pesar de lo que le contaban todos le costaba ver su maldad. Pensaba que todo lo que se decía de él era falso, que el malvado era Teseo, que en realidad los jóvenes que habían sido entregados para el sacrificio vivían con él felices en una comunidad dentro del laberinto. Era así entonces que el cuadro no podía reflejar más que sus sentimientos hacia el mitológico ser.
Octubre ese año estaba inusualmente frío. Alrededor del mediodía llegó un nuevo huésped. Era un hombre joven de unos 28 años, era muy alto y venía con un maletín de cuero bien gastado. Cuando completó sus datos a Liliana le sorprendió saber su edad, parecía de casi diez años menos de los que tenía. De sonrisa seductora tenía una forma curiosa de pronunciar las erres como lo hacen los franceses pero, a pesar de ello, no parecía extranjero. Antes de ir a su habitación decidió desayunar primero. El señor Julio pidió café negro y unas tostadas con manteca. Permanentemente tenía prendido un cigarrillo en la mano. Leía un libro con avidez, cuando Liliana le acercó el desayuno, dejó el libro y le habló con su sonrisa escondida en el humo.
-Liliana, perdoname. He sido un descortés. Fumando solo y sin convidarte. ¿Querés un Parissiene?
Por un momento se sintió descolocada. Diez años por lo menos hacía que no probaba un cigarrillo. Dudó, no porque le molestara la confianza de ese desconocido que la tuteaba sino porque tenía que hacer demasiadas cosas.
-Si, claro- y tomó asiento en la mesa del nuevo huésped. La falta de costumbre la hizo toser un poco.
-Pero che. Cualquiera diría que hace un montón que no agarrás un pucho.
-No. Estoy un poco resfriada. ¿Qué estás haciendo por acá Julio?- Liliana se dio cuenta que lo estaba tuteando lo que no era su costumbre, pero se sentía bien haciéndolo, se sentía liberada.
-Vengo a buscar unas partidas al Registro Civil que necesita mi madre para unos trámites. Mañana a la mañana me voy. Hablame de vos, Liliana.
En ese instante varios huéspedes bajaban a la confitería  a desayunar.
-Tengo que trabajar, Julio.
-Esperá. Me dijeron que las playas de Ciudad Verde son muy lindas de noche. ¿Qué te parece si a eso de las diez de la noche te paso a buscar y vamos a caminar por la costa? Si no tenés ningún otro compromiso.
-No- dijo con determinación- No tengo nada que hacer. Te espero a las diez.
Liliana se levantó de la mesa, apagó el cigarrillo y le dedicó una sonrisa sugerente guiñándole el ojo a lo que Julio reaccionó gratamente sorprendido.
Cuando terminó de atender a todos ya no estaba en la mesa. Junto a las colillas había dejado el paquete de cigarrillos. Sin que se lo hubiera dicho Liliana intuía que los había dejado para ella. Agarró el paquete y fue al baño. Pensó en lo pequeño que se veía en la mano del señor Julio. Imaginó las manos inmensas, gigantes, recorriendo su cuerpo.
Lo primero que hizo fue ir a la peluquería para que le taparan aquellas canas dispersas que afloraban en su cabeza. Luego fue a buscar ropa, pensó en un vestido suelto con unas sandalias blancas. Así entre los preparativos y las compras pasó rapidísimo el día y ya a las nueve de la noche se encontró frente al espejo terminando de maquillarse.
 Era una noche cálida para esa altura del año y el cielo estaba bien estrellado sin nubes con una luna inmensa que parecía nunca querer terminar de crecer. A las diez ya estaba lista espera. Puntual llegó Julio. Le dio gracia el cigarrillo en la mano, parecía como si fuera una extensión de su propio cuerpo.
Salieron juntos, la playa estaba sólo a tres cuadras del hotel cuando cruzaron la avenida. Él tomó su mano y ella no lo soltó. A los cinco minutos de estar caminando vino el primer beso y el abrazo.
-Sos tan linda. Es imposible resistirse a tus encantos pero, antes que sigamos avanzando, hay dos cosas importantes que tenés que saber. Si no te las dijera no sería un caballero. En Buenos Aires una mujer me está esperando, una mujer que no voy a dejar. Y segundo, que después de esta noche creo que nunca voy a volver por Villa Verde.
-¿Algo más?
-No. Pero era importante para mí decírtelo.
-No hay problema. Hoy estás acá. Ahora estás conmigo, y si el tiempo que tenemos para estar juntos es poco voy a aprovechar al máximo cada segundo, Julio. ¿Me entendés?
A partir de allí, ya casi desaparecieron las palabras y las manos siguieron con el diálogo.
A eso de las siete Liliana bajó a la recepción y atendió a los huéspedes que estaban esperando su desayuno. Entonces apareció Julio con sus maletas.
-¿Ya te vas tan rápido?- le dijo Liliana dándole un beso rápido en la boca.
-Compré algo para vos.
-¿Si? ¿Qué es?
-Espero que tengas tocadiscos. Es un concierto de Louis Armstrong en París.
-¿Armstrong? No lo conozco.
-Ay mi amor, lo que te has perdido. Louis no solo toca la trompeta como los dioses sino que su voz tiene algo que lo hace superior a cualquier mortal.
-¿Por su talento?
-No. No es sólo eso. Es magia. Louis es…Louis es como el minotauro de este cuadro. Es un dios, es superior a nosotros, sin embargo no le interesa serlo. Ves, el minotauro tiene las manos grandes.
-Como las tuyas.
-Es cierto, como las mías. Pero en este minotauro que pintaste hay algo más, su mirada no es de superioridad. Diría que él se siente uno más, lleno de bondad, incapaz de crueldad. Tu minotauro es tan diferente al del relato clásico. Este minotauro es bueno, generoso y, aunque es superior al resto de los mortales, sabe convivir en  paz y su sola presencia ya hace que de por sí el mundo se vuelva un lugar mejor, más mágico. Como hace Louis con su trompeta. Como haces vos con tus ojos. Como podrías volver a hacer si volvieras a pintar.
-¿Volver? ¿Por qué no?
-Viví Liliana. No te encierres. Recordá, el laberinto existe en función del minotauro, no al revés. Nunca voy a olvidarte.
Se dieron un último beso y entonces Julio partió.
En un impulso que hacía mucho no sentía,  Liliana tomó una tela y su vieja caja de oleos con unos pinceles. Llamó a su prima para que se encargara del hotel por un tiempo. Fue hasta la habitación más alta, abrió la ventana, desde allí podía ver el mar,  entonces se dedicó sólo a pintar, inclusive a la noche no se detuvo para comer o dormir. Al amanecer había terminado su obra.
En 1942 Julio Cortazar escribe la obra teatral “Los reyes”, clasificada por algunos como un poema dramático, abordando la temática del minotauro, pero alejándose de la mirada clásica del mito. En la obra, el minotauro es un ser bueno que en realidad convive en una comunidad dentro del laberinto formada por los jóvenes que le habían sido entregados para ser sacrificados, humaniza así lo bestial del mitológico ser. 


El cuento llevaba una dedicatoria que, más por cuestiones editoriales que por voluntad del autor, fue eliminada del texto impreso. “Dedicado a Liliana”- decía.

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