LAS MANOS DEL MINOTAURO
Ciudad Verde queda a
600 kilómetros de la Capital, pese a que está pegada al mar nunca pudo desarrollarse
del todo como centro turístico. Es por eso que el hotel “Minos” permanecía
abierto todo el año con escasísimo hospedaje. La mayor afluencia de gente se
daba en el verano y sin embargo jamás llegaba a cubrir un cuarto del total de
las habitaciones. Por suerte lo que sí funcionaba bien era la confitería del
hotel, famosos eran sus desayunos con medialunas y dulce de leche casero elaborado
por su propietaria, la señorita Liliana.
Ella había heredado
el hotel y la escasa afluencia de público la había obligado a vivir
prácticamente todo el tiempo allí y no contratar personal de servicio. De joven
había demostrado un gran talento para el dibujo y la pintura pero la muerte
prematura de sus padres y el ocuparse tanto del hotel la habían hecho olvidarse
de su vocación. Sola, con treinta y cinco años ya cumplidos, Liliana era de
aquellas mujeres de las que cuesta creer que no pueda conseguir novio, no es
que no los haya tenido pero nunca le duraban demasiado. No era que se llevara
mal con ellos pero su dedicación exclusiva (y obsesiva) con el hotel hacía
fracasar todas sus relaciones. ¿Cómo te vas a casar con un hombre si vivís
casada con el hotel? Le había dicho más de uno y ella sabía que tenían razón.
De su vieja vocación
le había quedado de recuerdo su último cuadro que había terminado a los veinte
años. Era una tela de un metro por un metro en la que había dibujado un
minotauro. Sus padres de chica le habían contado la leyenda del cruel minotauro
que vivía encerrado en un laberinto y devoraba
los jóvenes que le eran entregados en sacrificio. Pero a pesar de lo que
le contaban todos le costaba ver su maldad. Pensaba que todo lo que se decía de
él era falso, que el malvado era Teseo, que en realidad los jóvenes que habían
sido entregados para el sacrificio vivían con él felices en una comunidad
dentro del laberinto. Era así entonces que el cuadro no podía reflejar más que
sus sentimientos hacia el mitológico ser.
Octubre ese año
estaba inusualmente frío. Alrededor del mediodía llegó un nuevo huésped. Era un
hombre joven de unos 28 años, era muy alto y venía con un maletín de cuero bien
gastado. Cuando completó sus datos a Liliana le sorprendió saber su edad,
parecía de casi diez años menos de los que tenía. De sonrisa seductora tenía
una forma curiosa de pronunciar las erres como lo hacen los franceses pero, a
pesar de ello, no parecía extranjero. Antes de ir a su habitación decidió
desayunar primero. El señor Julio pidió café negro y unas tostadas con manteca.
Permanentemente tenía prendido un cigarrillo en la mano. Leía un libro con
avidez, cuando Liliana le acercó el desayuno, dejó el libro y le habló con su
sonrisa escondida en el humo.
-Liliana, perdoname.
He sido un descortés. Fumando solo y sin convidarte. ¿Querés un Parissiene?
Por un momento se
sintió descolocada. Diez años por lo menos hacía que no probaba un cigarrillo.
Dudó, no porque le molestara la confianza de ese desconocido que la tuteaba
sino porque tenía que hacer demasiadas cosas.
-Si, claro- y tomó
asiento en la mesa del nuevo huésped. La falta de costumbre la hizo toser un
poco.
-Pero che. Cualquiera
diría que hace un montón que no agarrás un pucho.
-No. Estoy un poco
resfriada. ¿Qué estás haciendo por acá Julio?- Liliana se dio cuenta que lo
estaba tuteando lo que no era su costumbre, pero se sentía bien haciéndolo, se
sentía liberada.
-Vengo a buscar unas
partidas al Registro Civil que necesita mi madre para unos trámites. Mañana a
la mañana me voy. Hablame de vos, Liliana.
En ese instante
varios huéspedes bajaban a la confitería
a desayunar.
-Tengo que trabajar,
Julio.
-Esperá. Me dijeron
que las playas de Ciudad Verde son muy lindas de noche. ¿Qué te parece si a eso
de las diez de la noche te paso a buscar y vamos a caminar por la costa? Si no
tenés ningún otro compromiso.
-No- dijo con
determinación- No tengo nada que hacer. Te espero a las diez.
Liliana se levantó de
la mesa, apagó el cigarrillo y le dedicó una sonrisa sugerente guiñándole el
ojo a lo que Julio reaccionó gratamente sorprendido.
Cuando terminó de
atender a todos ya no estaba en la mesa. Junto a las colillas había dejado el paquete
de cigarrillos. Sin que se lo hubiera dicho Liliana intuía que los había dejado
para ella. Agarró el paquete y fue al baño. Pensó en lo pequeño que se veía en
la mano del señor Julio. Imaginó las manos inmensas, gigantes, recorriendo su
cuerpo.
Lo primero que hizo
fue ir a la peluquería para que le taparan aquellas canas dispersas que
afloraban en su cabeza. Luego fue a buscar ropa, pensó en un vestido suelto con
unas sandalias blancas. Así entre los preparativos y las compras pasó
rapidísimo el día y ya a las nueve de la noche se encontró frente al espejo
terminando de maquillarse.
Era una noche cálida para esa altura del año y
el cielo estaba bien estrellado sin nubes con una luna inmensa que parecía
nunca querer terminar de crecer. A las diez ya estaba lista espera. Puntual
llegó Julio. Le dio gracia el cigarrillo en la mano, parecía como si fuera una
extensión de su propio cuerpo.
Salieron juntos, la
playa estaba sólo a tres cuadras del hotel cuando cruzaron la avenida. Él tomó
su mano y ella no lo soltó. A los cinco minutos de estar caminando vino el
primer beso y el abrazo.
-Sos tan linda. Es
imposible resistirse a tus encantos pero, antes que sigamos avanzando, hay dos
cosas importantes que tenés que saber. Si no te las dijera no sería un
caballero. En Buenos Aires una mujer me está esperando, una mujer que no voy a
dejar. Y segundo, que después de esta noche creo que nunca voy a volver por
Villa Verde.
-¿Algo más?
-No. Pero era
importante para mí decírtelo.
-No hay problema. Hoy
estás acá. Ahora estás conmigo, y si el tiempo que tenemos para estar juntos es
poco voy a aprovechar al máximo cada segundo, Julio. ¿Me entendés?
A partir de allí, ya
casi desaparecieron las palabras y las manos siguieron con el diálogo.
A eso de las siete
Liliana bajó a la recepción y atendió a los huéspedes que estaban esperando su
desayuno. Entonces apareció Julio con sus maletas.
-¿Ya te vas tan
rápido?- le dijo Liliana dándole un beso rápido en la boca.
-Compré algo para
vos.
-¿Si? ¿Qué es?
-Espero que tengas
tocadiscos. Es un concierto de Louis Armstrong en París.
-¿Armstrong? No lo
conozco.
-Ay mi amor, lo que
te has perdido. Louis no solo toca la trompeta como los dioses sino que su voz
tiene algo que lo hace superior a cualquier mortal.
-¿Por su talento?
-No. No es sólo eso.
Es magia. Louis es…Louis es como el minotauro de este cuadro. Es un dios, es
superior a nosotros, sin embargo no le interesa serlo. Ves, el minotauro tiene
las manos grandes.
-Como las tuyas.
-Es cierto, como las
mías. Pero en este minotauro que pintaste hay algo más, su mirada no es de
superioridad. Diría que él se siente uno más, lleno de bondad, incapaz de
crueldad. Tu minotauro es tan diferente al del relato clásico. Este minotauro
es bueno, generoso y, aunque es superior al resto de los mortales, sabe
convivir en paz y su sola presencia ya
hace que de por sí el mundo se vuelva un lugar mejor, más mágico. Como hace
Louis con su trompeta. Como haces vos con tus ojos. Como podrías volver a hacer
si volvieras a pintar.
-¿Volver? ¿Por qué
no?
-Viví Liliana. No te
encierres. Recordá, el laberinto existe en función del minotauro, no al revés.
Nunca voy a olvidarte.
Se dieron un último
beso y entonces Julio partió.
En un impulso que
hacía mucho no sentía, Liliana tomó una
tela y su vieja caja de oleos con unos pinceles. Llamó a su prima para que se
encargara del hotel por un tiempo. Fue hasta la habitación más alta, abrió la
ventana, desde allí podía ver el mar,
entonces se dedicó sólo a pintar, inclusive a la noche no se detuvo para
comer o dormir. Al amanecer había terminado su obra.
En 1942 Julio
Cortazar escribe la obra teatral “Los reyes”, clasificada por algunos como un
poema dramático, abordando la temática del minotauro, pero alejándose de la
mirada clásica del mito. En la obra, el minotauro es un ser bueno que en
realidad convive en una comunidad dentro del laberinto formada por los jóvenes
que le habían sido entregados para ser sacrificados, humaniza así lo bestial
del mitológico ser.
El cuento llevaba una
dedicatoria que, más por cuestiones editoriales que por voluntad del autor, fue
eliminada del texto impreso. “Dedicado a Liliana”- decía.
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